Como en la novela de Orwell: El fascismo es la libertad, la guerra es la paz, la ignorancia el conocimiento...

 


La montaña rusa

Durante medio siglo
la poesía fue
el paraíso del tonto solemne.
Hasta que vine yo
y me instalé con mi montaña rusa.

Suban, si les parece.
Claro que yo no respondo si bajan
echando sangre por boca y narices.

 

Nicanor Parra

 

EN ESTA HOJARASCA

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ENLACES DEL MES:
 

  • Ejemplar #16, diciembre de 2005   
           

                      Arte y política

     

    El audiovisual de denuncia

    Natalia Díaz Martínez

     

    El arte audiovisual, entendido como la técnica de trabajar con el sonido y la imagen en movimiento en un soporte digital o analógico, en un medio televisivo o cinematográfico, para una audiencia reducida o grande; el ámbito de creación en el que se mueve el audiovisual, es devorado hoy en día por el nuevo pensamiento que se ha instalado en nuestra sociedad de la abundancia y de la libertad. Una sociedad en la que prima la ley del mínimo esfuerzo, de la rápida consecución, del tener para ser y de la ignorancia como forma suprema de manifestación de la información desbordante y superficial. Estas son nuestras lacras y en torno a estos cuatro elementos estamos configurando la sociedad del mañana, aquella que anunciaron Aldous Huxley y George Orwell. Estamos construyendo a la mujer y al hombre del futuro, herederos de los más loables logros históricos en el ámbito de la ciencia, del arte y la política, pero también testigos inútiles de los peores destrozos que el ser humano haya conseguido en la historia de la humanidad: genocidios, guerras, destrucción ecológica...

    El pensamiento único se instala en la sociedad desarrollada occidental y, como una epidemia, se extiende por el planeta gracias al brazo armado de la opresión política, militar y económica que el fuerte ejerce sobre el más débil. Como desde siempre han sabido todos los imperios que han estrangulado al mundo, hay un poderoso aliado para estos pilares de dominación: la cultura y los medios de comunicación. Formas “suaves” y convincentes de hacer creer lo inverosímil y lo inaceptable. De construir ejércitos de ciudadanos creyentes, dispuestos a dar la vida... por una ausencia de vida.

    El audiovisual es un instrumento más. De hecho, hoy en día, ya se ha convertido en uno de los más poderosos en la mano de cualquier gobierno dispuesto a controlar y manipular para su mayor beneficio. Después del poder militar, el poder de los medios de comunicación audiovisuales es el más efectivo. En realidad, la efectividad de ambos es paralela; es sólo una cuestión de buen aderezamiento de los dos, según el número y el tipo de víctimas que se persiga.

    Esto supone, o debería suponer, una gran responsabilidad para el profesional de los medios. No se trata solamente del ámbito del periodismo: cine y televisión, junto con los soportes técnicos que les acompañan (DVD, CD, internet, etc.) están bajo la mirada codiciosa y sospechosa de los constructores del pensamiento y la sociedad únicos. En esta situación en la que nos encontramos  hoy en día, ¿cuál es el papel que desempeña el profesional de los medios de comunicación y del audiovisual en nuestra sociedad? ¿Qué mujeres y hombres, criados y alimentados por ella, serán los operadores de esta gran máquina poderosa?

    Muchos entusiastas del audiovisual lo conciben como un medio para dar rienda suelta a su creatividad e imaginación. Pero la gran pregunta es: ¿se puede y se debe hoy en día ejercer un arte desgajado del mundo en el que vivimos, sobre todo si ese mundo se ve seriamente amenazado por un control de pensamiento, es decir, de impulsos autónomos y originarios? ¿Se puede, o se debe, decir que el fin del arte es alimentar nuestra parte espiritual, cuando resulta que el factor humano necesario para su desarrollo es el que está en serio peligro de extinción?

    Porque una sociedad dominada por el único interés de satisfacer las necesidades propias inmediatas, a través de un consumismo exacerbado a todos los niveles, no está construyendo individuos libres. Una sociedad dispuesta a conseguir sus fines por los medios que sea, se llevará por delante a todo aquel –o aquellos, bien sea otras sociedades, culturas o grupos que se expresen en un sentido contrario a los intereses del “bien común” dictaminado- que se le oponga. El que se opone es el enemigo a combatir. El artista, entonces, ¿sería un enemigo?

    Si en su definición, arte implica la manifestación de un espíritu libre, capaz de sentir el mundo (es decir, con sensibilidad) y a los seres que lo habitan en su esencia (y para ello, es preciso conocerlos, es decir, amarlos), el artista no puede ser una persona que se encierra en su estudio a regodearse en la “belleza” de su creación. Su creación es la expresión de su relación con el mundo. ¿Y cuál es su relación con el mundo? ¿Es realmente una relación libre, decidida y escogida? ¿o es más bien una relación impuesta?

