Presentación del libro
Jorge Ernesto Leiva Samper
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En Ambalema tuve una abuela de cabellos rojos como el crepúsculo, en las noches le ponía nombres a las estrellas y analizaba las galaxias interpretando la magia de sus esplendores, decía que veía carros de fuego cruzar por el espacio infinito. Ella me informó cuando niño sobre la mitología de los montes y los ríos, sobre las guerras y otras pasiones de los hombres y mujeres que habitaron esa tierra. Muchas veces me leía versos de Espronceda y de Darío y en sus ojos color canela se reflejaba su espíritu romántico. Una vez escrutando las estrellas me dijo que yo tenia que ser poeta, le contesté no abuela yo no quiero ser poeta, porqué hijo, mes respondió porque en Ibagué conozco un hombre que se viste de cazador de tigres, la gente dice que está loco por que dialoga con el sol y se baña desnudo en un río de aguas frías, también dicen que es poeta dice llamarse Martín Pomala, pero los muchachos le gritan Juan Pelotas… No abuela yo no quiero ser poeta, ni Juan Pelotas, Mi abuela Julia Bertilda Samper aquella bella mujer de cabellos crepusculares me condenó a ser poeta para toda la vida. Y de manera casual, me entrego una concepción del mundo, y así la interpretación de la historia. En ese mismo espacio vital donde se movía mi abuela vivía también un Cesare Imperatur de tierra caliente dueño de vidas y haciendas, ese hombre rollizo y cuarentón con actitudes de marques se paseaba por las fábricas de tabaco buscando doncellas para ejercer de “il preñatore” y a fé que lo conseguía. Llegadas las festividades decembrinas de la Santa Patrona, II preñatore mandaba a construir palcos para su familia y los hijos reconocidos. En ese circo Ambalemuno veíamos como los astados de 500 kilos envolvían con sus cuchillos puntiagudos los cuerpos sangrantes de los borrachitos alicorados con el aguardiente que suministraban otros césares del subdesarrollo. Era el ambiente de carnaval pagano que rememoraba las épocas del esplendor de la bonanza de otrora cuando se encendían los tabacos con la llama del cartucho de los billetes extranjeros. De niño me tocó vivir la época de las despedidas y las conflagraciones. Cuando las gentes despidieron los últimos barcos y los últimos trenes, y los incendios iluminaban el cielo Ambalemuno. Pero fue así mismo la época feliz de los matachines y saltimbanquis, la época de los pregoneros, culebreros con sus reptiles multicolores y gitanos con su parafernalia, de los chascarrillos, las bandas de música, las danzas interminables, las subiendas y las comilonas de viudo orillero. Época de los héroes populares, “Mano de Tigre”, “Masato”, Víctor Milagro, la época del Padre Palacios, a propósito del padre Palacios un cura jovial y repentista, que sufría de hidropesía y sobresalía bajo su sotana blanca su abultado estómago. Unas beatas preocupadas por su estado de salud se le acercaron compungidas para preguntarle al confesor la razón de su enfermedad: el padre, sobándose la barriga, les contestó ¡Ay mis hijas esto fue el obispo con promesa de matrimonio!. Las beatas salieron espantadas.
Esta historia que hoy les entrego sobre Santa Lucia de Ambalema no es una yuxtaposición de sitios y fechas, es la historia integral de una ciudad que como un prisma refleja los acontecimientos nacionales durante dos siglos. Es también la historia de esos héroes populares que refrescan la dureza de los hechos, junto a otros protagonistas de escala mayor, hay enumeración de los héroes populares que valen tanto como los infinitos héroes de la historia como nos lo recuerda el viejo W. Whitman, acojo así mismo la interpretación de Marx sobre la historia, “esta nada hace ni posee una riqueza inmensa, ni libra batallas, es el hombre, el hombre real y vivo quién lo hace todo, quién posee y lucha”.
La historia de Colombia aún no se ha escrito en su totalidad, no ha reflejado el espíritu de nuestra idiosincrasia y nuestras pasiones es una historia muchas veces sesgada y otras tantas mentirosa. No hay un colombiano al que se le haya enseñado en la primera etapa de escolaridad la historia de su municipio, con todos sus valores, épocas críticas, y los dolorosos y gozosos de la pasión popular.
