Greenpeace protesta contra la contaminación en reunión de Viena- ¡Que viva Evangelina!

 


Bertolt Brecht

Durante el nacimiento de un hijo (según Su Tung-pó)

Las familias, cuando nace un niño
lo quieren inteligente.
Yo, que con la inteligencia
arruiné mi vida entera,
sólo puedo desear que mi hijo,
algún día,
sea ignorante y perezoso de pensamiento.
Así tendrá una vida apacible
como ministro en el gabinete.

 

 

 

 

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  • Ejemplar #20, mayo de 2006   

     

    Crónicas

     

    Una pasión argentina (Segunda Parte)

    Gustavo Páez Escobar *

    En el vuelo de Bariloche a Buenos Aires me tocó de vecino a un señor de aspecto distinguido, que observaba con interés el libro que yo leía: “Historia de una pasión argentina”, de Eduardo Mallea. Deseoso de entablar conversación conmigo, se presentó como profesor universitario y me dijo que una hija suya había hecho su tesis de grado sobre Mallea. Y agregó que sentía profunda admiración por el escritor. 

    Eduardo Mallea nació en Bahía Blanca en 1903 y murió en Buenos Aires en 1982. Su padre, médico de profesión y gran amigo de los libros, le infundió el entusiasmo por la lectura. En 1916 la familia se traslada a Buenos Aires, donde el futuro literato  cursa cuatro años de derecho, que interrumpe al sentir fuerte atracción por las letras. En 1926 publica “Cuentos para una inglesa desesperada”, libro que le abre las puertas del mundo que persigue.

    Ingresa como redactor del diario La Nación, cuyo suplemento literario dirigirá durante largos años. Un par de novelas escritas entre 1932 y 1936 acrecientan su nombre de narrador, campo en el que tendrá notable desempeño. En 1937, a los 34 años, edita  el ensayo “Historia de una pasión argentina”, que en poco tiempo se traduce al inglés, francés, alemán, portugués e italiano. Será su obra maestra. Si bien se trata de su libro más señalado, después de él sigue una producción constante y exitosa en los géneros de la novela, el cuento, el ensayo y el teatro. Su obra llega a 40 títulos.

    Y está sostenida por un eje central: la Argentina. Pintando su país, ha dibujado el mundo entero. La realidad humana está en cualquier geografía y perdura a lo largo de todos los tiempos. Nada cambia, porque la tragedia es universal. El mundo es la aldea. Es el país propio. Por eso, el mensaje de Mallea sigue vivo 23 años después de su muerte. Es un mensaje vigoroso con el que buscó conmover la conciencia nacional, alterada por hondos conflictos sociales y políticos que le causaron al pueblo desolación y ruina espiritual.

    Cuando en la década del treinta escribió su obra cumbre, la conciencia argentina estaba herida por una racha persistente de corrupción, venalidad, infamia y connivencia con las conductas rastreras. Frente a la atmósfera dañina que minaba las fuerzas morales de la sociedad, se levantó la voz crítica del escritor que clamaba por el imperio de la ética y la conquista de los valores perdidos.

    Gritó su angustia a todos los vientos, para que las almas se sacudieran y buscaran sus propios caminos. Para que dirigentes y sociedad abrieran los ojos ante los despeñaderos que amenazaban devorarlos a todos. “Los pueblos –dice –son grandes o pequeños en la medida de su propia sentimiento de eternidad”. Sus denuncias se prolongarían hasta el final de su vida. Nunca cesó de señalar los yerros demenciales en que incurrían los gobernantes autoritarios.

    La nación fue víctima, durante casi todo el siglo, de un colérico ánimo belicista, de retaliación y oprobio, infligido por la sucesión obsesiva del poder, en continuos golpes y contragolpes que dieron al traste con las libertades y hundieron al país en la negra noche llorada por Mallea. Hasta 1982 (el mismo año de su muerte) se presentó una pugna insaciable entre militares y civiles por el gobierno del país.

