Diana Rubens, poeta excelsa de Colombia

Mario Lamo Jiménez

“Diana Rubens” es el seudónimo de la excelsa poeta colombiana, Isabel Pardo de Hurtado. Nacida en Tunja el 2 de julio de 1910 y fallecida en Bogotá el 10 de agosto de 1993, escribió y publicó varios libros de poesía, cuentos y ensayo, principalmente en las décadas de 1930 a 1950. En su época fue aclamada como la mejor poetisa de Colombia.

Gran heredera de los poetas románticos del siglo XIX, su poesía está permeada de los grandes temas del romanticismo: el amor, el canto a los sentimientos, a los niños y a la naturaleza. Entre sus libros publicados se encuentran “Nubes Dispersas” (cuentos, 1938), “Voz de ausencia”, (1941), “Cristales Festivos”, (1945) “Los camino iluminados” (1949), y un importante ensayo sobre las poetas colombianas, publicado en 1940, “Mujeres colombianas”.

Sobre ella, dijo el escritor Antonio Gómez Restrepo, en el prólogo de su libro “Cristales Festivos”:

“En su anterior libro de versos titulado ‘Voz de ausencia’, dio usted pruebas suficientes de poseer verdaderas dotes poéticas. Desde entonces era usted una poetisa original, que tenía su estilo propio y que hacía versos, no por encargo ni por el deseo de imitar a otras poetisas, sino por obedecer a una imperiosa necesidad de su espíritu. También pude apreciar otra condición que es quizás más rara que la inspiración poética: esto es, que usted estaba exenta de imitación y que lejos de encerrase en un vanidoso egoísmo, se complacía en enaltecer el mérito de sus compañeras en el cultivo de las musas; pues cuando residió en Ecuador, publicó un simpático libro destinado a dar a conocer en esa República a las poetisas colombianas y a hacer el justo elogio de sus méritos”.

Diana Rubens, además de poeta, fue una gran educadora. Tuve la fortuna de aprender a leer con ella, cuando dirigía su propio colegio infantil, el “Instituto Diana Rubens” en el barrio Los Alcázares de Bogotá. Pero no solamente ella me enseñó a leer, me enseñó a amar la poesía, ya que prácticamente aprendí a leer leyendo sus versos. Ella recitaba con dulzura sus propios poemas y me los enseñaba a recitar para declamarlos en la Sesión Solemne de fin de año. Muchos de sus poemas eran de temas infantiles, dedicados a sus hijos, como esta estrofa de uno de sus poemas, dedicado a su hija Esperanza:

Esperanza, hija mía, criatura idolatrada
que inicias por el mundo la peregrinación:
tu nombre es la verdad de un éxtasis de ensueño,
y luz fascinadora que me eleva a Dios.

También escribía bellos versos de amor y hermosas odas a las ciudades donde había residido, como Tunja y Popayán. Aquí una estrofa de su poema “Estampa de Popayán”:

Ciudad que arrulló mis sueños
de colegiala traviesa;
ciudad de mis siete años
que nunca olvidar pudiera…
¡Cómo recuerdo tu río
con sus fantásticas vegas!

Diana Rubens fue una mujer vanguardista en todo el sentido de la palabra. Logró labrarse a sí misma un nicho muy especial en el panteón de la poesía colombiana, dominado por los hombres, y además supo escribir y rimar sobre temas que eran por completo un tabú en su época. Por ejemplo, su poema “Ébano y bronce”, de su libro “Los caminos iluminados”, es todo un canto a los afrodescendientes, donde expresa líricamente la belleza de un pueblo, esclavizado y humillado históricamente.

He aquí algunos versos de este poema para que puedan apreciar la vena creativa de una inigualable poeta, aunque desafortunadamente ya no sea tan leída ni recordada como en otros tiempos, gracias a la poca memoria histórica y cultural de nuestro país.

Ébano y bronce

Bajo el duro sol, músculos de acero,
espaldas erguidas de roble y de cedro,
día en las miradas, noche en los cabellos,
perlas de la risa dispersas en el viento.

Alma de africano que muerden los celos
cuando alguien se atreve contra su deseo;
¡ay de los que siembren odios en tu alero,
que afilado alfanje custodia tu pecho!

Guardián de mis playas, esforzado negro,
titán de las costas que los soles vieron
con el alma blanca sobre los recuerdos
ganándote el pan rondando en el puerto.

(…)

Negro de mi patria: mi plegaria elevo
por la fuerza noble de tus sentimientos,
porque siempre sean contigo benévolos
los dioses sagrados del Olimpo Eterno.

Y porque la estrella que brilla en los cielos
descienda a tu vida con luz de consuelo,
para que a través de todos los tiempos
triunfe la justicia sobre el Universo.

