Estados inviables, sociedades en liquidación
Néstor-Hernando Parra
Cuando en la Asamblea 25 de las Naciones Unidas, el Embajador Joaquín Vallejo Arbeláez me asignó la Comisión 2ª me sentí muy halagado. Se trataba de seguir los debates de la Estrategia para el Desarrollo Internacional durante el Segundo Decenio de las Naciones Unidas. En las tardes nos distribuíamos los temas que, como cualquier alumno, a la mañana siguiente concertaba bajo la guía del Maestro.
El ex primer ministro canadiense Lester B.Pearson había presidido la Comisión para el Desarrollo Internacional y el resultado, fruto del trabajo con Sir. Edward Boyle, Roberto de Olveira Campos, C. Douglas Dillon, Wilfried Guth, W. Arthur Lewis, Robert E. Marjolin y Saburo Okita, se conoció como el Informe Pearson. El título Socios en el Desarrollo. Todavía las Naciones Unidas tenían esa misión que más tarde trasladaron al Banco Mundial.
Mi alegría fue mayor cuando leí su propia justificación de la ayuda internacional:
-El desarrollo de las naciones más pobres no es una garantía que escogerán una ideología en particular o un sistema de valores. Reconocía que el desarrollo conduce a cambios profundos en la conducta y en veces genera amenazas a la unidad y a la cohesión nacionales, por lo que es preciso tener que recurrir a las propias y únicas experiencias históricas de cada nación. Es decir, que la receta no podía ser universal o magistral, para hablar en términos de farmacopea.
-El desarrollo no es una garantía de estabilidad política o antídoto de la violencia. Y agregaba, el cambio es en sí mismo destructor. En otras palabras, que una variación en el sentido de la orientación y la identificación significa disrupción violenta del tejido social existente.
-El desarrollo tampoco asegura una conducta internacional pacífica y responsable. Es posible que el éxito en la aplicación de políticas que conduzcan a un rápido desarrollo pueda llevar, y así se han registrado casos, a comportarse en forma agresiva e irresponsable con sus vecinos.
Toda esta argumentación servía para concluir que el objetivo de la cooperación internacional es reducir desigualdades y remover injusticias. El mundo, en su nueva era tecnológica, resaltaba, no puede profundizar la brecha abrupta entre los que tienen y los que no tienen, entre los privilegiados y los desposeídos.
Mi felicidad llegaba al éxtasis, porque en mi tesis de grado doctoral que me calificó el Maestro Gerardo Molina, y me alimentó con libros, documentos y análisis mi profesor de Hacienda Pública, Carlos Lleras Restrepo, se basaba en el principio filosófico político de la solidaridad, coincidente, así lo anotaba el concepto del Maestro Molina, con la tesis de Gunnard Myrdal, y ahora con el Informe Pearson cuando afirmaba categóricamente: La respuesta más simple es de carácter moral: sólo es correcto que aquellos que tienen, compartan con quienes no tienen. Y remataba con un argumento anticipatorio que hoy es un tópico de todos sabido: Preocupación por las necesidades de otros y particularmente de las naciones más pobres es la expresión de un aspecto nuevo y fundamental de la edad moderna: darnos cuenta de que vivimos en una aldea global, que pertenecemos a una comunidad internacional.
La estrategia fue acogida. Fue allí donde se incluyó que las naciones desarrolladas se obligaban a aportar el 0.7 del PIB anualmente a la cooperación internacional. Treinta y cinco años después ninguna nación lo ha cumplido y los más avanzados, como Estados Unidos, no llegan ni a la mitad.
Por ello, me propongo en ésta y en próximas entregas, hacer un repaso analítico que inevitablemente conduce hoy a que la comunidad internacional no sólo ha incumplido, a pesar de pequeñas y honrosas excepciones de algunos países europeos, sino que las desigualdades siguen aumentando, las distancias son cada vez más grandes entre países ricos y países pobres y las injusticias sociales producen dolor y vergüenza. Antes que el triunfo de la solidaridad, campean las banderas victoriosas de la explotación, la exclusión, la insolidaridad. Los grupos dominantes, externos e internos, no reconocen a “losotros” así sean sus propios compatriotas.
