Alejandro Patat, en La Nación de Buenos Aires, escribe un comentario acerca del último libro de Emanno Cavazzoni, Los escritores inútiles, (Emecé), donde el autor italiano se burla tanto del que escribe como del oficio de escribir, en una especie de ecluasmo, que Patat resume así:
“Propensos a caer en los siete pecados capitales, los escritores son además una especie subhumana que se caracteriza por su estupidez intolerable, su vacua pedantería y su abominable ignorancia. Tal es el perfil de los literatos que traza Los escritores inútiles, el nuevo libro de Emanno Cavanzoni. Dirigido a un lector todavía normal, se trata de un manual de consulta rápida que contiene, en primer lugar, siete lecciones de fácil acceso acerca de como volverse velozmente un escritor lujurioso, goloso, avaro, perezoso, envidioso, iracundo y soberbio, y en segundo lugar, cuarenta y nueve retratos de escritores pecaminosos en distintas situaciones cotidianas, que abarcan desde episodios familiares hasta las elucubraciones obsesivas de las que ellos mismos son frecuentemente víctimas.
Emanno Cavazzoni (Reggio Emilia, Italia, 1949) surgió en el panorama de la literatura actual con la publicación de El Poema de los Lunáticos, libro que, junto con Federico Fellini, transformó en guión para el último filme del cineasta: La voz de la luna. En los años noventa escribió Le Tentazione di Geronimo, Vidas breves de idiotas y Cirenaica (estos últimos traducidos en la Argentina). Su narrativa se compone de cuentos breves que siguen una tradición fantástica de su país –cada vez menos periférica en el universo de la crítica italiana—en la que se destacan Tommaso Landolfi, Ennio Flaiano, Alberto Savinio, Italo Calvino (en una de sus estaciones más felices) y, en un lugar primario, Juan Rodolfo Wilcock. Por literatura fantástica se entiende aquí la recreación de un universo desquiciado en que un impecable ejercicio silogístico conduce a verdades delirantes, que, finalmente, tergiversan todos los lugares comunes que afectan la narración de los hechos y la descripción de los personajes.
Así, el manual no se adentra en el mundo específico de la composición literaria (salvo una feliz incursión en la relación del escritor con sus nauseabundas contracaras, el editor y el crítico), sino que desacraliza con ironía desopilante la vida social de los escritores y su pobrísimo mundo interior. El narrador, objetivo, impertérrito y casi siempre distante, descuella por su visión iconoclasta que invita, al final, al exterminio de esa raza deleznable que apesta al planeta con sus mezquinas veleidades seudoartísticas. El último cuento es una pesadilla espeluznante en que toda una sociedad, presa de una “hipertrofia escritural”, da a luz a hombres y mujeres exclusivamente escritores. Más allá de las breves narraciones, en que asistimos a hechos patéticos que protagonizan escritores lamentables, el libro posee una cuantas definiciones que con esmerada vocación tautológica miman la también detestable teoría literaria: “¿Para qué sirve un crítico?, se pregunta cada tanto la población. Un crítico sirve para que un escritor se ilusione cada tanto de que existe”. O bien, ya casi al final del libro, tras encendidas disquisiciones en las que no faltan congresos de especialistas, se afirma con entusiasmo: ‘los escritores son aquellos que efectivamente escribieron’. El sarcasmo llega también a las vísceras del mundillo literario: ‘la asociación de escritores era una asociación de beneficencia que recogía escritores necesitados pero de buen corazón’.
La condena final del acto enfermizo de la escritura se halla en el llamado de atención final ante el acto espectacular de la lectura: ‘parece que la actividad espiritual de leer es sumamente malsana, y que induce a una más rápida putrefacción de los cuerpos’.
La mirada impiadosa de Cavazzoni no pretende obtener lo contrario de lo que dice, es decir, no se propone despertar en el ánimo del lector un fuerte estupor ante la mediocridad de tantos escritores ni ante la desaparición del lector. Su libro es, decididamente, una dosis de sana ironía que intenta divertir y desdramatizar aquella posición demasiado rígida en torno a la endeble humanidad que rodea a todo acto literario”.
De lo anterior se desprende una buena reflexión sobre la utilidad, o sobre el utilitarismo que tanto cacareó el famoso Bentham, y que se ha convertido en el “rentabilismo” de los neoliberales corporativistas que hoy dominan el mundo. Esta reflexión puede sintetizarse en decir que los escritores son tan útiles como las licuadoras, valga el caso. La misma pesadilla es que el mundo se pueble de hombres y mujeres exclusivamente escritores o escritoras, como que la producción mundial se dedique únicamente a fabricar licuadoras o licuadores. Una buena licuadora puede ser tan útil como un buen escritor, y los buenos escritores son mucho más escasos que las buenas licuadoras, ya que aquellos, por fortuna, no se producen en serie. Sin embargo la producción literaria es en el mundo actual tan abundante como escasa de calidad, y al decir mundo actual nos referimos al que parte desde el principio remoto de la humanidad.
Habrá que leer con calma Los Escritores Inútiles de Emanno Cavazzoni. Promete ser un libro útil en cuanto ofrece un sabroso e irónico divertimento.
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