Existen en Colombia alrededor de 120 municipios fundados durante los siglos XVI, XVII y XVIII, a los que no se les conoce su historia. Acaso en el Tolima conocemos en forma completa, la historia de Honda?, Mariquita, Ibagué, Purificación etc.? Acaso se puede escribir una historia del Tolima desconociendo las historias de nuestros pueblos? La historia debe reflejar fundamentalmente los acontecimientos suscitados en todas las regiones porque desde allí se originó nuestra nacionalidad. “ Fíjate en tu aldea y serás universal”, decía Tolstoi.
Hago esta afirmación porque en el caso de Ambalema, las historias de Colombia extensas y farragosas que se han escrito desde Bogotá olvidaron que Ambalema inició el desarrollo empresarial precapitalista, en la época bornónica, le dio conciencia exportadora al país en el inicio de la República. Inició así mismo la ampliación de la frontera agrícola y por ende la agricultura extensiva. Inició también el sistema de riego en la agricultura desde la Hacienda Pajonales, que luego se proyectó para todo el país.
Su floreciente industria tabacalera jalonó la navegación por el río Grande de la Magdalena. Fue el centro ferroviario que vigorizó el sistema de transporte terrestre conectado con otras regiones productivas del centro del país y posteriormente con la costa atlántica.
La riqueza extraída de sus fértiles tierras y procesada por el trabajo humano, fue fundamental para el desarrollo de grandes ciudades como Bogotá y Medellín, así lo testifican los herederos de los inversionistas y los manejadores de la economía del siglo XIX. No hay duda que estas dos ciudades impusieron su influencia política administrativa sobre las regiones y condicionaron la ley general con una concepción global de la historia pero basada en el “centralismo jerarquizado”.
Gracias a esa riqueza producida en Ambalema y exportada desde Honda, la República pudo sobrevivir económicamente después de la guerra de Independencia y de otras guerras internas generadas por políticos y militares enfrentados en los campos de batalla. La historia de Colombia no ha registrado abiertamente la epopeya del José Antonio Galán en Ambalema, esa misma historia se olvidó de Egidio Ponce, José León Armero, Agustín Gonzáles, los hermanos Rodríguez y los hermanos Gonzáles héroes asesinados por las hordas españolas, personajes que se insubordinaron en la Provincia de Mariquita en 1816.
El general De Gaulle manifiesta en sus memorias, que cuando se paseaba por los campos Eliseos, por la Tullerias y el parque de Luxemburgo, pensaba que no podía concebir la Francia sin la grandeza. En la segunda guerra mundial cuando a penas era un lánguido coronel que en Londres como exiliado representaba la resistencia en la Francia ocupada por los nazis, Chourchil con la mala leche que lo caracterizaba, le preguntó al héroe frances, “Coronel a qué Francia representa usted? ” y De Gaulle le respondió "a la Francia de Juana de Arco”.
Al niño provinciano De Gaulle nacido en Colombe des Eglises desde su tierna infancia le enseñaron la historia y el amor a su patria, la Francia emparentada con la Grandeza. El adulto De Gaulle fue héroe de la patria de Moliere, derrotó a los nazis y como presidente fue fundador de la V República.
Entre nosotros tenemos un Cesare Imperatur que desconoce la historia habla de la patria con la boca llena y la mano puesta en el corazón frente a un país ensangrentado, su pueblo cada vez más empobrecido y una paz como una suma de entelequias. Patria: cada vez vendida palmo a palmo, patria que se debate entre el delito y una impunidad que asombra al mundo, patria entre el grito y el velamen, patria exportadora de colombianos que sobreviven entre la ilusión y la desesperanza, entre ecos como canciones derrotadas, madre abrazada a sus hijos, patria sí, la misma del corazón, aterida a las raíces de sus muertos.