Recordar que el tema del desarrollo económico fue una de las formas del juego de la guerra fría. La contención de territorios y pueblos bajo el alero protector de una de las dos superpotencias era la ayuda externa, manifiesta de diversas maneras: préstamos internacionales, asesoría técnica, entrenamiento de sus fuerzas militares, becas, y un largo etcétera. A nuevas naciones, particularmente en África, se les garantizaba mediante la ayuda para el desarrollo su recién adquirida independencia fruto de la Resolución 1515 de las Naciones Unidas que recogía la política de descolonización de los años sesenta.
La revolución tecnológica y la revolución verde fueron los estandartes emblemáticos con los cuales se importaba de los países avanzados maquinaria pesada, tecnología y tractores, generalmente de una generación en obsolescencia tecnológica, ya depreciados y, por tanto, sin valor contable. Fue el intento de la industrialización, con altos niveles de protección de mercados internos, que sirvió para gastar las divisas que había acumulado América Latina durante la II Guerra Mundial.
Por aquel entonces, el desarrollo consistía en trasladar de los países avanzados sus modelos, que de seguro los pueblos atrasados progresarían hasta “algún día” alcanzar estándares similares a aquellos. (Hoy se sabe que de seguir creciendo a los ritmos de los últimos años, Bolivia requiere de 170 años para eliminar la pobreza)
Floreció la econometría y la construcción de escenarios para visualizar las variables determinantes del crecimiento del PIB. Los índices macroeconómicos comenzaron a medir el comportamiento económico de los diferentes países en vía de desarrollo.
Y en esas seguimos. Ahora con Visión Colombia 2019, elaborado por el Departamento Nacional de Planeación como propuesta, es el ejemplo más reciente de los juegos matemáticos para conocer que las metas, escogidas al azar político, requieren de las variables que determinan el crecimiento del PIB.
Oswaldo de Rivero, (2003) afirma que Naciones Unidas fue por tres decenios uno de los escenarios en donde más se construyó la ilusión del desarrollo, muchas veces con romanticismo ideológico.
Ahora renovado con Los Objetivos del Milenio.
ESTADOS INVIABLES, SOCIEDADES EN LIQUIDACIÓN (II)
El “Mito del Desarrollo Regional” desaparece con la caída del muro de Berlín, la entronización del Imperio, la imposición del pensamiento único y la globalización con la consiguiente libertad de mercados. Quince años después ya no se habla de países en vías de desarrollo, sino de estados fallidos o estados inviables.
El Banco Mundial identifica 30 Estados bajo estrés. El Departamento Británico para el Desarrollo Internacional lista 46 como estados frágiles, y la CIA 26 como “failing states”. Recientemente se difundió y comentó el Informe de Foreign Policy que incluye 60 naciones y las cataloga en tres grupos, repartidos por partes iguales, en rojo, naranja y amarillo, a la manera como se señalan situaciones de alerta de catástrofes.
Lo interesante es revisar los factores o variables que fueron tenidos en cuenta para la elaboración de tal escalafón: pérdida del control del territorio; pérdida –o disminución- del ejercicio del uso legítimo de la fuerza; laxitud en el sistema tributario, permitiendo la evasión y la elusión; la falta de provisión de servicios públicos; corrupción e ineficiencia de la administración pública; carencia de autoridad para lograr decisiones colectivas; desobediencia civil creciente; presencia de misiones o fuerzas militares extranjeras; sanciones económicas o políticas por organismos internacionales; presiones demográficas; personas refugiadas o desplazadas; violación de los derechos humanos; y declinación económica.
Tal estudio considera que en ese tipo de países se incuban y exportan terroristas, barones de la droga, y traficantes de armas.
Lo que cabe señalar es que la nueva clasificación ya no pone el énfasis en el aspecto económico, como sería el crecimiento de la economía (PIB) o el grado de industrialización o urbanización, ni mucho menos el social, como niveles de pobreza y desigualdad. Interesa ahora la descalificación que facilita al Imperio pasar a ejercer una especie de tutela política y militar con base en la cual tales naciones deben ceder en grado alto su soberanía, a fin de que el Imperio garantice al mundo el control de los riesgos y peligros de los estados fallidos.
