¿Dónde está Jaime Gómez?
Enrique Santos Molano
A veces pasa. Sobran temas y los árboles nos tapan el bosque.
La revuelta estudiantil y obrera en Francia contra el despiadado neoliberal Villepin y su contrato de primer empleo, oficialización del dogma neoliberal que entroniza “la explotación del hombre por el hombre”; el bebé de Clara Rojas, que exhibe en todo su horror la atrocidad del secuestro; la batalla de la ciudad y del Ministerio de Cultura para salvar esa joya arquitectónica llamada Villa Adelaida; las candidaturas presidenciales en Colombia; las elecciones en Perú; los finos modales del honorable caballero Berlusconi, no tan finos como los del poco honorable diplomático colombiano que molió a golpes a una reina de belleza porque ella osó discrepar del presidente candidato. Cuando meditaba en esos asuntos trascendentales me acordé, o mejor dicho, me recordó Libros y Letras que Jaime Gómez lleva veinte días desaparecido y que no sólo no se tiene la menor pista de su paradero, sino que a las autoridades parece no interesarles averiguarlo. Digo parece, porque de pronto sí están haciendo las pesquisas pertinentes. Y en ese caso, todos esperamos prontos resultados.
En principio, Jaime Gómez es un ciudadano colombiano, como cualquiera de nosotros, que una mañana salió a hacer sus ejercicios de costumbre, trotar en el Parque Nacional, y no regresó a su casa ese día, ni se volvió a saber de él. Informa EL TIEMPO que apenas doce de cada cien ciudadanos hacen ejercicio. Lo raro es que alguien lo haga, si entraña el riesgo de ser desaparecido.
Además de ciudadano, buen ciudadano, Jaime Gómez es un profesor universitario e historiador que hace parte del equipo asesor de la senadora Piedad Córdoba y es activista de la campaña presidencial de Horacio Serpa. Como no sabemos quiénes son sus captores, ni por qué está desaparecido, no podemos suponer, ni menos afirmar, que sus preferencias políticas hayan sido la causa; pero no dejamos de sospecharlo. Lo concreto es que el profesor Jaime Gómez desapareció y que no han valido las súplicas desgarradoras de sus hijos, de su esposa, de su familia y de sus amigos, para que sea devuelto, sano y salvo, como estaba cuando salió a trotar. ¿De qué clase de seguridad democrática estamos hablando, señor Presidente? Pienso que la seguridad democrática, mientras no proteja a todos y a cada uno de los ciudadanos, sean o no partidarios del Gobierno, no es más que una frase hueca. Y no porque crea que el señor Presidente no es un demócrata sincero y convencido. Estoy seguro de que lo es, pero también los hechos son tozudos. Y es un hecho que Jaime Gómez está desaparecido, que salió a trotar y no regresó a su casa, y que así como le ocurrió a Jaime Gómez, nos puede ocurrir a todos. En cualquier sociedad en que un solo ciudadano esté amenazado en su integridad, todos los estamos y, en consecuencia, no hay democracia.
Tomemos el extraño y triste caso de la reina agredida y el diplomático desalmado. ¿No se puede estar en desacuerdo con el Presidente sin correr el riesgo de ganarse un golpe? Cierto es que el Presidente, en actitud que lo enaltece, llamó a la reina para disculparse por la actitud del diplomático furibista; sin embargo, no basta disculparse. Se debe sancionar al agresor. En Colombia opinar no es un delito (todavía), pero sí lo es ocasionarle lesiones personales a alguien. ¿O el diplomático energúmeno seguirá tan campante? Una amiga que leyó aterrada, aterrada y atortolada, en Semana el artículo de Héctor Abad Faciolince, me preguntó “¿Y es que todos los uribistas son así, como este guache asqueroso?” No, le dije, los uribistas no son así, los que yo conozco son buenas personas, gente decente. Los que son así, como ese que usted llama con todo acierto “guache asqueroso”, son los furibistas. El problema, mi señora, es que hay demasiados furibistas y muy pocos uribistas.
Comentario
El huracán George: Sólo destrucción deja a su paso
Mario Lamo Jiménez
Nunca un presidente yanqui la había embarrado tanto ni tan seguido. El huracán George sólo deja destrucción a su paso. Tiene el toque del rey Midas, pero a la inversa, lo que toca lo desbarata. Su presidencia ha sido una sola desgracia, en vez de parto electoral, lo que nació fue un aborto presidencial. La oveja negra de la familia Arbusto puso abogados para que le dejaran ganar las elecciones, pues había sido derrotado limpiamente por Al Gore. De este modo, un intelectual preocupado por el calentamiento global, fue reemplazado por un ex borracho preocupado por las ganancias de las compañías petroleras gringas. Y como un borracho al timonel de un barco, así ha manejado la política norteamericana.
