Foto cortesía Trigo Limpo teatro ACERT, Tondela, Portugal
Un viaje al país de las nubes
Mario Lamo Jiménez
I
En el país de Piensoentí, en el pueblo de Nomeolvides, vivían Valeriano y su hermanita Isaura. Todas las mañanas jugaban juntos a imitar el canto de las aves. Por la mañana imitaban al toche, un pájaro madrugador cuya especialidad era cantar y comer casquitos de naranja. Al mediodía chapoteaban en la laguna, imitando el graznido de las garzas que se bañaban allí todos los días y por la noche imitaban al búho trasnochador de ojos de luna y pico de garfio. Pero un día, cuando salieron a imitar al pájaro diostedé, un desfile de nubes apareció por el cielo y se posó justo encima de Nomeolvides. Al poco rato, empezó a llover.
Y llovió de todo.
Llovieron naranjas dulces y limones agrios, pájaros de piña y flores de mango, plumas rosadas y rosas emplumadas. Entonces Valeriano e Isaura buscaron refugio en su casa y desde la ventana se divirtieron viendo llover. Y de tanto ver llover cosas tan entretenidas, terminaron por aburrirse. Entonces fueron al cuarto de su abuelo, Ismael Lanchas, y a coro le dijeron:
—Abuelo, cuéntanos un cuento.
Pero el abuelo no les respondió. Estaba muy ocupado contando los mil quinientos sesenta y nueve pececitos de colores que nadaban en su pecera y no quería perder la cuenta. Una vez que terminó, levantó la vista, se alisó su barba blanca y en su boca, los niños vieron que les sonreía un cuento.
—Y, ¿qué quieren que les cuente hoy? —preguntó el abuelo.
—Abuelo, ¿de dónde vienen las nubes? —preguntaron ellos.
Y el abuelo respondió:
—Las nubes vienen de tierras lejanas. Yo soy de las pocas personas que han visitado la ciudad de las nubes.
—¿Cómo se llama esa ciudad? —preguntaron curiosos los niños.
—Se llama Quedomuylejos. Es un lugar frío en lo alto de una montaña. En esa ciudad hay mucha niebla y la gente siempre se viste de negro, porque el negro es el color que más calienta. Allá las piedras son de sal y los pájaros en vez de cantar, alegan —respondió el abuelo.
—¿Y cuando llueve, llueven limones y naranjas, pájaros de piña y flores de mango? —preguntaron los niños, con unos ojos tan grandes, que a la casa se le abrieron otras cuatro ventanas.
—No sólo llueve eso —respondió el abuelo—. Una vez, en Quedomuylejos, vi llover jugo de mango y con el zumo se formó un lago de limonada.
—¡Limonada de mango! Nosotros queremos ir allí —dijeron los niños y de inmediato se asomaron por la ventana, justo cuando estaba acabando de nevar una tormenta de pétalos de rosa.
II
Apresurados, Isaura y Valeriano dirigieron la mirada al horizonte de donde venían las nubes. Se calzaron los zapatos que quitan el cansancio y emprendieron su viaje. No acababan de salir cuando llegaron a una ciudad que no existía antes de que cayera la tormenta. Estaba hecha de bloques de hielo de colores y canto de ruiseñores.
—Es una ciudad llovida del cielo —dijo Isaura con certeza.
—Parece muy bonita —agregó Valeriano— entremos antes de que se derrita.
—Tal vez aquí podamos preguntar si ésta es la ciudad de donde vienen las nubes del cielo —dijo la niña emocionada.
La pareja de niños entró de prisa por una puerta redonda y se resbaló por una calle inclinada que conducía directamente a la plaza. Allí, cantidades de niños patinaban en el hielo y un reno vendía helados de fuego.
—¡¡Calientes, calientes, los helados!! —gritaba el reno, exhalando vapor a los cuatro vientos. Los niños se acercaron y le preguntaron:
—Disculpe, señor paletero caliente, ¿es ésta la ciudad de donde salen las nubes que navegan por el cielo?
El reno los miró con una mirada fría y con una voz gélida contestó:
—¡Helados calientes, calientes los helados!
—Me imagino que eso quiere decir que no —dijo Isaura.
