Algunas preguntas sobre la vida privada y la vida pública de los famosos
Jaime Lopera Gutiérrez
(La Hojarasca) ¿Tienen los políticos una vida privada? ¿Dónde se encuentra el límite entre la vida pública y la existencia privada? ¿ Cuál es la moral que los países tienen para atender este problema? Estas son algunas preguntas que vienen de vez en cuando al escenario de los asuntos públicos, cuando los personajes que se ocupan de ellos van sintiendo que se pueden de repente revelar las flaquezas de su vida privada.
Recién posesionado Francois Mitterrand como Presidente de Francia, decía (en 1981), que su vida personal estaba estrechamente relacionada con su vida pública pero, "como mínimo", que era preciso salvaguardar aquella todo lo posible. Terminando su mandato gubernamental apareció Mazarine, su hija oculta, a quien los franceses reconocieron como tal sin necesidad de hacer demasiadas concesiones.
Escándalos Públicos
En otras épocas, la existencia de escándalos públicos relacionados con la vida privada de los famosos ha ido en aumento: en Europa el caso del exministro de Asuntos Extranjeros, Roland Dumas, con su amante secreta Christine Deviers-Joncar, que llegó hasta misteriosas relaciones con los negocios de una multinacional europea. El exministro Ron Davies, del gobierno de Tony Blair, quien fue humillado por su homosexualidad y debió retirarse del cargo. Otro funcionario laborista, el Ministro de Industria Peter Mandelson, también se encontraba en la mira de la prensa, pero gracias a un "acuerdo de caballeros" se había mantenido en secreto el indicio de su desviación.
El affaire Clinton ha sido, en los últimos años, la comidilla de todo el mundo y los medios se han ocupado de abrir toda clase de informaciones al respecto, revelando los extractos del voluminoso expediente y las conversaciones telefónicas de los actores de este sonado proceso. No obstante, este episodio erotómano, como fue denominado por alguno, no ha logrado opacar el prestigio del Presidente norteamericano porque en las costumbres pragmáticas de esa sociedad está clara la diferencia entre los éxitos de un gobernante y sus devaneos personales. (Lo del perjurio es otra cosa) .
La Plutografía
Para empezar, hay dos clases de personas públicas: los personajes de la farándula y los políticos. A los artistas les agrada cortejar a los medios en la medida que ello representa una mayor aceptación del público y por lo tanto la posibilidad de nuevos y mejores contratos. Los políticos, por su parte, se nutren de los medios para incrementar las encuestas de aceptación electoral.
Los personajes célebres no son tan ingenuos como para no registrar la existencia de aquello que solemos denominar "plutografía", vale decir, el aplauso de una multitud de individuos que viven pendientes de lo que hacen los ricos y famosos, con quién se encuentran, qué comen y cómo se visten cada día. En fin, por eso definimos a la plutografía como la tendencia que tiene mucha gente a admirar, imitar y curiosear la vida de los ricos y famosos.
Así como existen los ávidos compradores de ciertas revistas eróticas, el plutógrafo también está permanentemente a la caza de aquellas imágenes televisivas o radiales donde se destaca la vida cotidiana de sus personajes preferidos, ya sea tras el destape de la Toya Jackson o los mechones del futbolista Beckham. La revista española Hola inauguró hace mucho tiempo ese segmento voyeurista del mercado social ---bastante hermano de la pornografía-- , muy similar a otras publicaciones como Interviú y Soho..
Por su parte, la mayoría de los políticos cortejan a los medios porque este protagonismo les representa votos a la hora de la verdad. No obstante, el efecto es totalmente recíproco: mas que necesitar a esos medios, los políticos los usan para aumentar su notoriedad a sabiendas de que ellos son la materia prima, ¡y gratuita!, de unos medios de comunicación que no pagan un solo centavo por los testimonios de tales personajes, pero cobran muy bien sus pautas de publicidad. Estimo que en los EE.UU. las cosas son bastante diferentes en cuando los honorarios que cobran los hombres públicos por sus intervenciones académicas en amplios o pequeños auditorios.
La privacidad en segundo plano
Ciertos medios desde luego están más interesados que otros en franquear el límite entre lo privado y lo público. Tal es el caso de The Sun de Londres y otros diarios londinenses, que persiguieron hasta el cansancio las ocurrencias de la princesa Diana y continúan detrás de Sara Fergusson, de Camila Parker Bowles y de los Príncipes de Inglaterra. Los ejemplos abundan en todos los países. La vida de los paparazzi (generosamente gratificados por los mismos medios), está ligada a las aventuras amarillistas que se permitieron algunos periódicos italianos, creadores de esta forma de espionaje, antes que fueran ironizados en los filmes de Fellini e imitados al por mayor por muchas publicaciones occidentales. Gracias a ellos, la privacidad dejó de estar en segundo plano.