No llevaba ni un mes en la presidencia, cuando la primera desgracia le cayó del cielo con la destrucción del transbordador Columbia que se hizo pedazos sobre el cielo de Texas. Y del cielo le llovió la segunda, el 11 de septiembre del 2002. Mientras el hombre permanecía sentado inerte en una escuela en Florida leyendo cuentos infantiles, las torres gemelas de Nueva York eran destruidas misteriosamente tras el choque de los aviones por lo que más bien parecían ser demoliciones controladas. Curiosamente, el día anterior al atentado, nadie sabía nada del mismo, ni el FBI, ni la CIA ni las otras once mil organizaciones de espionaje de los EE. UU. A pocas horas del atentado, no solamente estaban identificados los supuestos agresores, cabecillas, planificadores, etc., etc. sino que ya había dos guerras de venganza sobre el tapete y un enemigo a quién odiar: Osama bin Landen.
Fue así como el mediocre, borrachín, mal negociante, tramposo electoral y disléxico Jorge Arbusto, se convirtió de la noche a la mañana en paladín de la guerra, cruzado de la justicia y superhombre de la metrópoli de las bombas racimo, el napalm, el uranio empobrecido, las torturas indiscriminadas, las masacres anunciadas y el genocidio generalizado. Su prestigió subió como la espuma. Sus frases incoherentes se convirtieron en versos de guerra, su pose vacilante e incongruente devino en postura desafiante de sheriff al acecho. Por fin había alguien a quién odiar y a quién matar, lo que de paso ayudaría convenientemente a que el pueblo norteamericano olvidara que los votos se habían quedado sin contar en la Florida y que así como su padre le había comprado un equipo de béisbol, ahora le había comprado a aquel arbusto torcido la presidencia de su país.
El Sheriff de la globalización prometió traer a Osama Bin Laden “vivo o muerto” y con su largo revólver de bombas inteligentes, semi-inteligentes o simplemente estúpidas atacó a la Cruz Roja afgana, incendió a Tora-Bora y empacó a los talibanes en contenedores para que se asfixiaran y desparecieran de la faz de la tierra. Pero su archienemigo Bin Laden no apareció por ninguna parte. Después reaparecería, convenientemente, cada vez con una cara y una barba distintas, atacando al infiel Satán del norte, especialmente en épocas preelectorales y fue así como el Arbusto, con un nuevo fraude electoral y el fantasma de Bin Laden, fue “reelegido” presidente.
Y bajo su poder, el futuro se volvió el pasado, cuando los presos no tenían derechos, se confinaban en mazmorras y se torturaban con métodos de la “Santa Inquisición”. Arbusto, el nuevo cruzado e inquisidor soltó los perros de la tortura para destruir el espíritu de resistencia iraquí. El ex torturador juvenil de sapos, ahora se convertía en el torturador mayor del planeta tierra: las imágenes más grotescas de degradación humana fueron reveladas, una vez que torturadores y torturadoras documentaran sus propios demonios. A la perversión sádica de sus soldados hubo que añadirle su perversión sexual, pero esto no era de extrañar, pues es lo que rutinariamente se practica en las cárceles norteamericanas. Tal vez en EE. UU. nadie captó la ironía cuando el torturador en jefe dijo que el símbolo de la “nueva Irak” sería una prisión construida con la tecnología yanqui. Y a las torturas sobrevinieron los campos de concentración y a los campos de concentración la destrucción de ciudades y a la destrucción de ciudades las amenazas de llegar con la democracia de la muerte a los países vecinos.
A los habitantes de la ciudad de Falluja se les ordenó evacuarla, los que no pudieron hacerlo, quedaron abandonados a su suerte. La ciudad fue bombardeada, acañonada, aplastada por tanques, pulverizada…miles de muertos dejó el huracán George a su paso. “La democracia con sangre entra” parecía ser el lema de aquel demonio apocalíptico, liberado de su jaula por algún genio malvado. Y como es natural, supervisar tanta destrucción le daba derecho a darse unas buenas vacaciones, y en vacaciones estaba cuando le avisaron que el huracán Katrina se disponía a hacer con Nueva Orleáns lo que él ya había hecho con Falluja. Y en vacaciones siguió, mintiendo al otro día con su cara de borracho convertido al cristianismo: “Nadie podría haber anticipado que los diques se rompieran”, dijo para ser desmentido poco tiempo después por un video donde aparecía precisamente el día anterior al huracán, donde le avisan que la ciudad corría el riesgo de ser destruida por la ruptura de los diques. Y mientras Nueva Orleáns se hundía en un mar de mentiras e ignominia, Jorge Arbusto tocaba la guitarra, o por lo menos pretendía que lo hacía. Ahora decenas de sus copartidarios se encuentran bajo la mira de la justicia o han sido encarcelados por actos de corrupción, soborno, lavado de dinero, hostigamiento, espionaje, etc., pero Jorge Arbusto sigue apoyándolos incondicionalmente y su partido incluso recauda fondos para defenderlos. Su popularidad cae en las encuestas a mayor velocidad que cuando él mismo se tropieza y resbala en sus propias mentiras. Dicen los políticos de su propio partido que sólo otro atentado de la magnitud del 11 de septiembre o el comenzar otra guerra podría salvar al huracán George de convertirse en llovizna inoportuna y pasajera, y nada tendría de raro que terroristas salidos de cavernas, tal vez Made in USA, aparecieran de nuevo para salvarle una vez más el pellejo.
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