Y entonces, Valeriano se dirigió a una niña que se mecía en una ola congelada, para preguntarle lo mismo, pero el rugido también congelado de la ola era tan fuerte que Valeriano no podía escuchar siquiera sus propias palabras.
Luego entraron en un edificio de paredes de agua helada y transparente, donde muchos niños se divertían de una manera extraña. Pronto, los niños cayeron en cuenta de que en ese edificio, las palabras se volvían pedazos de hielo al salir de la boca y quedaban pegadas al objeto que tuvieran más cerca. Todos los niños, en vez de hablar, se lanzaban las palabras como si fueran bolas de nieve y en la confusión resultante, nadie entendía nada de lo que decían los demás. Para ver qué pasaría con su propia voz, Isaura cantó como cantan las guacharacas y admirada vio cómo las notas de su canción formaban un castillo musical.
III
El tiempo pasó resbalosamente y al llegar el mediodía algo extraordinario sucedió. El sol empezó a derretir la ciudad de hielo con todos sus habitantes y repentinamente, Valeriano e Isaura se vieron navegando en un río que no era como todos los ríos, porque en vez de ir al mar, se devolvía montaña arriba. Para su fortuna, el tronco hueco de un árbol de macondo les servía de balsa. No habían navegado mucho cuando una mariposa de la selva se posó en el improvisado mástil que una rama colgante les había deparado. La mariposa se lamió las patas y con unos ojos de búho que traía dibujados en las alas, miró fijamente a Isaura. Isaura le devolvió la mirada y le dijo:
—Perdone que le interrumpa su baño, señora mariposa marinera, pero, ¿adónde nos lleva este barco?
La mariposa, guiñando sus alas, le contestó con su voz azul de mariposa:
—Este barco no nos lleva, nos trae.
—Pero, ¿puedo saber adónde llega? —insistió Isaura.
—A la ciudad de las nubes —dijo la mariposa. Luego, batió sus alas y con su sonrisa verde de mariposa, dijo de prisa:
—Lo siento, pero tengo que irme. Es mi hora de almuerzo.
Isaura y Valeriano vieron cómo la mariposa, haciendo más piruetas que un acróbata de circo, se dirigía a la orilla. Al llegar, se posó en la cabeza de un cocodrilo que lloraba dulcemente porque estaba enamorado de la Luna. Allí, la mariposa empezó a beberse sus lágrimas una por una, eructó luego una burbuja anaranjada y se quedó dormida. Los niños se quedaron boquiabiertos mirando la burbuja que se elevaba juguetona. Y entre más se elevaba, más grande se volvía y pronto parecía como otra luna llena, hasta que por fin hizo ¡puf! y se reventó. Un trueno estremeció el aire y del cielo empezaron a llover lágrimas de cocodrilo. Al ver esto, el cocodrilo lloró aún más, y en menos de lo que le tocaba producir una lágrima, un enjambre de mariposas azules se le posó encima y con el poder de sus alas lo elevaron por el cielo para que pudiera ir a visitar la Luna.
IV
Mientras el cocodrilo volador desaparecía tras una nube, una tonina —que es como un delfín de río— se acercó a la balsa donde viajaban los niños y comenzó a saltar fuera del agua para atraer su atención. Con un coletazo hizo salpicar el agua y mojó la balsa.
—¡Caramba, qué modales! —exclamó Valeriano, mirando indignado a la tonina. Soltó luego una tos fingida y dijo—: no me acuerdo haberle solicitado un baño.
Haciendo caso omiso a la queja del niño, la tonina contestó:
—Me llamo Mirada de Mar y vengo del país de las toninas.
—Perdone usted, señora ballena voladora, ¿qué son toninas? —preguntó curiosa Isaura.
—Todo el mundo sabe que las toninas no somos ballenas sino peces mágicos y que tenemos una ciudad en el fondo del océano— contestó sorprendida Mirada de Mar ante la ignorancia de la niña. Después de una breve pausa, les preguntó:
—¿Les gustaría visitar mi ciudad escondida?
Los niños se miraron y sus ojos se abrieron como dos cataratas y sin siquiera hablar entre sí, a coro asintieron con la cabeza. Entonces la tonina dio un gran salto y un remolino abrió una puerta de cristal por la que el palo de macondo, con Isaura y Valeriano a bordo, se escurrió por debajo del agua. Con gran fanfarria, la tonina soltó un discurso de burbujas y dijo:
—Bienvenidos a la ciudad de las toninas.
