Dónde sobrevivir es cuestión de partido
Gustavo Enrique Ortiz Clavijo
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Las democracias en Latinoamérica y el ejercicio de su poder han inclinado su discurso a lo "reality", tanto así, que el individuo consume tal producto - el Estado -, sea bueno o malo, porque hace parte de sus entramados simbólicos -necesidades diarias-, un gusto efìmero y constante, así sea sólo para criticarlo. El poder se hace de todos, al ver de manera "aparente" el lado humano de quienes lo ejercen, pero sigue siendo de uno. Se presenta una constante inusual en Colombia, la mayoría de columnistas, académicos e intelectuales hace ejercicio severo sobre la realidad de un país, pero al parecer sólo alimentan - alimentamos - la necesidad del mismo, de una misma persona, tanto que algunos se atreven a hablar de una democracia mesiánica. Al llegar a este punto, no preocupa tanto quien ejerce el poder en Colombia - Estado, para-Estado, guerrilla -,sino quienes leen este poder, los lectores, los interpretantes, los que viven bajo esta realidad reality. ¿ Qué lecturas y contradicciones tiene este deslizamiento, de un Estado paternalista a una democracia mesiánica?
Colombia confunde el hecho en sí de la democracia, que la otorgan y direccionan las mayorías o constituyente primario, el pueblo. El Estado paternalista es aquel que asiste y posibilita todas las necesidades del pueblo pero les cierra sus espacios de crítica, casos vividos en México -con el PRI- o en Perú -con Fujimori-, desliza la figura del gobernante de turno a la figura social del padre, algo discutible en la situación venezolana. Pero Colombia ha trasladado su desesperanza, su tradición conservadurista y religiosa, a la necesidad de salvar su imposibilidad de acción - por factores globalizados - como ciudadanos individuales y colectivos, a la respuesta de un solo hombre, alguien que dicta las reglas de tres partidos políticos "redentoristas", como son Cambio Radical, el Partido Conservador y el Partido de la U, súmmum de la vanidad y el hecho reality, o un desaguisado divino.
Después de las pasadas elecciones de Senado y de Cámara de Representantes nos hemos enfrentado a un hecho contundente, así José Obdulio Gaviria, «Sancho» de Palacio, diga lo contrario; la democracia de Álvaro Uribe Vélez, la representan una reducida parte del constituyente primario, la abstención es un hecho de desacato a un gobierno, un señor o gobierno, proxeneta de la identidad colombiana.
Pero como recalca este texto a consideración, es el proceso lector de los colombianos que nos divertimos con payasadas y exabruptos que otra nación no hubiera tolerado; un proceso de desmovilización hecho de la levedad de los nombres y las cámaras televisivas, un ejemplo claro es la desmovilización ficticia de 70 guerrilleros de las Farc y el avión fantasma; un proceso con los paramilitares que siguen delinquiendo - no se si me acepte el término la Real Academia de la Lengua - con hojas de vida lavadas y donde no dejan sus muertos tirados en cualquier parte o en las cabeceras urbanas. Muy pronto un arqueólogo hallará restos de los dinosaurios de esta época uribista, que nos hace parecer perdidos en el tiempo y el compromiso.
Una democracia mesiánica, algo que ni Bush había pensado - aunque los estadounidenses tienen sus dudas de esa facultad presidencial - lo hemos dado en este país. Aquí nos contentaremos con conseguir productos de allá, la vanidad de los hipercentros gringos, quizá la Coca Cola más barata y las Mc Donalds más accesibles, pero de dónde sacarán su dinero, hasta dónde aguantará el colombiano.
Llamemos a esto, Uribilandia, híbrido de éste señor y Disneylandia, con Sabas Mouse y Francisco Duck, algo para nosotros olvidar la pobreza desbordada de nuestros alrededores y de nuestra propia mesa.
Sólo queda decir: !Que Dios nos ilumine, perdón, Álvaro¡... pero si yo soy ateo, estoy perdido.
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