Jorge Guaneme Pinilla
En las grandes crisis del capitalismo, se "socializan" las pérdidas, es decir, las pagamos todos. Cuando hay ganancias, en cambio, se privatizan: van a dar al bolsillo de los más ricos. La ley del embudo. Fue lo que sucedió en el 2008 al reventar la burbuja inmobiliaria. Los gobiernos rescataron con dineros públicos a las empresas quebradas. Los pobres, incapaces de pagar sus hipotecas, perdieron sus casas (España, EEUU, etc.) y se fueron de patitas a la calle.
A propósito del Covid19, los fondos de inversión, los bancos y las grandes empresas, incluidas las más contaminantes, fueron los primeros beneficiarios del apoyo gubernamental. A principios de abril, ciertos países como los Estados Unidos habían destinado el 10% del PIB para rescatar a los inversionistas, y el Reino Unido el 8%.
Pero dado el colapso de los servicios de salud, la situación ha obligado a adoptar tímidamente una lógica económica diferente. Quién lo creyera, en los Estados Unidos, el Tesoro envía cheques, aunque modestos, a los ciudadanos. En Francia, a partir del 22 de abril, el Estado destinó más de 21 mil millones de euros al mes para garantizar parte de la remuneración a los empleados.
Es decir, el Covid19 ha dado lugar a la suspensión de los dogmas neoliberales que se suponían sagrados. Bajo un régimen de libre comercio el Estado no puede protegernos.
El sistema busca maximizar las ganancias a expensas de la salud, la equidad e incluso la seguridad nacional.
El 30 de marzo los ministros de comercio de los países del G20 reconocieron que las medidas necesarias para combatir el Covid19 deslegitiman las reglas de la Organización Mundial del Comercio ( OMC), porque son reglas que impiden a las autoridades públicas satisfacer las necesidades de sus poblaciones.
"No se puede permitir que el mercado solo gestione la asignación de recursos escasos, dijo" la Sra. Sabine Weyand, Directora General de Comercio de la Comisión Europea, el 9 de abril. "En el sector de la salud, no podemos dejar que los especuladores se hagan cargo de todo lo que puedan", agregó.
La emergencia actual ofrece una oportunidad histórica para cortar el cordón entre el financiamiento de la economía y la propiedad privada del capital. Si los bancos centrales de cada Estado pueden financiar la producción, los mercados pierden su condición de chantajistas: ya no habría necesidad de garantizarles la confianza a los inversores y las políticas de austeridad perderían su legitimidad.
Pero el neoliberalismo está lejos de expirar. En Francia, por ejemplo, la timidez de las medidas a favor de los hogares más pobres indica que el gobierno mantiene una gran cantidad de desempleados a bajo costo para imponer un ajuste salarial a la baja.
Sin embargo, la subordinación del mercado a las necesidades reales ha obligado a Irlanda a nacionalizar sus hospitales privados mientras dure la crisis. El propio Donald Trump tuvo que invocar la Ley de Producción de Defensa que lo autoriza a obligar a las empresas a producir bienes que cumplan con la prioridad del interés general: acelerar la fabricación de respiradores artificiales.
La necesidad se impone sobre los mecanismos del mercado. La crisis ofrece la oportunidad de hacer prevalecer otra lógica. Frente al mercado, hay que priorizar la satisfacción de las necesidades reales.
Pasada la crisis, no todo puede volver a ser como antes. Es la oportunidad de romper con el modelo que favoreció la aparición del coronavirus y su propagación:
Poner fin a la era del libre comercio frenético, que tan enormes costos ha traído a las personas y al planeta.
Amedrentados por las empresas, muchos líderes políticos carecen del valor o la imaginación para trabajar por esta transformación. El Covid19 ha demostrado que en un mundo diseñado para servir a las multinacionales, incluso los países más ricos se muestran inacapaces de solucionar los problemas de su población. El cierre de la producción en un solo país (China) provocó una reacción en cadena que puso de rodillas a los sistemas médicos y económicos de todo el mundo. Ahora la población de los países ricos está sufriendo el desastre que millones de personas ya conocían en otros países incorporados a la globalización.
Un modelo de producción más local ofrecería muchas ventajas.
Tomar en cuenta quién produce qué, dónde y cómo, se convierte en una cuestión de vida o muerte. Se hace necesario reconstruir economías locales, nacionales y regionales más fuertes, diseñadas para operar con una variedad de actores capaces de producir los bienes y servicios necesarios a precios asequibles, creando empleos decentes, apoyando la agricultura a pequeña escala y protegiendo el medio ambiente.
Lo interesante es que la crisis climática requiere los mismos cambios.
Los retrasos en la lucha contra el calentamiento global podrían conducir a fenómenos mucho más dramáticos que los actuales. La multiplicación de virus patógenos es parte de la cuestión ecológica: la influencia de las actividades humanas en la naturaleza trastorna el equilibrio del mundo salvaje, y la concentración de animales en las granjas promueve epidemias. El virus se propagó muy rápido debido a las redes de comercio marítimo y aéreo. Y la falta de precauciones, en estos dos campos, muestra la capacidad autodestructiva de los humanos al dar primacía al beneficio individual, ignorando el bien común.
Mucho más que el Covid 19, el desafío climático lleva a cuestionar nuestro sistema socioeconómico. Además de satisfacer necesidades reales, una lógica económica alternativa tendrá que restaurar y respetar los equilibrios ambientales: la planeación ecológica. La economía debe quedar condicionada a la mitigación del cambio climático, por medio de una responsable planeación ecológica.
O muere el capitalismo salvaje o muere la civilización humana, decía el editorial del Washington Post (10.5.20).
EDITORES
Enrique Santos Molano
Novelista, Investigador
Mario Lamo Jiménez
Antropólogo, Investigador, Dramaturgo
Jorge Guaneme Pinila
Sociólogo, escritor, historiador
O muere el capitalismo salvaje
o muere la civilización humana
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