Sin embargo, Diana Rubens fue más allá de los escritores de su época, turbulenta época de “La Violencia” que aún continúa y que causara tantas víctimas innecesarias, desangrando el campo y las ciudades colombianas. Según el sitio Web del Banco de la República, uno de sus poemas, “Plegaria por la paz”, “fue víctima de la censura en tiempos de regímenes dictatoriales”. Se trata de un poema épico, en el que la autora expresa con sus versos todo el dolor que siente por la violencia que arrebata vidas “en campos y veredas”, que deja “novias que no llegan al altar de sus anhelos” , mientras que

“la perfidia de las balas
que rebotan en el suelo,
hacen círculos diabólicos
y se clavan en el pecho.”

tal como sigue sucediendo hoy en día.

A continuación la “Plegaria por la paz”, poema escrito en 1954 y que casi 60 años después de su creación, sigue igualmente vigente.

 

Plegaria por la paz *

Con fe ciega en tus designios
y con las manos en ruego,
elevo a Ti mi plegaria,
Señor Dios de los ejércitos
dominada por la angustia
que conmueve al mundo entero.

Ilumina el corazón
y dulcifica el acento
de los que tienen el mando
de tierra, de mar y cielo,
para que cesen las luchas
que exterminan nuestros pueblos.

En los campos y veredas
los hombres se van muriendo,
por el espacio se cruzan
maldiciones y lamentos,
mientras lloran las mujeres
la soledad de sus huérfanos.

Las espigas se doblegan
con los zarpazos del viento,
las mieses no fructifican
porque las hiere el invierno
y surge en todos los ámbitos
un pesimismo tremendo,
mientras corre y corre sangre,
Señor Dios de los ejércitos,
por los caminos signados
con relámpagos de fuego.

Pobres niños que no alegran
las callejuelas del pueblo,
ni los parques, ni los prados
con sus risas y sus juegos.
Pobres mujeres que tienen
el alma llena de tedio
y llevan entre sus brazos
el fruto de sus desvelos,
convertido en un cadáver
que miran con desconsuelo.

Pobres novias que no llegan
al altar de sus anhelos,
porque una racha impiadosa
que se cruzo en sus senderos,
ha destruido por siempre
la dulzura de sus sueños.

Juventudes que engañadas
por el destino, creyeron
poder conquistar el mundo
que miraban ancho y bueno,
con la fuerza del espíritu
y la luz del pensamiento.

No imaginaron jamás
nunca presentir pudieron
la perfidia de las balas
que rebotan en el suelo,
hacen círculos diabólicos
y se clavan en el pecho.

Hombres fuertes de los campos,
alucinados labriegos
que enfrentándose a la vida
con voluntad y sin miedo,
descifraban el futuro
en oráculos inciertos.

La tragedia intempestiva
convirtió todo en silencio
y la sangre congelose
sobre los trémulos cuerpos.

Inermes las golondrinas
interrumpieron su vuelo,
el humo cubrió la aurora,
no se oyó mas el cencerro
y se quebró en el espacio
la voz de los pequeñuelos.

Látigo de amarga pena,
mieles mezcladas de ajenjo!
Amanecer angustioso,
terrible noche de invierno.

Destrucción en las cabañas,
llanto de niño indefenso,
responsos y cruces rusticas,
tortura, desasosiego,
dolor de crueles cilicios
a la sombra de los muertos.

¡Qué pesadilla espantosa!
¡Qué despertar tan violento!
Desolación y locura
es la herencia en el destierro,
mientras corre y corre sangre
en un clamoroso vértigo,
por los caminos signados
con relámpagos de fuego.

Con fe ciega en tus designios
y con las manos en ruego,
elevo a Ti mi plegaria
Señor Dios de los ejércitos,
dominada por la angustia
que conmueve al mundo entero.

Ilumina el corazón
y dulcifica el acento
de los que tienen el mando
de tierra, de mar y cielo,
para que cesen las luchas
que exterminan nuestros pueblos.

Que vuelva la paz al mundo,
que cesen ya los lamentos,
para que tengan los hombres
en vez de odios, afectos.
Para que la vida deje
de ser un suplicio eterno...
Para que vuelva a los campos
la risa de los labriegos.

Para que otra vez los niños
con sus cometas al viento,
columpien en las alturas
sus fantásticos ensueños.

Que vuelva la paz Señor,
no desoigas este ruego.
Si Tú haces este milagro,
¡tendrás un mundo perfecto!

 

*Agradezco a Esperanza Hurtado, viuda de Patrón, hija de nuestra gran poeta, su gentileza de traer de nuevo a la vida este poema para su publicación.