Isaura y Valeriano se miraron aterrados porque no veían ninguna ciudad por parte alguna.
Ante su cara de sorpresa, la tonina dijo:
—Disculpen, disculpen, se me olvidó darles sus anteojos mágicos.
Entonces soltó un trompetazo de agua y dos pares de peces redondos y transparentes se posaron ante los ojos de los niños y una ciudad de miles de colores apareció ante su vista. Pero no eran solamente los colores lo que los maravillaban, sino los seres fabulosos que poblaban la ciudad.
—Permítanme que les presente al lenguado abanderado— dijo Mirada de Mar.
En ese momento, un enorme pez lenguado cuya piel estaba cubierta con los colores de las banderas de todos los países del mundo, hizo su aparición, arrastrándose lentamente por el fondo marino.
—Cada vez que se forma un nuevo país —explicó Mirada de Mar— el lenguado abanderado hace una fotocopia de piel a todo color de la bandera. Como hay tantos países, ahora se ha puesto del tamaño de una ballena.
En ese instante, una piedra cercana cambió de color y empezó a moverse. Los niños asustados, retrocedieron al verla.
—Tranquilos —dijo Mirada de Mar —éste es el Pulpo Hipólito. Le gusta cambiar de forma y de color para que nadie lo vea. Bueno, ahora quiero llevarlos a nuestro hotel de cinco estrellas de mar, al Castillo de Coral —añadió Mirada de Mar— es un castillo hecho con piedras vivas y uno no tiene que construirlo, porque él mismo se va haciendo. Si quieren, pueden dormir ahí esta noche.
Enseguida, un par de tortugas taxi recogieron a Isaura y a Valeriano y los llevaron por las calles empedradas en conchas de la ciudad escondida. En una esquina vieron cómo unos peces payasos divertían al público con sus pecepayasadas, mientras una ballena risueña soltaba un chorro de la risa y un pez espada cortaba el agua a carcajadas. De pronto, las tortugas se detuvieron y un pez semáforo cambió de verde a amarillo a rojo. Todos los seres del agua se quedaron quietos y empezaron a tener una fiesta de colores. En sólo tres minutos, Valeriano e Isaura contaron 22 millones de colores distintos que nunca antes habían visto. Finalmente el pez semáforo se puso verde de la risa y el agua con sus peces siguió circulando, y las tortugas arrancaron de nuevo. No se volvieron a detener sino hasta que llegaron al Castillo de Coral, y allí los niños se quedaron dormidos, cada uno en una concha–cama, donde una esponja de mar les servía de almohada y una corriente submarina los arrullaba. Nunca en su vida habían dormido tanto ni tan cómodamente. Hasta los sueños tenían sabores y eran tan reales que en comparación, el estar despiertos parecería un sueño. Se soñaron escalando montañas de gelatina y nadando en ríos de chocolate. Se vieron en jardines donde se podían oler flores que por la noche soltaban aromas tan penetrantes que uno se sentía flotando en las nubes.
V
Al amanecer siguiente, un sol brillante y el canto de una bandada de ganzos errantes los despertó. Buscaron el Castillo de Coral y a su amiga, Mirada de Mar, pero ambos habían desaparecido. En su reemplazo, un pelícano dormitaba a su lado, en lo que parecía ser una cama de algodón. Entonces sintieron que su propia cama también parecía estar hecha de algodón y de repente cayeron en cuenta de que ¡estaban en una nube! Durante la noche, el agua se había evaporado y sin siquiera saberlo, habían flotado hasta llegar al país de las nubes, aquel reino fabuloso que tan sólo su abuelo conocía. Con pasos vacilantes se levantaron y con mucho temor de caerse, caminaron sobre su nube. Valeriano escasamente gateaba, mientras que, Isaura, más arriesgada, se acercaba al borde de la nube para tratar de mirar hacia la tierra. Entonces escucharon una risa proveniente de una nubecita rosada que flotaba inocentemente a su lado.
—Perdone, señora nube rosada y risueña —dijo Isaura— ¿Podría saber de qué se ríe?
