Putas tristes, pero
no desmemoriadas
Enrique Santos Molano
Supongamos que la reciente novela de Gabriel García Márquez, Memoria de mis putas tristes (Norma/Mondadori) es la ópera prima de un novel escritor, que aspira algún día a ser escritor Nobel. ¿Lo lanzaría a la fama? ¿Lo consagraría como un nuevo maestro de la narrativa? Sin duda un autor que naciera a la vida literaria con una novela como la de las putas tristes, ganaría de inmediato celebridad universal, sería considerado sin apelación un escritor originalísimo, dueño de una prosa irresistible por su encanto poético y por el manejo mágico de los adjetivos, sin contar la factura irreprochable de la historia y la profundidad filosófica del contenido. No veo entonces por qué algunos críticos profesionales califican a Memoria de mis putas tristes de “obra menor” de García Márquez, y como para que no sea tan obvia su actitud despectiva hacia la novela que García Márquez publica después de diez años de receso narrativo, se apresuran a añadir “claro que en García Márquez una obra menor es muy buena”. Como quien dice, si el autor fuera otro, habría que calificar la novela como muy buena, pero siendo de García Márquez es una obra menor, comparada con la magnitud gigantesca de las anteriores.
Semejante razonamiento carece de lógica y se sobra de simplismo. Si una obra es menor, no es buena, sea que la firme John Jairo Afanador o Gabriel García Márquez. Y si es buena, no puede ser menor, así se la compare con las que se suponen mayores.
El asunto central de la novela parece ser el amor. En realidad el amor no es más que un pretexto para tratar de la vejez. Un anciano escritor de noventa años, que se mantiene en sus cincuenta, que sostiene, en el periódico donde ha trabajado por más de setenta años, una columna cincuentenaria fresca y muy leída, resuelve darse en su nonagésimo aniversario el regalo de “una noche de amor loco con una adolescente virgen”. Aunque la palabra amor se cite en repetidas ocasiones, la presencia del amor en esta novela es de pura cortesía, pues el vejete, cuyo nombre no se menciona, y a quien sus alumnos del colegio apodaban Mustio Collado, no está interesado en el amor, sino en probarse a sí mismo que su viejo animal todavía se endurece ante la presencia de una adolescente virgen, que por su parte tampoco tiene interés amoroso distinto al de dormir un sueño plácido mientras su cliente “feo, tímido y anacrónico” la acaricia con el debido respeto.
El personaje clave de la novela no son las putas tristes, ni el amor loco o cuerdo. La edad se roba el protagonismo. En la columna que escribe para el día de su cumpleaños, el nonagenario escritor dice: “El tema de la nota de aquel día, cómo no, eran mis noventa años. Nunca he pensado en la edad como en una gotera en el techo que le indica a uno la cantidad de vida que le va quedando”. Y en torno a ese sentimiento se desarrollan las ciento diez páginas de esta novela, que ya no es, como las anteriores, una glorificación del amor, sino “una glorificación de la vejez”. Un auténtico tratado De Senectute.
