Vicisitudes de la oposición en Colombia
Eduardo Gómez
A diferencia de los países más avanzados de occidente, en Colombia no se permite una verdadera oposición al régimen establecido. Describamos, para comprenderlo mejor, las tendencias predominantes al respecto en los últimos setenta años de historia, así sea de manera muy panorámica. Cuando Olaya Herrera ganó la presidencia para el partido liberal (1930) Colombia entró en una nueva era y esa sensación se afianzó en las presidencias de López Pumarejo y Eduardo Santos. Sobre todo en los dos períodos de López (del 34 al 38 y del 42 al 45) predominó un aunténtico liberalismo que obtuvo decisivas reformas laborales, educativas, sindicalistas y a favor de la libertad de expresión, así como en el campo y en la naciente industria ligera. Pero la revolución en Marcha de López y luego el surgimiento del movimiento popular de Jorge Eliécer Gaitán, provocaron una reacción violenta en las oligarquías conservadoras (con la complicidad creciente de las oligarquías liberales que se habían opuesto a la modernización de las estructuras del sistema) de modo que, con ocasión de la Conferencia Panamericana de Bogotá, en 1948, asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán (según investigaciones muy posteriores) también con el patrocinio de la CIA. Los seguidores de Gaitán, que constituía la gran esperanza de un país con justicia social, reaccionaron con el levantamiento del 9 de abril, y de ese modo se inició el período conocido como la Violencia. El cual llegó tan lejos en su sistemática represión de carácter fascista contra todo movimiento de oposición que reclamara un viraje democrático, que surgieron las guerrillas del Llano de carácter liberal y comunista, con amplia predominancia de las primeras. Ante el crecimiento y el prestigio popular de las mismas y la progresiva impotencia el ejército para detenerlas, dirigentes de ambos partidos urdieron el golpe de estado de Rojas Pinilla que terminó, en parte, con las secuelas de la dictadura de Laureano Gómez, prolongada en cabeza de Urdaneta Arbelaez, y logró la entrega de las guerrillas liberales (cuyos dirigentes fueron después mayoritariamente asesinados). Rojas fue exaltado entonces como pacificador pero bastó que tratara de implantar algunas reformas de carácter populista, al estilo de Perón en Argentina, para que fuera a su vez derrocado por una huelga general patronal, dirigida por Alberto Lleras, el cual, además pactó el Frente Nacional con Laureano Gómez, el derrotado y desterrado dictador, responsable de atrocidades, restaurando su liderazgo político, así como el de miles de sicarios y políticos corruptos que lo habían apoyado. El Frente Nacional fue un pacto oligárquico por el cual solamente podían ejercer el poder, por turno, los dos partidos tradicionales con exclusión de toda oposición. De esa manera se instauró y legitimó la impunidad más aterradora en la historia de Colombia y se conservatizó el partido liberal, separando y enfrentando a sus dirigentes de las amplias y abnegadas multitudes que antes lo seguían. Es verdad que posteriormente hubo algunos intentos de democratizar el sistema, como por ejemplo, cuando Carlos Lleras Restrepo trató de implantar una reforma agraria capitalista para modernizar el campo y fundó una serie de institutos para dinamizar la economía. Pero el poder abrumador que había obtenido la reacción, a medida que el capitalismo salvaje se desarrollaba en el país, terminó por imponerse tornando más impotente al pueblo trabajador y más fuertes a sus dominadores y, por otra parte, las guerrillas (aún más radicalizadas) habían resurgido, lo cual dio pretexto a los gobiernos sucesivos para perseguir con saña toda oposición auténtica y a las organizaciones populares. Desde entonces, el país (incluso en las posteriores generaciones de oprimidos) se acostumbró a ese monopolio político que, hábilmente disfrazado de dos partidos, defiende con pocas y superficiales variaciones, los mismos intereses. Pero lo peor fue que el país se acostumbró progresivamente a la impunidad de los asesinatos