El combate supremo
Eduardo Gómez
De la avaricia que destruye el esplendor azul del planeta
Del estruendo genocida de las guerras de conquista
De los hombres blancos predestinados por dios
Del rebaño que bala en las iglesias cómplices
Del pueblo arrodillado en reclinatorios de piedra
De las elecciones libres donde se negocian votos y resucitan los muertos
De los pueblos bestializados por la desesperación del hambre
De los técnocratas del crimen que administran las masacres
De los ghettos donde sangran muchachas maquilladas
De las familias distinguidas que usufructúan la tortura
De las pálidas máscaras que bailotean en los clubes
De la belleza que encubre el veneno y el puñal
De las flores de azufre en los ámbitos del vómito
De los jóvenes castrados que alardean con sus músculos
De los hambrientos de amor que van de puerta en puerta
sin poder hacer valer su masoquista nobleza
Del talento apasionado, bloqueado por los “hombres prácticos”
De ese todo abrumador
De tanto…
Surgieron ciudades de cemento y multitudes anodinas
y las hordas de zombis que estrangulan el canto.
El corazón de todos quedó para siempre herido
y la alegría y la amistad se tornaron exóticas
para ese hombre violentado y por dentro escindido.
El paraíso está en torno pero ellos, ciegos, lo mancillaron
o poseídos por mezquina ambición lo aniquilaron.
No obstante el plasma sagrado seguirá vivificando
y multitudinarios coros desbordarán los estadios
disciplinarán su energía y fundarán nuevas ciudades.
Volveremos a retozar en los ríos azulados
y a nadar perezosamente en los piélagos plateados
de los mares poblados por gérmenes vitales.
Las ciudades surgirán entre el verdor y el canto
de pájaros, fuentes y fábricas mecanizadas
el poeta será líder de multitudes humanizadas
y las mujeres sabrán hacer más matizado el diálogo
y más rica la fascinante aventura de la infancia.
Ya millones acceden a un amor magnificado
que conquistan a diario en un combate sabio
con la fuerza lujuriosa que se sublima en sapiencia
y que viene de esa divina gracia que los niños irradian.
Ese amor todavía disperso llegará a ser potencia
cuando se esfume el amor mezquino y lo reemplace
un combativo amor que incluya al marginado
y que es otra vez la noble locura del que desafía dioses
y sabe asumir la criatura en su argamasa de sangre.
Desde ahora avizoro la noche primitiva y pura
en donde ya alienta la semilla escondida y madura
que se desplegará radiante para lozanos jardines.
Ahora creo que la realidad más profunda es la utopía
y su visión oceánica hecha de lejanías.
La nueva edad de oro sonríe entre nieblas aurorales.
Una esperanza que renace con el canto de las aves
sobre ruinas humeantes y la tierra manchada
como premio a la paciencia del luchador que madruga.
Una vida más alta echa raíces al borde de los abismos
y el llanto del recién nacido hace circular su sangre.
Si no podemos luchar por una hermosa utopía
pronto nos consumirá la tediosa misantropía.
Pero esa edad no será de Oro sino de amor activo.
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