Lo que más aprecia uno en García Márquez, aparte de la fluidez incomparable de su prosa, es el humor sacramental con que la beatifica. Y en Memoria de mis putas tristes el humor es un ingrediente superior, al punto de que el lector descubre en el anciano narrador de noventa años a un muchacho jovial, lleno de chispa y de ingenio, que nos hace desternillar de risa cada dos páginas, y que nos mantiene todo el tiempo con la sonrisa en los labios, sin forzar para nada el chiste, ni la gran ironía política, una de sus armas letales, que asoma en el trasfondo de ésta como de las demás novelas de García Márquez. Al consignar la extraña muerte de un banquero en la casa de citas de Rosa Cabarcas, donde intenta pasar sus noventa años con la putica triste y virgen de quince, cuenta el narrador: “La ciudad, codiciada por su naturaleza pacífica y su seguridad congénita, arrastraba la desgracia de un asesinato escandaloso y atroz cada año. Aquél no lo fue. La noticia oficial en titulares excesivos y parca en detalles decía que al joven banquero lo habían asaltado y muerto a cuchilladas en la carretera de Pradomar por motivos incomprensibles. No tenía enemigos. El comunicado del gobierno señalaba como presuntos asesinos a refugiados del interior del país, que estaban desatando una ola de delincuencia común extraña al espíritu cívico de la población. En las primeras horas hubo más de cincuenta detenidos. Acudí escandalizado con el redactor judicial… que presumía de anticiparse a los hechos. Sin embargo sólo conocía unas hilachas sueltas del crimen, y yo se las completé hasta donde me fue prudente. Así escribimos cinco cuartillas a cuatro manos para una noticia de ocho columnas en primera página atribuida al fantasma eterno de las fuentes que nos merecen entero crédito. Pero al Abominable Hombre de las Nueve –el censor- no le tembló el pulso para imponer la versión oficial de que había sido un asalto de bandoleros liberales. Yo me lavé la conciencia con un ceño de pesadumbre en el entierro más cínico y concurrido del siglo”.
Quien compre Memoria de mis putas tristes con la idea de adquirir una obra menor dentro del acervo de un gran escritor, se va a encontrar con una sorpresa mayor, entre otras muchas sorpresas que le reserva al lector esta novela rutilante.
Elecciones "Made in USA"
El extraño bulto de Bush en la espalda durante el primer debate electoral. Un experto de la Nasa asegura que Bush tenía un receptor (obviamente de uso ilegal) para recibir las respuestas a las preguntas del debate de su maquiavélico asesor, Karl Rove.
Hubo un tiempo, como en los cuentos de hadas, en que en la fantasía del planeta, el sello "Made in USA" quería decir que el producto era bueno. Gracias a Hollywood, miles de seres por todo el planeta crecieron creyendo en las bondades del sueño americano, "en cada plato un pollo y en cada garaje un carro". Cómo sería que hasta las elecciones yanquis se ponían ante el mundo como ejemplo de "verdadera democracia".
Los gringos exportaban al resto del mundo mercaderías, autos y películas y de manera subliminal incluso su modo de vida. Todo esto se empezó a deshacer cuando además de sueños empezaron a exportar pesadillas y guerras. La guerra del Vietnam rompió la imagen del coloso invencible, cuando el pueblo vietnamita logró expulsar al agresor extranjero que dejaba tras de sí más de tres millones de muertos. Pero el mito electoral continuaba…hasta que llegó George W. Bush y ante la vista de todo el mundo se robó de manera descarada las elecciones del año 2000 y fue instalado como presidente por una Corte Suprema de (In)Justicia que incluía miembros nombrados por su propio padre.
En el año 2000 tuvo lugar el fraude electoral más grande de los tiempos modernos. El verdadero ganador de las elecciones, Al Gore, fue despojado de la presidencia por 537 votos obtenidos a la fuerza en la Florida. La Corte Suprema de (In)Justicia detuvo el recuento de votos y le entregó a Bush la presidencia en bandeja de plata. Gore había ganado a nivel nacional por más de medio millón de votos.
Sin embargo, durante el primer año de la presidencia de Bush sigue la polémica sobre las robadas elecciones y los medios noticiosos se alistan en septiembre de 2001 a publicar los resultados de un recuento de votos que daba por ganador de las elecciones a Al Gore. Entonces llega el 11 de septiembre del 2001 y literalmente, llovida del cielo, se le aparece a George Bush la Virgen en la forma de un "atentado terrorista" que hace que todo el mundo se olvide del recuento de votos y cierre filas en torno a su "comandante en jefe". Bush aprovecha la coyuntura para lanzarse a la guerra y en base al patrioterismo, vender su imagen falsa de sheriff de Hollywood y salir a la caza, "vivos o muertos", de los supuestos terroristas. Curiosamente, el 10 de septiembre ninguna de las 158 agencias de inteligencia, espionaje, contraespionaje, investigaciones, tortura y humillaciones de los EE. UU. sabía nada del atentado, pero al otro día, pocas horas después del mismo tenían los nombres, direcciones, fotos, pasaportes, curriculums, maletas y cartas de los "19 terroristas que había perpetrado el atentado". Quince de ellos decían que provenían de Arabia Saudita y el jefe del banda, decían que era un tal Osama bin Landen, también de origen saudita.
