El volcán
Juan Revelo Revelo
¡Oye Roberto! Parece que está temblando.
_ ¡No digas tonterías Ariadna!
_ No son tonterías, es un temblor de verdad. Mira cómo se mueven las lámparas del techo y los adornos de mi escritorio.
_ ¡Huy! Tienes razón. Está temblando. ¡Salgamos de aquí!
Salieron de la oficina y bajaron a toda velocidad por las escaleras que, a medida que descendían se iban congestionando de gente nerviosa, con rostros angustiados y manos trémulas. “¡Tranquilos! –advirtió alguien con fuerte voz-. ¡Bajemos sin atropellarnos y nada nos pasará”!..
Una señora gorda rodó gradas abajo, y se llevó con ella a dos muchachos que iban adelante. Roberto y Ariadna los esquivaron justo a tiempo y continuaron bajando. Quinto, cuarto, tercero, segundo piso...
_ ¡Dios mío! Estas escaleras se van a derrumbar –dijo Ariadna llena de temor. Se están moviendo mucho.
_ ¡Cálmate Ariadna! Ya casi alcanzamos la calle.
Cuando salieron del edificio, vieron que todos corrían hacia la plaza principal que estaba a una cuadra de distancia. Allí, una gran cantidad de gente observaba la enorme columna de humo que salía de la cima del volcán formando un cono inverso, con la parte más ancha extendida hacia el oeste, sobre un cielo que ya no era azul, sino de un tono caliginoso, entre grisáceo y cetrino. .
El imponente volcán Galeras había sido para los Quillacingas -que habitaron durante centurias el hermoso Valle de Atriz-, un lugar sagrado, el refugio de sus dioses tutelares, el vigilante perenne que nunca les causó daño. Ahora, era el icono de la ciudad, el lugar turístico más buscado por los amantes de los ascensos a pie, y el laboratorio preferido de los vulcanólogos, que diariamente monitoreaban su actividad sísmica, y que con frecuencia ascendían a la cumbre para estudiar las emanaciones del cráter. Ellos habían anunciado, unos días antes, que podía presentarse una erupción ya que los sismógrafos estaban registrando vibraciones en las profundidades de la tierra. Lo que no sabían era de qué intensidad iba a ser el evento, ni cuándo ocurriría. Informaron por emisoras y periódicos, que la población debía estar atenta a los boletines del observatorio sismológico de la ciudad para prevenir cualquier contingencia. Al principio, la gente siguió con atención esos mensajes, pero después de algunos días, como había sucedido en otras ocasiones, dejaron de escucharlos, confiados en que el volcán no despertaría en forma violenta.
En el transcurso de los últimos 500 años, se habían presentado numerosas erupciones, con leves flujos de gases y ceniza, y a veces, con lava y pequeñas rocas incandescentes que jamás causaron daño a las personas. Por lo general, estos flujos piroclásticos afectaban las laderas del volcán situadas en el lado opuesto, y a la ciudad sólo llegaban las cenizas empujadas por el viento. Esta era la razón por la cual la mayoría de los habitantes del Valle de Atriz -acostumbrados a esas demostraciones de poder de su gran “león rugiente”, pero inofensivas para la población-, no se sintieron inquietos esa mañana, al ver que la nube densa que salía del cráter iba creciendo con rapidez. En cambio, Ariadna tenía el presentimiento que algo grave estaba a punto de suceder y que debía tomar precauciones. Al ver a la gente contemplando tranquila la descomunal columna de humo, que a las tres de la tarde alcanzó una altura similar a la del volcán, imaginó que igual confianza debieron tener los pobladores de Pompeya, antes de que el Vesubio los sepultara con su apocalíptica erupción en el año 79. Supuso que como les ocurría a los valleatrizanos, también los habitantes de Pompeya debieron estar acostumbrados a las emanaciones de gases y ceniza, y a los ruidos sordos del Vesubio, que ellos creían eran los ronquidos del dios del fuego que vivía en su interior. Por eso no tomaron precauciones, y sólo cuando vieron bajar por las laderas, los pavorosos ríos de lava, trataron de escapar pero ya era tarde. Decenas de miles de personas murieron sofocados por el calor y por los gases tóxicos, antes que pudieran salir de sus casas.,
_ ¡Dios nos libre de una tragedia como esa! –dijo Roberto cuando ella le contó que acababa de recordar ese hecho histórico.
