mario lamo jiménez  
   
 
Pastor murió de mariposas negras

Todos sabían que Pastor habría de morir rodeado de mariposas negras. ¿De qué que otra manera habría podido morir un hombre de 92 años que hacía casi 50 había abandonado el oficio de estar vivo? Parecía que siempre hubiera sido viejo, incluso cuando joven. En una foto que le tomaran casi sesenta atrás, parecía casi idéntico al cadáver que encontraron desgonzado en un hotel de Armenia, donde delirante pasaría las últimas cuatro semanas de su vida.
Aún no había abandonado este mundo cuando algunos parientes codiciosos se encargaron de no dejarle más posesión es esta vida que la pijama con la que seria llevado al cementerio. Habían esperado toda una vida por aquel momento, y no pudiendo aguantarse, decidieron en teoría adelantarle la muerte para saquear el museo de viejos recuerdos de su vida. Libros apolillados atravesados por el tiempo, retratos amarillentos y cartas desteñidas, serian todos arrojados a la basura sin siquiera tratar de entender que con ello estaban también asesinando el tiempo. Y su muerte hubiera sido como cualquier otra muerte, un evento pasajero y eterno, de no haber sido por los acontecimientos que tuvieron lugar, faltando tan sola unas semanas para que su corazón se detuviera junto con las manecillas de un reloj que más que marcar, masticaba el tiempo, como para tratar así de detenerlo.
“Se nos esta muriendo el viejo” dijo una tarde a la hora del rosario la mayor de sus sobrinas, “y lo peor de toda es que se va a morir solo y lejos”.
La decisión no fue difícil. El era el último de una estirpe centenaria. Era a la vez el tío, el tío abuelo y el tío bisabuelo que había sobrevivido a tres hermanas que aún en plena vejez conservaban la juventud de tiempos idos. En otras palabras, era como un recuerdo familiar, una viva y arrugada fotografía de familia lista a desaparecer y había que encargarse de ella. Les correspondió a Gloria y a Reyes acudir desde Bogotá a su rescate.

Cuando llegaron, lo encontraron aún más flaco y arrugado, con el traje más que vistiéndole, colgándole de lo que quedaba de su cuerpo, con la maleta empacada y la mirada fija en la puerta. Escasamente podía caminar y parecía que los últimos 20 años lo hubieran vuelto una absurda caricatura de sí mismo.

Había trabajado toda una vida en el Profiláctico de Armenia y nunca se había casado. Vivía con una hermana solterona como él, y de tanto verlos juntos, los que no los conocían los daban por marido y mujer. Una a una, sus hermanas había muerto en la vejez antes de tiempo, ya que estaban destinadas a vivir por lo menos cien años. La última en morir había sido su hermana y compañera de toda la vida, Teodora. A los 88 años un mal paso se la habría de llevar de esta vida. Se iba de paseo con algunos de sus sobrinos cuando se dispuso a subir a un carro. Calculó mal el paso y se fue de nuca contra la acera. El golpe no la mató, pero si los médicos que la operaron a sabiendas que de ésa no saldría con vida. En el hospital; el día antes de la operación, sabía que se iba a morir.

"Mayo, Mayete”, le dijo a uno de sus sobrinos-nietos, "qué poco tiempo hemos tenido de charlar en esta vida" y diciendo esto le lanzó una mirada triste y le acarició la mano. Tenía la cabeza afeitada para la operación y lucía radiantemente joven. Fue así como Pastor se quedó viudo de hermana. Por aquella época vivían en Bogotá. Pastor no se aguantó la nostalgia de tener que vivir lejos de Armenia y vendió el apartamento y se devolvió para su tierra. Diez años más tarde estaba de vuelta a aquella ciudad de tristes recuerdos. Las razones para llevarlo a Bogotá, además de las familiares, eran estrictamente humanitarias. El viejo ya no se podía casi bañar ni vestir y si lo dejaban solo se caía de la cama. La familia que lo recibía, su sobrina y sus tres hijas, así lo veían. Le estaban haciendo el favor a un moribundo. Sin embargo el moribundo, no solamente no quería morirse, sino que los eventos que habrían de desarrollarse demostrarían que casi un siglo de extraños fantasmas rondaban su alma.
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Las telarañas del tiempo se habían apoderado de muchos de los rincones de aquella casa, sin embargo las flores que Guiomar cultivaba, perfumaban el aire y curaban la tristeza. Ella era la mayor de tres hermanas que nunca se habían marchado de la casa materna y que cuidaban de la vejez de su madre. Tenía una exquisita belleza y una dulzura de virgen de altar. Como las otras dos, nunca se había casado y no porque no hubiera con quién, "Más vale ser soltera y feliz que casada y desdichada", parecía ser su lema. Y en verdad, tal vez no había hombre en este mundo que la mereciera. Había criado ya a tantos sobrinos, que los misterios de la maternidad para ella no existían. Incluso a su propio hermano menor lo había criado como si fuera su hijo, con la ternura que ni una madre llena de hijos tal vez pudiera dar.

Cuando el anciano llegó a la casa arrastrando sus huesos, ella lo vio como a un paciente más que sus manos cuidadosas habrían de cuidar. Lo ayudó a subir las escaleras, le empacó la escasa ropa de su maleta en una cómoda y le trajo de almuerzo lo que el viejo llevaba almorzando ya casi un siglo: fríjoles con arroz, plátano frito y arepa. De sobremesa le traía un jugo de guayaba. El anciano miró la comida con desdén y sus ojos vidriosos se negaron a verla. Respiró profundamente como si el aroma de los fríjoles alimentara y empezó a hablar de un evento que había tenido lugar hacía cuarenta y cinco años y que aún lo atormentaba.

