I.
Un racimo de naranjas se cocina
sobre la mesa servida para el ojo,
sus jugos son lluvia de lejanía
escrita en las bitácoras de Octubre,
mes extrañamente trágico,
como por aquellas jornadas
en que àngeles de zapote
se lavaron con piedra viva y olvido,
a eso del caer de la tarde.
Las bicicletas masacradas
en el óxido de la ausencia,
instantáneas de verde pajizo
en pendones heridos de arena
prendidos por la historia
de algún 1968.
II.
Bicicletas en Amsterdam
dormidas en la melancolía
de una calle envejecida,
instantánea velada
por la ceniza del beso
y las piedras lechosas
de un río que no olvida.
Postal de viaje en grises:
Un rasguño solitario
de las cosas que no se dicen.
Dos monjes oscuros
arden palidecidos en la otra orilla,
unos ojos de mujer
sobre la arena del amanecer,
con nombre de ciudad infinita.