Es muy poco probable que quienes se asoman a los asuntos públicos ignoren los riesgos a que se enfrentan cuando se inician en los ajetreos comunitarios. La primera probabilidad consiste en que la familia queda expuesta, y con ella los hijos en el colegio o en el trabajo. Por esta razón la garantía de privacidad pasa entonces a un primer plano y propicia a ser ojeada. Los valores burgueses --representados en la ecuación de individuo/propiedad privada/libertad personal--, adquieren nuevos significados cuando se trata de examinar la relación del individuo público con la propiedad pública y su corolario, la justicia social. Vale decir: los valores burgueses privados que son tocados por lo público, devienen públicos –a pesar de quienes quieran ocultarlo o negarlo.
El cambio que se produce cuando se pasa de manejar unos asuntos privados, a encargarse de decisiones que afectan a la propiedad pública, condiciona y dispara de inmediato las expectativas de la opinión a la que se debe el político. Dado que el sujeto que interviene en la política debe ocuparse de la propiedad de todos (la res publica), lo que no puede aceptar ninguna sociedad es la perversión de convertir la propiedad publica en propiedad privada. Porque la legitimidad de la política descansa precisamente en el respeto a la propiedad pública; cuando alguno hace ilegítimo el ejercicio de la política, se ve forzado a recibir un castigo en las urnas o en su vida privada por estar haciendo lo contrario.
Las exigencias de la política
No importa que las sociedades sean mas o menos exigentes con las virtudes privadas de las mujeres u hombres públicos. Lo que importa es si ellas, o ellos, son capaces de mantener un equilibrio entre sus derechos a la privacidad y una actitud consecuente de respeto por los bienes públicos que manejan. Y así debería ser, equilibrados, porque, en ultima instancia, la invasión a la vida privada de los políticos muchas veces se hace con su consentimiento (para darle satisfacciones a la plutografía), permitiendo de este modo voluntario una irrupción que puede ser perniciosa para su vida privada cuando no se pueden cuidar las espaldas.
La regla de oro continua siendo la misma: las exigencias de la política obligan a que los hombres públicos deban poseer una transparencia absoluta en sus acciones, en sus ingresos, en su patrimonio. Esta regla debe ser consecuente con una vida privada discreta, sin escándalos, abierta solamente a lo necesario. El riesgo de hacer lo contrario (aún aventurando las contingencias de las trampas telefónicas, por ejemplo) constituye un desafío y una invitación a que las críticas aparezcan cuando menos se las espera.
La protección de las instituciones
Como hace muchos años que la pregunta de la vida privada y pública de los políticos ronda en el ambiente, sabemos a priori que las respuestas no suelen ser homogéneas: cada país, cada cultura tiene su propia manera de ver y resolver ese problema de un modo incomparable. En primer lugar podemos decir que los colombianos hemos sido mas o menos tolerantes con la vida privada de sus hombres públicos, pero ¿cuánta indulgencia podemos o debemos tener hoy con la vida privada de los hombres públicos en este mar de hipocresías y contradicciones que vemos a diario, incluso en el marco de esa "corrupción ideológica" de la que nos hablaba una vez el doctor Carlos Lemos?
Vuelven las preguntas: hace años, una institución tan importante como la Iglesia se ocupó de vetar el nombramiento de una gobernadora pereirana porque se había casado por lo civil. En aquel entonces muy pocos se hicieron la pregunta de si una institución como el Congreso debía enfrentarse radicalmente con la Iglesia para dirimir los alcances de este asunto político. Lord Devlin, un famoso jurista inglés, decía que toda sociedad tiene derecho "a proteger a sus instituciones sociales más importantes" basándose en principios morales”. Es decir, que todas las sociedades deben decidir si la invisible vida privada de sus hombres públicos debe ser protegida o, por el contrario, los principios morales y consensuales de esa sociedad obligan a la transparencia de tales hombres. No creo saber todavía cuáles es la trascendencia que esta afirmación tiene para los congresistas colombianos de hoy.
¿Cómo se debe legislar?