—El que se ríe soy yo —dijo un hombrecito saliendo de la nube. El hombrecito parecía estar hecho de nieve, pero en verdad estaba hecho de nube.
—Estoy para servirles —dijo, quitándose de la cabeza lo que parecía ser un sombrero gaseoso—. Me llamo Nubarrón Sombrero y a nombre de mi tío, Cúmulus, mi hermano, Cirrus, mi gato, Nimbus, y el mío propio, les doy la bienvenida oficial al País de las Nubes, llamado también en los libros de geonubería con el nombre de "Quedomuylejos".
—¿Nos está usted diciendo que es aquí donde se fabrican las nubes que llueven en Nomeolvides? —preguntó maravillada Isaura.
—Ojalá fuera sólo eso —dijo Nubarrón Sombrero, exhalando de paso una nube en forma de conejo—. Aquí no sólo se producen las nubes para Nomeolvides, sino también las de Nomeacuerdo, Teamosiempre y Jamásmedejes.
—Nosotros hemos venido de muy lejos para saber cómo se fabrican las nubes —dijo Valeriano con un grito, a la vez que hacía equilibrio en una nube patinadora que lo arrastraba cielo arriba.
—Como puede que ustedes sepan o no sepan, hay tres mil trescientos treinta y tres tipos de nubes —le gritó de vuelta Nubarrón Sombrero, mientras una nube bufanda le hacía cosquillas a Isaura en el cuello—. Hoy sólo les voy a mostrar tres —dijo, y de un soplido formó una nube ciclón que paseó a Isaura y Valeriano por islas y ciudades y cargó a su paso árboles y animales, carros y casas. Como en una montaña rusa, Isaura y Valeriano subieron y bajaron, salieron y entraron, partieron y llegaron de nuevo con el pelo revuelto y la ropa al revés, pero felices como nunca antes lo habían estado. Y mientras ellos se ponían su ropa al derecho, la nube ciclón devolvía a su sitio casas, animales, árboles y carros.
—Ésa era la nube mil quinientos cuarenta y ocho —dijo risueño Nubarrón Sombrero.
—Ahora, para su complacencia, la nube setecientos veintiocho les presentará su función.
Y enseguida, una nube cosquillosa y larga como una pluma, envolvió a los niños y como si fuera un tobogán los deslizó cielo arriba y tierra abajo y les hizo cosquillas hasta en sitios donde uno normalmente no tiene cosquillas. Los niños se rieron por las rodillas, por las orejas y hasta por los codos.
Finalmente, una carcajada en el ombligo los dejó sin aliento y la nube pluma los depositó suavemente al lado de Nubarrón Sombrero. Éste, complacido, se comió su nube de vuelta y miró a los niños y dijo:
—Mi estimada amiga, la nube cuarenta y ocho, les dará ahora el paseo de su vida. Y diciendo esto, sopló y sopló, hasta formar una nube gigantesca, y para sorpresa de los niños, la nube los acomodó en dos sillas forradas de cielo y les hizo ante sus ojos un cómodo agujero para que vieran llover todas las cosas bellas que llueven del cielo. Y después de ver llover pájaros en los árboles y miel en los panales, y cuando tormentas de colores alimentaron el arco iris, y todos los peces regresaron a sus ríos y el rojo volvió a todos los claveles, sólo entonces llovieron también ellos con una suave brisa. Y cayeron justo en el jardín de su abuelo, quien, al verlos llegar, tranquilamente dijo:
—Me caen ustedes como llovidos del cielo, necesito ayuda para sembrar este jardín con flores del firmamento. Y diciendo esto, de una bolsa sacó tres semillas de planeta, dos de cometa y una de estrella. Los ojos de los niños se abrieron como cuatro lunas llenas y sin siquiera mirarse, dijeron a coro:
—¿Y nos contarás como premio de dónde sacaste las semillas?
—Cómo no —contestó el abuelo—. En un sitio muy lejano, pero tan lejano que Quedomuylejos en comparación está cerca, había una vez un planeta llamado Brilloenelcielo...
Entonces la barba blanca del abuelo se meció con la brisa y los niños empezaron a mirar al cielo, porque sabían que muy pronto estarían navegando con velas de sol por el azul infinito del firmamento.