Como en la novela de Orwell: El fascismo es la libertad, la guerra es la paz, la ignorancia el conocimiento...

 


La montaña rusa

Durante medio siglo
la poesía fue
el paraíso del tonto solemne.
Hasta que vine yo
y me instalé con mi montaña rusa.

Suban, si les parece.
Claro que yo no respondo si bajan
echando sangre por boca y narices.

 

Nicanor Parra

 

EN ESTA HOJARASCA

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ENLACES DEL MES:
 

  • Ejemplar #16, diciembre de 2005   
           

                      Poesía

     

                         Un adiós a Eutiquio Leal

                                        Maruja Viera

    Eutiquio:
    He estado haciéndole
    gambetas
    a este dolor de tu muerte.

    Pero hoy catorce de mayo
    a las seis de la tarde
    me llegó de frente,
    como una manada
    furiosa de soles.

    Fuiste duro para morir;
    no te decidías a marcharte.

    Pensabas que todavía
    era posible luchar,
    levantar de nuevo
    los ídolos rotos,
    recobrar las banderas
    perdidas.

    Para ti los ídolos
    estaban intactos,
    las banderas
    ardían en el viento.

    Fuiste duro y luchaste.

    Luchaste
    contra la muerte
    y su puñal en alto.

    Y te rendiste al fin,
    cuando la mano
    que más te amó
    en el mundo
    acariciaba tus manos.

    Cordelia
    de un Rey Lear derrotado
    que nunca quiso
    darse por vencido.

     




                                 Poema sobre dos paletas o dos ciudades

     

                                  Gustavo Enrique Ortiz Clavijo

    I.

    Un racimo de naranjas se cocina

    sobre la mesa servida para el ojo,

    sus jugos son lluvia de lejanía

    escrita en las bitácoras de Octubre,

    mes extrañamente trágico,

    como por aquellas jornadas

    en que àngeles de zapote

    se lavaron con piedra viva y olvido,

    a eso del caer de la tarde.

    Las bicicletas masacradas

    en el óxido de la ausencia,

    instantáneas de verde pajizo

    en pendones heridos de arena

    prendidos por la historia

    de algún 1968.

    II.

    Bicicletas en Amsterdam

    dormidas en la melancolía

    de una calle envejecida,

    instantánea velada

    por la ceniza del beso

    y las piedras lechosas

    de un río que no olvida.

    Postal de viaje en grises:

    Un rasguño solitario

    de las cosas que no se dicen.

    Dos monjes oscuros

    arden palidecidos en la otra orilla,

    unos ojos de mujer

    sobre la arena del amanecer,

    con nombre de ciudad infinita.