Estaba en el profiláctico de Armenia tomándole pruebas de sangre a las mujeres de vida alegre del pueblo, cuando entre las que hacían fila creyó reconocer a aquella con la que nunca se casara. Sin siquiera sacarle la aguja de la vena a la mujer que estaba atendiendo, simplemente salió caminando por la puerta, murmurando las mismas palabras que ahora estaba murmurando y que por supuesto, Guiomar no estaba entendiendo. Cuando sintió los fríjoles en la boca, mecánicamente se puso a masticarlos, creyendo correctamente que era la hora de almuerzo e incorrectamente situándose en una fecha de décadas atrás. Levantó la vista y miró a Guiomar, pero vio en ella a la novia que lo había abandonado y por la que pasaría esa soltería perpetua que lo mantenía atormentado. Entonces lo golpeó en su mente como un ladrillo el saber que nunca había hecho el amor por amor sino por dinero y esto lo hizo sentir siglo y medio más desgraciado, especialmente cuando la única novia que había tenido, lo había abandonado para meterse de puta años más tarde. En ese instante supo que se iba a morir sin siquiera haber penetrado a una mujer que lo amara y sus 92 años de tristeza le produjeron la primera erección que había tenido en los últimos 50 años. Entonces deseo que Guiomar le descargara esa pasión que hacía medio siglo se le había acumulado y que creía que era, en vez de la vejez, lo que lo estaba matando. Y desde ese día no volvió a probar bocado si no era de la mano de Guiomar y se negaba a vestirse o desnudarse si no era con su ayuda. En sus noches de insomnio se soñaba despierto que la tenia a su lado, se daba una vuelta para abrazarla y se caía de la cama. Entonces, con llanto de recién nacido despertaba a todas las hermanas para que vinieran a levantarlo y así lo encontraban, desnudo en el piso, más parecido a un cuero puesto a secar que a un ser humano, pero con la poca sangre que le quedaba en el cuerpo amontonada en el pene.

A pesar de todos estos desvaríos, tan solo Jimena, la menor de las hermanas se dio cuenta de lo que estaba pasando: "Se sentaba en la pieza de mi mamá a hacerse el que estaba viendo televisión, pero yo noté que no le quitaba la mirada de encima. Primero empezó con la comida, que tenían que dársela como si fuera un niño chiquito, pero después, más y más se iba aprovechando. Que le quitaran el saco, que le pusieran los zapatos. Por su mirada lasciva yo sabía que la deseaba”.
Pero eso no era todo, pues según ella, desde el mismo día de su llegada, las mariposas negras también hicieron su entrada en la casa. "La última vez que vi aquí una mariposa negra, fue cuando se murió mi hermano. Cuando llegó el viejito, sin siquiera saber por dónde, aparecieron en ese cuarto. Primero fue una que se instaló en la pared a la entrada de su pieza. Después eran como tres que le revoloteaban por la cabeza. Yo traté de espantarlas porque las mariposas negras son símbolo de mala suerte, pero por nada que se largaban". Según Jimena, Guiomar no se daba cuenta de lo que pasaba y al principio la lástima que sentían por el futuro difunto, sobrepasaba el disgusto que les daba su obsesión maniaca por Guiomar, pero cuando empezó a tirarse desnudo de la cama ya no solo durante la noche sino a cualquier hora del día que le pareciera apropiada, empezaron a perder la calma. Sin embargo fueron las mariposas negras las que las convencieron de que Pastor iba a morir de mariposas negras y que era mejor que no muriera en esa casa. En sus sueños despierto, Pastor retornaba a la juventud que había vivido prematuramente viejo y soñaba con el amor y los descendientes que un día lo llamarían abuelo y que pondrían a su lado en el álbum de los recuerdos la foto de una abuela de blancos cabellos y mirar sereno.

Se sentía flotar, libre por fin de la ropa con que había envuelto por 92 años su cuerpo, y ligero como una pluma volaba por el firmamento. Por eso cuando le dijeran que tenía que volver al hotelito del pueblo, el cielo se le nubló y descubrió una vez más las arrugas de su cuerpo, los achaques de la vejez y los dolores de pecho que lo mantenían soñando despierto. Se negó rotundamente a salir. Se quitó toda la ropa e inocentemente la escondió en un ropero. Le avisaron que la partida sería al otro día, pero se negó a creerlo. Cuando Reyes llegó a recogerlo, lo primero que dijo fue que la noche anterior se había soñado que Reyes no venía por él y que por esa razón no se iría, porque ni en sueños era posible que eso tan horrible sucediera. Vestirlo y empacarle la maleta fue lo de menos. El problema lo tuvieron cuando el avión llegó a su destino, ya que el anciano dijo que se le había olvidado caminar y se negó rotundamente a moverse de la silla del avión. Fue así como le trajeron una silla de ruedas y lo sacaron rodando del aeropuerto y lo transportaron al hotelito, donde ya habían avisado de su llegada.

Exactamente, cuatro semanas después, lo encontrarían muerto. Los parientes codiciosos negarían como hermana a la sobrina en cuya casa lo habían recibido, para cobrar entre ellos solos la herencia. Y Pastor tendría las ultimas cuatro semanas de su vida en aquel hotelito, ya no flotando entre el amor de la esposa que nunca tuvo, sino acompañado por aquellas mariposas negras con las que dormiría atormentado hasta la última noche de su vida.