    El artista de nuestra sociedad occidental del bienestar, hoy en día, ¿es quien quiere ser? La respuesta a esta pregunta no es tan obvia como un “sí” o un “no” sacados de una encuesta. Todos estamos dominados por un sinfín de estímulos abiertos y camuflados, que nos llevan a creer que tenemos lo que queremos, que necesitamos lo que nos ofrecen, que todos somos parte de una gran familia cuyo único objetivo es la felicidad. El discurso es atractivo, es difícil resistirse a él, tanto más cuanto que muchas veces ni siquiera somos conscientes de estar sumergidos en él.

    En cualquier caso, una cosa es clara: si no aprendemos a mirar a nuestro alrededor con otros ojos, si no tomamos conciencia de que en el mundo están pasando cosas y de que todo lo que sucede nos afecta en el presente y nos afectara en el futuro, si no estamos dispuestos a plantarnos, a pensar y decidir por nosotros mismos en la dirección que decidamos. En resumen, si no somos capaces de funcionar como animal político (es decir, posicionado), como animal humano (es decir, con afectos y con sentimientos por encima de los intereses), como animal creador (es decir, libre y sin cadenas), entonces no habrá arte que valga.

    El destino del mundo es el nuestro propio. ¿Habrá quizás que hacer política para hacer arte? ¿O es más bien el arte una forma de hacer política? ¿Qué papel desempeña el factor humano en el ejercicio del arte audiovisual y de los medios de comunicación, indispensable para cualquier actividad que se pretenda honesta?

    Arthur Koestler decía que el ser humano es incapaz de sentir con el mundo, hasta que se ve él mismo en posición de víctima. Nunca se tiene tanta curiosidad por el porvenir de la humanidad como cuando se está sentado en una jaula, custodiado por dos gorilas y cuando es preferible pensar en cualquier cosa más bien que en el propio destino y en las horas próximas.

    El audiovisual es un medio magnífico no sólo para expresar creatividad, sino para contribuir a engrasar las ruedas de un engranaje social, cuyo malfuncionamiento arrastrará en caída vertiginosa a toda una humanidad, sin distinciones de credo religioso, político, profesional... o artístico.

    Ficción o documental, hay muchas formas de encarar el propio trabajo. Denuncia social y política, apoyo a causas de derechos humanos, no están reñidos con la sensibilidad y la esencia humanas. El factor humano debería ser el único sello del creador. Y es que, el buen hacer profesional no está reñido con el compromiso y la denuncia, en oposición al discurso oficial. En este sentido, el audiovisual, y en concreto el documental, es un medio poderoso que puede conseguir una sensibilización fuerte y una respuesta concreta a la movilización por parte de la sociedad.

    Las productoras de audiovisual, hoy en día, también han comprendido que los temas sociales “están de moda”. Algunas, incluso, están dispuestas a invertir esfuerzos y dinero en su producción. Pero ocurre en ocasiones que la emergencia de los temas choca con una factura que se quiere bella, atractiva y fácil de consumir para atrapar al gran público. Esto por lo que se refiere a la forma. Con respecto al contenido, sigue costando trabajo sustraerse a la tentación del morbo. Los telediarios, pertenecientes a cadenas televisivas con fuertes intereses económicos, ya sólo buscan atraer a la audiencia con las noticias. Así, siempre se dará prioridad a un caso concreto de explotación sexual infantil donde resalte la visión de la miseria y la sordidez del hecho. Donde la lágrima y el grito de sufrimiento queden bien impresos en pantalla.

    El documental de denuncia tiene unas necesidades propias e inherentes que con mucha frecuencia están reñidas con el esquema de producción de las grandes productoras. El más importante es la emergencia de la situación y la inmediatez del mensaje que promueva a la acción. Así mismo, requiere un acercamiento, por parte del autor, desligado de intereses comerciales y de audiencia. El documental de denuncia está al servicio de sus propios personajes y de la sociedad que se quiere construir. De hecho, con un aprendizaje básico y preciso, se convertiría en un arma fantástica en las manos de sus protagonistas. Por supuesto, acompañado de una fuerte red de distribución y difusión.

    Esta sería la batalla contra los poderes de control de los medios de comunicación. Hoy en día se dispone del material tecnológico para conseguirlo. A las grandes arremetidas de los consorcios y multinacionales de la comunicación puede y debe oponerse una “guerra de guerrillas” de los medios audiovisuales de comunicación que parta desde las mismas bases.

     

    ase y privilegios para complacer a sus competidores económicos.