Jorge Enrique Robledo
En su columna en El Tiempo del 19 de septiembre pasado, Juan Manuel Santos utilizó el debate en el Senado sobre los alcoholes carburantes para criticarme e “ilustrar las contradicciones conceptuales de la vieja izquierda colombiana”, porque en él defendí la protección a los ingenios azucareros y al cultivo de la caña. Afirmó que esta beneficia a “un puñado de familias dueñas del negocio” y a unos “pocos terratenientes”, mientras sacrifica a 44 millones de colombianos que tienen que pagar por el azúcar un “precio interno que es muchísimo más alto que el precio internacional”. Pero tuvo que agregar: “El tema, claro, no es tan sencillo, tiene muchas aristas, y pueden existir otras razones para justificar la protección”. Veámoslas.
La primera es que con el azúcar ocurre lo mismo que con casi todo el agro, que también desaparecería o sufriría una crisis gravísima si los precios nacionales se igualaran con los internacionales. Para saber que ello es así basta con mirar los aranceles que impiden ese desastre en el arroz, maíz, algodón, papa, fríjol, palma, huevo, leche, pollo, cerdo y hasta res. Incluso, el café sufriría bastante frente a los granos más baratos de Asia, África y América. Todo esto es lo que se arriesga con la globalización neoliberal, que tiene en el TLC con Estados Unidos uno de sus pasos principales.
Los primeros afectados con el desplazamiento de la producción nacional por la extranjera no serían los productores mayores sino los menores, empezando por los campesinos e indígenas, por definición más débiles a la hora de enfrentar una mayor competencia. Las importaciones azucareras generarían otra consecuencia indeseable: sacarían del agro a 350 mil colombianos que producen panela, quienes serían excluidos del negocio por las mejores tierras y plantas de procesamiento que hoy se dedican al azúcar y que se convertirían en paneleras.
En el caso de la producción empresarial, su quiebra no tendría como principales víctimas a los empresarios, que por sus propias condiciones seguramente no terminarán en la indigencia. Pero los jornaleros que trabajan para ellos sí se sumarían a las legiones de desempleados que se rebuscan el sustento en las faenas peor pagas, inestables e improductivas, como ya lo enseñó la primera fase de la apertura, en la que Juan Manuel Santos fue ministro de César Gaviria.
La ruina del agro también golpearía a los trabajadores urbanos que laboran en las empresas que les venden a los consumidores rurales. Si algo prueba la experiencia de los países desarrollados es que sin un mercado interno fuerte no progresan las naciones, pues no hay consumo donde primero no hay producción. Que se les pregunte a los colombianos qué prefieren: ¿empleo y comida más costosa que en otros países o desempleo y alimentos importados más baratos? Y eso suponiendo que estos llegarán a menores costos, porque lo que sucede es que los monopolios importadores utilizan los precios más bajos para quebrar a los productores nacionales, pero no se los trasladan al consumidor.
País que renuncie a producir la dieta básica de su nación pierde también su seguridad o soberanía alimentaria, es decir, queda sometido a lo que le impongan los países y transnacionales a los que tenga que comprarles la comida. Esta es la principal razón, además de las otras, que explica por qué las naciones desarrolladas gastan 370 mil millones de dólares anuales en subsidios a su agro. ¿O lo harán por idiotas?
Juan Manuel Santos expresa bien, lo mismo que Rudolf Hommes, el punto de vista del populismo neoliberal, el cual se las da de progresista atacando a los empresarios nacionales, mientras silencia que su propuesta favorece a los monopolistas extranjeros, cuyas descomunales fortunas dejan en ridículo hasta las de los magnates colombianos. Y con respecto a si la defensa del agro es una bandera de la izquierda, digamos que aquí no caben astucias sectarias para facilitar que se arruine el sector. Porque es un deber de los patriotas de Colombia, se sientan de izquierda o de derecha, unirse para defender la producción nacional.
Bogotá, 24 de septiembre de 2004.
Crédito: http://www.moir.org.co, http://www.moir.org.co/robledo.php y http://www.deslinde.org.co
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