En consecuencia, otra pregunta salta a la vista: ¿deben las instituciones de una sociedad ser protegidas del "libertinaje" aun al precio de la libertad de cada uno? ¿Cómo puede un legislador decidir si los actos sexuales de sus conciudadanos son inmorales? ¿Hasta qué punto pueden esos mismos legisladores ocuparse de la vida privada de sus gobernantes, más allá de las confesiones que contienen perjurio o engaño? ¿Pueden ellos darle cabida al prejuicio en todas sus formas?
El prejuicio, una de las formas de enjuiciar a los demás, está basado en una "moral irracional" (como decía Ronald Dworkin): la moral irracional de los nazis cuando enjuiciaron a los judíos para sustentar sobre ellos el Holocausto. En tal sentido, la evaluación que se haga de la vida privada de los hombres públicos cae fácilmente en la categoría de prejuicios cuando una sociedad decide castigar aquellos actos que se salen del curso corriente y en consecuencia se empieza a insinuar, por ejemplo, que las aventuras extramatrimoniales de los personajes públicos pueden tener, como reflejo, un comportamiento "deshonesto" en público. Si es adúltero no es honrado, dirían los recalcitrantes. Así se forma el prejuicio.
Esta sería la manera como una suposición intuitiva de mucha gente puede convertirse en prejuicio colectivo, aunque no siempre esté asociada con la conducta pública. (Lo que si está asociado por el público es la versión de que si roban los de arriba los de abajo deben hacerlo mejor, pero ello es mas una actitud que un prejuicio. Otra actitud similar suele presentarse bajo la forma de esta afirmación: “roba, pero hace cosas”, con lo cual se justifica la corrupción a cambio absolverla por hacer las obras que una comunidad necesita).
La conducta sexual de los políticos
La vida privada de los hombres públicos en realidad está asociada con sus conductas íntimas. Cada sociedad tiene unos códigos sexuales con los cuales se juzga a los individuos, incluyendo a los gobernantes. Por ejemplo, el código sexual de la Costa atlántica es mucho más flexible que otros departamentos colombianos, y así debe ser apreciado a la luz de las costumbres que allá se tienen en forma tradicional. (Esta reflexión es independiente de que sea un paradigma digno de ser imitado por otras regiones que miran el asunto de modo diferente).
El patrón costeño de la sexualidad tiene una fuerza cultural y unas características tales que apuntan a ser visto en forma complaciente: los devaneos de CAP en Venezuela con su secretaria; la actitud provocadora del expresidente Rafael Núñez con su amante cartagenera; y podrían multiplicarse los ejemplos del trópico empezando por Bolívar y Manuelita. Pero en otros países también observamos formas deferentes. En el caso argentino, cabe pensar en las relaciones de Perón con Evita, y en el norteamericano los sonados casos de Roosevelt con su secretaria y de John F. Kennedy con ilustres artistas de cine. El caso Dumas rebasó el aspecto sexual y empezó a verse más como una novela de espías.
El código sexual de algunos países puede ser mirado como benévolo cuando un escándalo no pase a ser lo suficientemente trascendental como para pedir un "impeachement" del gobernante. En una observación general de los episodios latinoamericanos parece evidente que la condescendencia se parece al pragmatismo de los norteamericanos: mientras gobierne bien el Presidente, su vida privada es asunto suyo. Pero de nuevo surgen las preguntas: ¿estamos preparados en Colombia para empezar a definir este debate de la vida privada de los hombres públicos? ¿Es acaso una cuestión innecesaria? ¿No será mejor dejar las cosas como están? O, por el contrario, ¿deben nuestros legisladores prepararse para ello? ¿Y dónde encontramos entonces los criterios y la jurisprudencia de los jueces para evaluar la vida privada de los hombres de Estado?
En la Inglaterra puritana de Oscar Wilde todo estaba preparado para que la cárcel de Reading fuera el símbolo del castigo a los gay. Hoy, en esta sociedad globalizada, intercomunicada y permisiva que tenemos adelante no podemos decir lo mismo con respecto a la búsqueda de intervenciones públicas en la vida privada de los famosos. Aquel tipo de símbolos como una prisión especial se han ido abajo. Hoy en día solo nos queda descartar a los feroces talibanes que ejecutan a todos los adúlteros, independientemente si son o no son hombres públicos. De resto, que venga el diablo y escoja.
Pero la contradicción que nunca reconoció el fiscal Starr es que, según él, Clinton no era capaz de gobernar a los EE.UU. porque tenía una vida privada !!
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