Bush invade a Afganistán y a Irak para "proteger a EE. UU. contra el terrorismo" y vengar de paso la muerte de 3000 norteamericanos.
Adelantamos la película 3 años y nos encontramos a pocos días de unas nuevas elecciones. Bush ha gastado más de 200 mil millones de dólares en la guerra contra Irak y más de 100.000 iraquíes han muerto en una guerra injusta, condenada hasta por el mismo Papa. Bush utiliza la guerra contra el "terrorismo" como estrategia electoral y asegura que su rival no podrá defender al país en contra de los "terroristas", cuando ni el mismo lo pudo hacer y hasta se sospecha de su complicidad con el atentado del 11 de septiembre, ya fuera por participación activa, incitando el mismo, o por participación pasiva, quedándose con los brazos cruzados para que sucediera. La verdad es una: Sin el 11 de septiembre Bush no tendría ningún argumento para que lo "reeligieran". Ahora tiene un argumento, aunque es un argumento falso: tres cuartas partes de los republicanos creen que Irak fue cómplice de los atentados del 11 de septiembre, aunque esto ha sido plenamente desmentido.
Después de cuatro debates electorales que los republicanos perdieron uno tras otro, tres entre Bush y Kerry y uno entre Cheney y Edwards, después de las denuncias de las torturas y asesinatos cometidos en Irak por las tropas norteamericanas y del genocidio de 100.000 inocentes civiles iraquíes, las encuestas muestran que los votos se encuentran igualmente divididos entre Bush y Kerry. Los medios de comunicación han sabido encubrir el hecho de que las políticas imperialistas y genocidas de Bush están llevando a los EE. UU. a la ruina moral y económica y que George W. Bush es uno de los hombres más odiados del planeta. En una encuesta electoral en la que participaron medio millón de niños norteamericanos, el ganador fue Kerry y ciudadanos de 30 países, de 35 encuestados manifestaron su predilección por Kerry.
En esas condiciones se llega a este dos de noviembre, cuando los republicanos han sacado a relucir todos los trucos sucios que usaron en el 2000 y más, para suprimir el voto de las minorías, tradicionalmente demócratas: purgas ilegales de listas de votantes, intimidación, manipulación de los votos consignados con anterioridad a las elecciones (votos en ausencia), etc. Por ejemplo, no más en el condado de Broward, en la Florida, ya desaparecieron 60.000 votos en ausencia, sin que nadie dé razón de ellos. Cuestionado por Jimmy Carter acerca de la transparencia de las elecciones en la Florida, el hermano de Bush y gobernador del estado, respondió con desprecio: "Ese tipo no sabe nada de las elecciones en la Florida".
Y finalmente lo último en trampa electoral: máquinas de votación electrónica fabricadas por compañías con dueños republicanos para las cuales no existe recibo de comprobación del voto, lo que facilita el fraude electrónico a través de programas amañados.
En resumen las elecciones del 2004 serán más sucias que las del 2000 y a menos que Kerry logre ganar por una buena mayoría, los republicanos manipularán los resultados electorales para instalar de nuevo en el poder al hombre más ignorante, agresivo y peligroso que haya ocupado jamás la presidencia de los EE. UU. Lo que está en juego en estas elecciones no es solamente el destino de los EE. UU. sino el del resto del planeta. Cuatro años más de guerras, masacres y contaminación desenfrenada pueden ser la gota que llene el vaso de una hecatombe mundial.
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