En América Latina sólo dos países se encuentran en la franja roja: Haití y Colombia. A nuestro país lo acompañan Afganistán y Somalia en razón de la importancia de las mafias de la droga y la pérdida del control de grandes extensiones territoriales bajo control de la guerrilla y del paramilitarismo.
En el libro de Rivero, antes citado, las variables tenidas en cuenta para la catalogación de los estados inviables son: crecimiento de la población; bajos precios de materias primas y salarios; corrupción; ingobernabilidad; democracia rudimentaria; pobreza que exceda del cuarenta por ciento de la población; alto nivel de endeudamiento externo; bajo volumen de reservas internacionales; emigración creciente de nacionales; falta de control de territorio por grupos insurgentes, bandolerismo y narcotráfico; economías bajo el control de las empresas transnacionales; modelo de confort capitalista que estimula en los jóvenes el de la sociedad de consumo; graves desequilibrios ecológicos; bajo poder decisorio interno; aumento de los índices de delincuencia, violencia y deslegitimación del Estado.
Sería muy importante realizar un estudio que tuviese en cuenta lo que se está sucediendo en el interior de las sociedades de los estados inviables o fallidos. Porque lo que se observa empíricamente es lamentable, comenzando por la creciente insolidaridad de las clases privilegiadas, tanto con el Estado mismo –por falta de cumplimiento de sus obligaciones fiscales, tal como lo anota el Informe Andes 2020- como con más del noventa y cinco por ciento de la población, constituida por asalariados de medianos, bajos ingresos y desempleados, más de la mitad en estado de pobreza extrema. Son mínimas, excepcionales las contribuciones de las grandes empresas a la solución de los problemas sociales. Parecería que algunos empresarios tuvieran la tendencia a comportarse como invasores, antes que como inversores, que tuvieren como objetivo explotar recursos al mayor margen de ganancia.
Hugo Fanzio acaba de publicar Chile: Mapa de la extrema riqueza al año 2005, (www.continente.nu) una actualizada versión de su investigación que comenzó en 1997 y que dio en trabajar desde sus épocas de exiliado. Destaca, entre muy interesante información, que, según el Fondo Monetario Internacional, la economía en este año vuelve a desacelerarse y que se presenta un crecimiento desequilibrado entre Estados Unidos 3,6% , Eurozona l,6%, Japón sólo 0.8% y China 8,5%. El comercio internacional que creció en 9% en 2004, “descenderá a 6,5% a causa de las políticas anti inflacionarias de Estados Unidos” y que tanto la Bolsa como el índice de confianza del consumidor es “el más bajo en 18 meses”. Mientras, sigue creciendo la concentración de empresas navieras, bancos, y medios de comunicación a nivel mundial.
A falta de cumplimiento de los países desarrollados de transferir el 0,7% del PIB a los países en vías de extinción, (España anuncia el 0,35% para 2006) las transferencias de los emigrantes superaron la suma de inversiones extranjeras y créditos de cooperación a la región. Alarma saber que según The Guardian (8/5/2005) a los emigrantes se les extraen por lo menos US$12.000 millones al año.
En Chile, lo detalla ampliamente Fanzio, se siguen concentrando el comercio detallista, las utilidades de las sociedades anónimas y de la banca, las exportaciones (10 empresas de 6.636 explican en 2004 el 45,6% de los envíos totales). Y afirma de contundentemente: La concentración de la riqueza es parte componente de la mala distribución de ingresos. Y concluye citando a Felipe Lamarca, reconocido empresario de uno de los grandes grupos económicos chilenos, en el sentido de que la desigualdad distributiva es tan aberrante y evidente que podría terminar destruyendo el sistema. Confirmando así lo aseverado por Fanzio en su libro: son las élites las que tienden a reproducirse.
Si de la sociedad sólo crece el decil más alto y los otros nueve desmejoran, hasta el punto que el consumo familiar sigue decreciendo, no estará lejano el día en que las sociedades de los estados fallidos entren en liquidación real, porque en descomposición moral están hace varios años.
Bogotá, septiembre 25 de 2005
|