    La época de mayor violencia comenzó en 1966, cuando los militares despojaron de nuevo a los civiles del mando democrático. En 1970 fue asesinado el ex presidente Aramburu. Se vivían entonces los peores días de torturas clandestinas. Quien pretendiera ofrecer fórmulas de salvación era lanzado a las tinieblas. La economía se vino al suelo con resultados desastrosos.  Oponerse al régimen significaba caminar a la cárcel, el destierro o la muerte. En el país reinaba la concupiscencia del poder y del dinero.  

    Los miles de desaparecidos en la Guerra Sucia de los años 70 se sienten todavía en el aire de la nación como una ráfaga de dolor y como una constancia macabra contra la ignominia de los tiranos. Las voces de los muertos siguen repercutiendo en la Plaza de Mayo, donde las madres y abuelas han mantenido, ante la faz del mundo,  una asociación silenciosa en la que invocan a sus muertos y recuerdan los días de terror. Todavía los recuerdan con terror.

    l

    El despeño moral no se presentó de la noche a la mañana. Nunca la ruina de los pueblos ocurre por generación espontánea. Es el resultado de muchos años de gestación y de una larga cadena de desaciertos. Desde el año 37, cuando Mallea publicó su “Historia de una pasión argentina”, ya el ambiente estaba enrarecido. El autor era un amante visceral de su patria y un ardiente admirador de sus paisajes y  tradiciones. Un nacionalismo acendrado le calentaba la sangre. 

    Protestaba contra el desenfreno reinante y lanzaba su voz airada contra el desvío de las costumbres. En el paisaje contemplaba, con fascinación infinita, la Argentina visible. Y en la congoja de su alma sufría la Argentina invisible. “Este país –dice en el libro que da origen a esta crónica viajera– me desespera, me desalienta. Contra ese desaliento me alzo, toco la piel de mi tierra, su temperatura. La presencia de esta tierra yo la siento como algo corpóreo. Como una mujer de increíble hermosura secreta”. 

    Mallea quería una Argentina distinta y se revelaba contra la patria falseada.  Buscaba la Argentina auténtica que se le había perdido en medio de la confusión general. Reclamaba la pasión por el trabajo honrado, por la calidad de la vida, por las alturas de la ética. Depurar el aire corrupto era su mayor pasión. El mensaje de su libro interpreta la cruda realidad de un país desfigurado y cada vez más ciego ante el desastre espiritual. Y señala horizontes claros para salir de los escombros.

    Diseña un nuevo modelo del hombre argentino: el hombre que durante milenios ha poblado las pampas con los ojos puestos en la bondad de la tierra y en el cultivo de los hábitos hogareños; el hombre llegado a las metrópolis a forjar el progreso local y construir su propio bienestar; el hombre atado a hondas raíces culturales; en fin, el hombre interior, el legítimo argentino, que no puede encontrarse en el caos de la vida degradada.

    Toda la obra de Mallea está penetrada de firmeza espiritual. Su actitud crítica ante la sociedad decadente parece vaticinar los días tenebrosos que habrían de sobrevenir por falta de disciplina social. Sus novelas y toda su obra marcan un hito de la vida argentina. Con el bisturí de su pasión, de su amor por la patria, perfora el cuerpo del país para darle vida al moribundo. Sabía que el hombre es impuro, e intentaba regenerarlo.

    Sus personajes le brotan de las lecturas de Dostoievski, Kafka y Faulkner, y el pensamiento filosófico lo recibe de San Agustín, Pascal y Kierkegaard. Siguiendo a este último autor, las ideas deben contener fuego y han de expresarse con pasión para que la persona salga del letargo y halle, mediante la reconstrucción del alma, la luz del espíritu. La condición mística le permite a Mallea adentrarse en las honduras del hombre y escudriñar la verdad social de su tierra.

    La Argentina esplendorosa que durante mi reciente viaje admiré en su apariencia física (y que no me cansaré de pregonar), esa Argentina tan encantadora y galante con el turista, no estaría completa sin la otra Argentina, la invisible, la profunda, la de adentro, la que escruta Mallea con dolor de patria. Todos los países tienen dos caras: la externa y la interior. Asimismo, el hombre está formado por dos elementos: su presencia física y su región espiritual. Es decir, por su cuerpo y por su alma. 

    (*) gustavopaez@cable.net.co