España 2015: Innovar la democracia
Néstor Hernando Parra
Se espera que España en el 2015, como consecuencia de las crisis -la económica y la tecnológica, la política y la ética-, tras las fuertes sequías sociales, las ventiscas y borrascas económicas fruto de las condiciones propias y las de otras latitudes –la soberanía transnacional de la Unión Europea y la economía globalizada-, comiencen a cosechar las protestas de Los Indignados que, si al principio clamaban por entrar en el sistema, hoy están organizándose en su contra pretendiendo hacerse pacíficamente con las riendas del poder o a ser factor determinante en el ejercicio del mismo, con una consigna tácita: Podemos ejercer el poder. En Grecia podría hacerse realidad algo similar si a fines de este mes Syriza gana las elecciones, lo que ha venido de maravilla a los especuladores de los mercados financieros internacionales.
Más que por su propio empeño, la dinámica del descontento corre por cuenta del desmantelamiento de legitimidad del gobierno ante la abundante evidencia de corrupción en las instituciones y organismos del establecimiento, comenzando por la banca y los partidos políticos, que se van desgranando de la mazorca que los ha mantenido apiñados. Se incrementa así el número de desencantados que tras prolongado letargo van despertando y tomando conciencia de víctimas en busca de su propio destino, antes que de venganza, dejando a la justicia su papel.
La economía irá a mejor, predice el Gobierno con base en las estimaciones macroeconómicas, la favorable reducción del precio del petróleo, el crecimiento del PIB, 2%, el aumento en el consumo, y la reactivación del empleo, pero los españoles sienten que las condiciones laborales son precarias por la temporalidad, la fragmentación de la jornada de trabajo para que aumente el número de trabajadores, la decreciente remuneración, y persisten la tasa de desempleo general, 24%, y la juvenil, 50%, y la vulnerabilidad de sus derechos sociales.
En los ochenta, cuando los partidos socialdemócratas europeos se dieron a la complacencia de sus logros, perdieron el incentivo a la experimentación y por ende a la innovación, mientras los conservadores maquillaban su fachada con las tinturas de la economía neoliberal anglosajona, con las que también se ungieron muchos de los otrora progresistas con tal de permanecer en la mesa del poder. La democracia liberal, propia de la sociedad industrial, se entronizó sin que los políticos se percataran de que la revolución tecnológica venía velozmente generando cambios y construyendo la sociedad del conocimiento. De la hecatombe del modelo solidario europeo se han salvado los países escandinavos quizás en virtud de la perseverancia en su política, el pragmatismo de sus diferentes gobiernos, la fortaleza de su sistema social y un emblemático sistema educativo innovador.
Por su parte, la Unión Europea lentamente seguirá intentando corregir el modelo de integración económica, así continúe la desigualdad entre los países avanzados y los rezagados. La política de severa austeridad tendrá que ceder el paso al gasto público a fin de reactivar la economía hoy en peligro de deflación indefinida. El modelo de integración política también deberá ser revisado en procura de una gobernanza más fluida y eficiente. Otros temas, como el del comportamiento del euro y el de los mercados internacionales, también incidirán en el estrictamente interno y político de España, pero son materias reservadas a los avezados arúspices de la economía.
Sean cuales fueren los resultados electorales de fin de año, España ya no será la misma. Tras casi cuarenta años de bipartidismo sobrevendrá el pluripartidismo, desaparecerá el gobierno conservador de mayoría absoluta alcanzada tres años atrás con promesas ciertamente incumplidas, hoy de espaldas a la opinión de sus propios electores –reducidos a la mitad- mientras aprovecha la mayoría parlamentaria para imponer “democráticamente” normas represivas o retardatarias que le enajenan aún más la voluntad de sus conciudadanos.
Quedan por conocer las alianzas y la perdurabilidad de las mismas, pues de gobiernos estables España transitará por crisis coyunturales que harán esquiva la gobernanza. Cualesquiera que sean -incluso la de los partidos tradicionales- tendrán una agenda constitucional impostergable: innovar la democracia en procura de mantener la unidad política, un sistema electoral que refleje de forma equitativa los diferentes matices de la opinión ciudadana, un sistema educativo acorde con la evolución tecnológica y social, la garantía de la prestación de los servicios de salud y de educación públicas, la vigilante participación ciudadana en busca de transparencia y eficiencia de la administración, y un sistema impositivo que permita financiar programas de equidad que angosten la brecha de la desigualdad y estimulen el progreso colectivo estimulando nuevas formas de producción, posiblemente comunitarias. Las diferencias las marcará la profundidad de las reformas y la voluntad de hacerlas operativas. En últimas, los españoles defenderán la cultura del bienvivir, así sea en ambientes modestos en los que seguirá predominando la alegría y la búsqueda de la felicidad sencilla.
Valencia, 6 de enero de 2015