y magnicidios políticos cuando quiera que trató de surgir una verdadera oposición a los regímenes plutocráticos. Como ejemplo, recordaremos el genocidio contra la Unión Patriótica, un partido en el que habían encontrado algunos sectores guerrilleros la manera de pasar a una lucha legal y pacífica y que dio cabida a la rebeldía inteligente de la juventud. No acababa de fundarse cuando empezaron las matanzas, hasta asesinar mas de 4000 dirigentes (incluidos dos candidatos presidenciales, senadores, representantes, alcaldes y concejales) en una casi total impunidad. Esa barbarie se planeó para obligar a replegarse en las montañas y llanuras a miles de jóvenes, muchos de ellos con buena preparación y que hubieran podido, desde la oposición legal, contribuir a la creación de un país moderno y mas culto. Se consiguió así volver “bandidos” (y por tanto “legitimar” su exclusión y extinción) a quienes por su posición de avanzada, podían hacer tambalear las oligarquías tradicionales. Incluso en los casos en que hubo pacto y entrega (como fue el caso de las guerrillas liberales del Llano y posteriormente del M-19) la matanza selectiva se realizo con sigilo, astucia e impunidad. En otros casos como el de Camilo Torres, la falta de garantías en las ciudades también obligó a la lucha desesperada en las montañas y desembocó en el asesinato del líder. También un reformista moderado del Liberalismo como Luis Carlos Galán fue asesinado (cuando se vio que sería elegido presidente) y disuelto su movimiento. Entretanto, en las ciudades se comenzó a implantar una censura con pena de muerte o de destierro para todo aquel que criticara al régimen desde un punto de vista radical y democrático. Fue así como la libertad de expresión terminó entendiéndose (en el mejor de los casos) como una libertad de diagnóstico pero sin permitir (con la excepción de quienes se arriesgaban a correr graves riesgos) el fijar responsabilidades concretas y señalar posibles salidas político-sociales.
Este bosquejo histórico, necesariamente incompleto y muy esquemático, es necesario para restaurar la memoria de los viejos y alertar a los jóvenes que la ignoran, de modo que les sea más comprensible la situación actual. La constante en esos sucesos es la respuesta represiva y dictatorial (disfrazada de defensa de una supuesta “democracia”) a las propuestas de cambio que consideran imposible una verdadera democracia política sin una democracia económica y sin una verdadera libertad de crítica y de disensión, con el agravante de que ninguno de los movimientos renovadores mencionados, hizo propuestas revolucionarias, sino reformas populares dentro del sistema operante, con vista a una modernización y racionalización del mismo. En otros términos: en Colombia no ha gobernado casi nunca, una burguesía moderna sino una oligarquía anacrónica. Es por eso que las clases dominantes no han sabido construir en Colombia ni siquiera un capitalismo moderno (del que serían las más beneficiadas) en el que por ejemplo, se haga una reforma agraria que acabe con el latifundismo e instaure la hacienda tecnificada a gran escala con obreros agrícolas en lugar de peones, o en el que se haga efectiva una separación entre el estado y la iglesia y se dé verdadera prioridad a una educación integral, basada en la filosofía, la ciencia y la técnica, en un contexto humanista avanzado; se expidan leyes antimonopólicas, se reformen los cuerpos armados y se reduzcan al mínimo los gastos de represión. Hasta un periódico tan moderado y tan representativo como El Tiempo, ha insistido en una serie de excelentes editoriales que la violencia guerrillera no puede seguir utilizándose como excusa para no emprender inmediatamente las reformas económico-sociales necesarias, que no se puede dejar esa iniciativa a la guerrilla y que los índices de pobreza que señalan que de cada diez colombianos siete son pobres y de 43 millones, 33 viven por debajo del bienestar elemental, son cifras que anuncian conflictos aún más graves en la sociedad colombiana..
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