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Pos, compadres, hoy, solo quiero compartir las experencias que tiene uno, que no son dos ni tres, sino millares. Esto del covid es un peligro de muerte, de muerte si nos dejan encierrados, sin poder trabajar para traer el pan de la peluquería (y digo de la peluquería porque ejerzo de peluquiero).

Sin embargo, como bien ceudadano, yo he cumplido con todas las órdenes y desórdenes que el gobierno ha dictatoriado.

Empecemos con el bozal, mejor conocido como tapajetas o mascarilla. Yo, para qué decirles, he seguido fielmente como un perro todas las destrucciones dictatoriadas por gobierno, policía, alcaldes y hasta por el atrapaperros municipal. Por tres meses seguidos he usado mascarilla, solo me ha tocado lavarla dos veces, imagínense el ahorro en agua, jabón y en bozales, que cada día uno diferente está de moda. ¡Por la salud, todo!

Por ahí se me iba ensuciando un día y me dio una infección en la jeta, también llamada boca, según el hablante. Se me puso la jeta como elefante y me salieron verrugas hasta en las encías. Pos yo me dije, donde el médico no voy, porque inmediatamente lo llevan a uno a la pieza del coronavirus y de ahí el cementerio y yo pa’ muerto todavía no sirvo. Y, hablando de muertos, dicen que entre más muertos haya, mejor, porque así la gente se da cuenta de que esta una enfermedad mortal y deja de salir a la calle. Miren ustedes, qué bien pensado todo, entre más muertos haya, menos muertos habrá porque la gente tendrá miedo de salir y que la agarre el virus, así, que mis queridos conciudadaunidenses, hagan el favor de salir de vez en cuando a la calle para subir el número de muertos, porque si se baja el número de muertos, más gente saldrá a la calle y habrá más muertos. ¿Les quedó clara, verdad?

Pero, lo peor de la mascarilla fue cuando toda esa baba llena de gérmenes, bacterias y hasta de virus del cabronavirus y, se me bajó los pulmones y me recetaron neumonía triple, porque la cuádruple ya estaba agotada. Y, otra vez me querían llevar al hospital, pero ni tonto que fuera, cuando a mi tío Antonio que fue a que le quitaran el yeso del brazo que se había roto, le recetaron cabronavirus y casi no sale vivo del hospital. Estuve un mes enfermo y my tía Hermenegilda me curó con agua de eucalipto y eneldo.

Pero, yo, como buen seguidor de la ley, volví a salir a la calle con mi tapajetas, esta vez ya trabajando, entregando burritos a domicilio, pero como me robaron la bicicleta, (una llanta, porque la otra ya me la había robado), me tocaba correr de tapajetas para que los burritos llegaran calientes. En una de esas me desmayé en plena calle y quedé blanco como un pollo tirado en el piso, los que me recogieron dijeron que sufría de “hipoxia”, que según les entendí es cuando el opxígeno en vez de llegar al cerebro se queda enredado entre la mascarilla y una respira lo mismo que producen los buses por detrás o sea sus propios gases.

Me pusieron opxígeno en la calle y qué va, me tocó comerme el burrito que iba a entregar para recuperarme. Entonces decidí abrirle un par de huequitos a las mascarilla para poder respirar y además poder cumplir con la ley y desde eso, ¡no me he vuelto a enfermar! Y, como ven, pos como buen ciudadáneo yo sigo fielmente cumpliendo con la ley y usando mi mascarilla (ya viejita, arrugada y agujereada), no sea que me vaya a enfermar del tal cabronavirus.

Eso es todo mis chatos, buen día, se me cuidan porque en un descuido por ahí nos vemos…

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