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Número 21, Agosto 15 de 2014

 

 

Mi pueblito mágico

 

 

 

 

 

Marta Lucía Echeverri

 

Llegué a este pueblito de paso y por casualidad, fue la primera alternativa que se presentó cuando regresé a Colombia. Quería una ciudad pequeña y mientras la encontraba, el universo me trajo a descansar un año, para recargarme, armarme de nuevo y poder emprender un camino distinto

 

Y me fui quedando, han pasado diez años, sin sentirlos. Adoro a Iguaque, la montaña que respira; donde veo salir el sol, ella se pone una ruana de nubes cuando va a llover y en su parte alta, tiene una laguna en forma de corazón, allí nació Bachue la madre de todos nosotros.
Sin prisa, por primera vez sin prisa, fui descubriendo las cascadas, los lagos azules, el pozo de la vieja, las noches estrelladas como en ningún otro lugar, el fósil, las figuras rupestres, los falos del “infiernito” como llamaron los curas ese lugar sagrado, donde el sol nos guiaba para cultivar, para orar, para pedir, para ordenar, para ser. Las casas con patios solariegos y mucha memoria. El subsuelo repleto de cuarzo, que según los conocedores armoniza la energía del lugar.

 

Además encontré la aciaga historia contada en verso por Juan de Castellanos, en la casa, donde está “La Hoja”, y recreada magistralmente en Auroras de Sangre de William Ospina.

 

En mis primeros años era un pueblo sin afán comercial, los turistas que venían lo hacían para alejarse del bullicio citadino, artistas que buscaban el silencio creativo y personas que vinimos a temperar para sanar dolencias del cuerpo y el alma.

 

De repente llegaron más turistas, se abrieron centros comerciales, excelente oferta hotelera y gastronómica, almacenes de todos los objetos posibles, bares y negocios de deportes extremos.

 

Llegaron trabajadores de otras regiones del país menos favorecidas, a encontrar empleo, a abrir un negocio, a buscar fortuna. Gran cantidad de gente se ha venido a vivir, empresarios, comerciantes trabajadores y personas en edad de retiro. Urbanizaciones y condominios que se construyen para que sus dueños pasen vacaciones.

 

Hay momentos que siento maltratado a este, mi pueblito mágico de hace diez años, me duele, quiero irme a otro lugar; voy, miro, huelo, siento y escucho. Y cuando regreso este pueblito no me deja ir, me muestra su horizonte en Iguaque para llenarme de luz apenas sale el sol. Siento aromas inigualables y veo pasar por sus calles tranquilas de entre semana, un diminuto viejito campesino, cubierto por su vestido dominguero que se pone siempre que baja al pueblo, va montado en una burra que carga un costal a medio llenar. Tengo la certeza que es un gnomo muisca que todavía nos visita, porque aquí aún hay lugares donde pueden habitar.

 

Entonces vuelvo a mirar a Iguaque y con mis ojos allí agradezco a esta “tierra buena, tierra de bendición, clara y serena, tierra que pone fin a nuestra pena”.