_ Yo creo que debemos buscar refugio –insistió Ariadna preocupada-. Esa nube de humo no me gusta. Les voy a decir a mis padres que nos vayamos para la finca. Allá, a 30 kilómetros del volcán, estaremos más seguros.
Cuando terminó de hablar por teléfono, le dijo a Roberto que sus padres estuvieron de acuerdo en que era mejor “prevenir que lamentar” y que viajarían esa misma tarde a la finca. Además le contó que su papá le había dicho que con gusto le ofrecían posada a él y a sus padres. “La casa es grande -dijo-, y allí pueden quedarse los días que quieran”.
_ ¡Mil gracias Ariadna! Tú y tu papá son muy generosos, pero yo pienso que el peligro ya pasó. Mientras hablabas con los tuyos, escuché en la radio una entrevista que le hicieron a un vulcanólogo que dijo que la columna de humo era provocada por una evacuación voluminosa de ceniza y gases, y que la probabilidad de que se presente una erupción explosiva, con lava y piedras volcánicas, era muy baja. Recuerda que en otras ocasiones ha acontecido lo mismo: Después de estar lanzando humo durante varios días, el Galeras siempre vuelve a su habitual quietud y todo queda tranquilo.
Cuando Ariadna y sus padres llegaron a la finca ya era de noche. Una inmensa luna alumbraba al mundo como si fuera un farol sostenido por una mano prodigiosa. Ariadna se quedó contemplándola durante varios minutos y después entró a la casa, dio las buenas noches y se acostó. El sonido monótono de las chicharras y el cansancio del día, fueron adormeciéndola. Vio entonces a Roberto corriendo por la calle y se sintió intranquila. Miró el reloj. Eran las dos de la mañana exactamente. Levantó la mirada y no supo si lo que observaron sus ojos era la realidad o una alucinación provocada por sus temores. Después, todo sucedió muy rápido. La gente salió a las calles temblando de miedo. Acababan de escuchar una fuerte explosión, como si una bomba de altísimo poder hubiese estallado en la cima del Galeras. Una corrosiva nube de cenizas fue extendiéndose rápidamente bajo la luz de la luna, en copos apretados, y un olor sulfuroso bajó con el viento y se metió por todos los rincones del Valle de Atriz. “¡Vamos a un refugio!” –gritó alguien lleno de pánico-. “Yo creo que los refugios no sirven porque el volcán empezó a echar lava –dijo una mujer corriendo con un niño en los brazos-. Mejor busquemos un taxi, un bus, un carro y larguémonos de aquí”. “Yo te dije ayer que nos fuéramos para Buesaco o Tangua y no me hiciste caso”. “Es que los informes de las autoridades decían que no iban a presentarse problemas”. “Ya es tarde para cualquier lamentación”. “!Salgamos rápido¡”
Miles de partículas luminosos salieron disparadas del cráter y encendieron la oscuridad con un resplandor terrorífico y asfixiante. Flujos piroclásticos y de lodo empezaron a bajar por las quebradas Midoro y Mijitayo, y también por San José, San Francisco y Los Saltos. Las casas de los barrios más cercanos a las faldas del volcán fueron las más afectadas. La gente corría calle abajo, gritando desesperadamente. Tosían, tropezaban, se ahogaban con los gases y la ola de calor. En medio de la multitud volvió a ver a Roberto tratando de subir a un camión que estaba lleno hasta el tope. “¡Vamos a Chachagüí, a la finca de Ariadna!” –oyó que le dijo al chofer, mientras una serpiente de fuego y ceniza, avanzaba por detrás, incendiándolo todo.
_ ¡Roberto, Roberto! ¡Súbete rápido! –grito ella, llena de angustia-, pero el camión arrancó sin él, haciendo un ruido extraño.
_¿Que te pasa hijita? –oyó la voz de su madre, detrás de la puerta de su habitación-. Te escuché que estabas gritando.
_ Tal vez fue una pesadilla mamá –dijo levantándose sudorosa y jadeante, y le contó lo que acababa de ver.
_ ¡Tranquilízate mi amor! Fue sólo fue un sueño. Una pesadilla y nada más.
Cuando su madre salió de la alcoba, Ariadna marcó al celular de Roberto. Volvió a mirar la hora y abrió los ojos llenos de espanto porque esa nube de humo no me gusta: faltaban quince minutos para las dos de la mañana.
|