La historiografía trae como corolario la enseñanza de la historia a las nuevas generaciones como fundamento lógico dentro del proceso de formación del estudiante, desde la etapa inicial del aprendizaje. Esta nueva historiografía proyecta una educación donde se resalten los valores de la solidaridad, del respeto mutuo, del diálogo y la concertación. Una educación que rechaza los mitos, las leyendas y las fantasías y subterfugios que le quitan la objetividad a los hechos protagonizados por el hombre. Se debe siempre asegurar una enseñanza ceñida a la verdad histórica.
La historia debe interpretarse desde el punto de vista “social, explicativa y crítica” que salte por encima de las fronteras culturales antagónicas, que busque nuevas perspectivas, plantee problemas y amplié el estadio maravilloso de la imaginación basada en los hechos reales y protuberantes del acontecer humano.
Las universidades, las academias, los grupos de investigación de la historia, deben utilizar todos los adelantos de la ciencia, la telemática y la robótica, los nuevos descubrimientos de la arqueología, e integrar las nuevas corrientes historiográficas y sociológicas. Este es un reto que nos hemos propuesto con la U.T, la Secretaría de Educación de Ibagué, el Convenio Andrés Bello, los licenciados egresados de la misma Universidad que integrados disciplinariamente dentro ASESUT o Asociación de Exalumnos de Ciencias Sociales de la U.T, todos unidos para explorar los verdaderos caminos de la historia
Al Señor Alcalde de Ambalema le propongo que junto con el Consejo Municipal, estudien la manera de adoptar esta historia como oficial para la enseñanza secundaria, con el convencimiento, y espero no equivocarme, que seria el primer municipio en tener su historia en forma curricular en todo el país. Usted Señor Acalde que inauguró el bello palacio Municipal, que va a construir el malecón, que va a organizar el Museo de Historia de nuestra ciudad, podrá tener el honor de iniciar en el país la campaña de las historias regionales.
Epilogo
Hoy todo ha enmudecido en Ambalema el bullicio de las fiestas decembrinas, los bambucos fiesteros de la bandas y hasta la bocina de “Mano de Tigre”, dejaron ese rastro de ausencia como la hiedra de las ruinas de factorías, de los grandes caserones donde se albergaron presidentes, políticos y guerreros. La nostalgia ronda por todos sus patios, debajo de los alerones sobre sus calles desiertas y columnas que señalan como dedos acusadores la ingratitud de todo un país que vivió la bonanza gracias a la tierra y el trabajo de miles de ambalemunos que dejaron su sangre y su vida para el servicio de la libertad y salud de la patria.
Esta magnifica ciudad pudo ser como la Mohenjo Dharo de los Drávidas a orillas del Indo o la Persépolis de los Persas con todos sus incendios, pero la nuestra sucumbió como la Numancia de los españoles. Asediada nuestra Ambalema, la sitiaron los malos gobernantes los alcaldes deshonestos, sus hijos ingratos, los latifundistas insensatos que aún se enriquecen con el generoso humus de su tierra. Huyó el humo perfumado de sus vaporosos tabacos, el aullido de sus barcos victoriosos, se fueron los grandes del siglo XIX, dejando a siembra de la libertad. Queda el llanto de las gentes desoladas y el antiguo tambor de los ChinchiIIas, no como convocatoria a las fiestas de otros días, sino como un llamado angustioso de un pueblo irónicamente denominado Patrimonio Histórico, que no merece su desgracia y llora frente a un río que arrastra sus detritos, zigzaguea entre las montañas como una anaconda agonizante. Ayer hubo bullicio, licores finos de la Europa burguesa, algazara de carnaval, joyas y abalorios.
Había fiesta en los solares, en las plazas, en los umbrales. Se oyó siempre el resoplar de las locomotoras, los barcos llegaban cargados de hembras y canciones. Para esa época Ambalema podría decir con el poeta Huidobro “Soy un barco que se hunde con las luces encendidas”. Hoy solo quedan silencios y caminos solitarios, recuerdos precarios, no existe en la ciudad ninguna placa que diga: por aquí pasó la historia. Hace poco se murió Pachito Lentito, un ambalemuno de 98 años testigo de los hechos. Todo es soledad y el viento arrastra los últimos vestigios y las cenizas del último hombre.
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