LITERARIEDAD Y ASOMBRO:
LA SALUD EN COLOMBIA
Gustavo Enrique Ortiz
SEMIÓLOGO UNIVERSIDAD NACIONAL
Entre la denuncia y la literatura solo hay un posible, Colombia, espacio infinito de organizadores de imposibles y asombros. Todo pueblo llama su realismo mágico, pero para los herejes del canon literario. En palabras de Manuel Ortega repasando el trabajo repasando el libro de Guillermo Henríquez; " el Macondo esencial sería un espacio de ficción literaria, ecléctico, formado por tres sub-espacios conectados al autor en momentos cruciales de su vida: el Macondo poético (Aracataca), el Macondo dramático (Ciénaga) y el Macondo creativo (Barranquilla)."
Muchos tenemos la duda ya que los corrillos y las largas caminatas por Ciénaga nos dan una preponderancia y un segundo lugar detrás de Barranquilla; mientras que el consumismo simbólico ya todos imaginan como regula e invierte, por otro pueblo.
Siendo así las cosas, las inicio por Ciénaga que desde Junio acomete a un cachaco perdido - santandereano, pero por ética desligado a las proxemias regionales-, que le dio por buscar que se siente escuchar blues en las orillas del mar cuando amanece, y los pescadores inician su faena, allá por la zona de los estaderos.
Hube de enfermar -más que de costumbre y eso que vivo lejos de ciertos Castillos amanerados y deshonestos de Santander - y como para estar en el límite, pues hube de caer en un hermoso recinto físico construido tiempo atrás por un italiano y que las periódicas peroratas radiales comentan que se lo roban sin remedio.
Como no había mucho que hacer y el hambre acechaba, después de dos jugos de sandías caminé hasta allí, a pesar del favor de un par de bicitaxis, vehículo poético, que persiguen los verdes como para hacer ejercicio y mantener el síntoma bananero del despotismo contra quien desea trabajar dignamente.
Entré con la denuncia de mi pérdida de cédula, o sea que quien escribe, solo es uno de mis otros que no puede testificar por quien alude esta denuncia o deliciosa mirada crónica. Creí haber llegado al origen de los mundos, porque la enfermedad más común de este real Macondo, es estar embarazado. Los hijos nacen como frutas al alcance del apetito y me sentí abandonado entre amazonas en gestación, dos baños clausurados y medio mundo entre un par de sillas. A eso se llama urgencias.
Luego cuando el mundo es posible, en ilógica conjetura sociocolombiana, o sea una orden médica es autorizada, un par de camilleros me avisaron que estaba listo para cirugía, al día siguiente y terminé en una silla de ruedas que se enfrentó a un par de puertas que mágicamente empujadas ascendieron de grada en grada como en algún cuento de Borges, donde detrás de cada puerta una escalera a algún finito.
Luego mi buen amigo arquitecto me expresaría que allí todo es posible.
El compañero de espera por el mismo cirujano en las pasadas 24 horas lo encontré arriba, en un cuartillo de procedimientos, y ambos sin temor procedimos a alistarnos.
En la maravilla de lo mágico, el buen cirujano general expresó que iba a operarnos en la misma sala y que los dos al tiempo. O sea me senté a ver como se abría un quiste en la cabeza, como no era ficción colocar tantas plántulas de tijeras paradas sobre la cabeza y no caerse y exasperarme por el olor a quemado de algo que llaman electrocauterio.
Las ayudantes de enfermería observaban con distancia desde la puerta hasta que el cirujano dijo: "No me tengan miedo, la última oveja que me comí fue Zulima y miren como está de gordita..."
Ella, la enfermera jefe de la UCI, solo hizo reír y entregar a las tiernas ovejas renuentes a los misterios de la cabeza de mi buen colega de viaje. La sangre no me deliraba tanto el imaginario visual, pero si las ventanas abiertas de la sala y el interés y el piropo sin espera del médico asistente por alguna enfermera imagino. No pude cuadrar esa actante porque tanto quien estaba en la camilla como yo teníamos canalizados los líquidos al mismo palo.
Luego como cualquier matador de toros o según él, experto peluquero, hizo algunas manoletinas y piruetas cerrando la herida de la cabeza y cortando un poco del pelo de mi buen amigo sin nombre. La enfermera ayudante, que tenía la misma mirada de mi hermosa Nana, solo hizo reír y decidió sentarse y dejarle la bandeja de apósitos a la mano al médico asistente. Su estado de embarazo la cansaba mucho, tanto que en mi intervención ni siquiera decidió pararse del sillón medio manco y medio roto.
El aviso de banderillas me angustió, "el electrocauterio se queda lo vamos a necesitar ahora", mientras el pobre adolorido se levantaba de la camilla, ya me daban la orden para el matadero. Ante tanta informalidad, antes yo había decidido poner a cargar mi celular y correr el riesgo que molestase si alguno de mis escasos amigos preguntaba mi agonía.
Pues en el cambio de tercio vibró el celular del cirujano y respondió amablemente, y avisando que ya terminaba y hacía las compras luego.
Mi compañero pasó a mi puesto y yo listo esperaba al menos la gota de anestesia local que mi compañero tuvo de redención, el cirujano salió, dio dos instrucciones y dejó al enamorado asistente. Más la enfermera en gestación.
A los dos primeros pasos de bisturí, me pregunto si me dolía, dije la verdad y luego mi Nana in ausentia, preguntó si anestesia, " NO HAY NECESIDAD".
Después de veinte minutos, apareció el torero jefe y dio las dos orejas, y nadie hizo vibrar mi celular. Por lo cual en el cierre de faena decidí tomar unas fotos y esperar que vibrara mi celular ya que no tenía saldo.
Luego fuimos llevados a recuperación a una habitación donde en su alfeizar jugaba una infinita iguana verde que al verme me delató su casa origen, por las ventilas ingresó rápido a urgencias a esconderse o atender los asombros de otra persona como yo.
La factura al salir no fue cargada a mi eps, sino al Sisben. No podía pedir más asombro, denuncia o literariedad. El celular estuvo callado hasta hoy después de sobrevivir a un baño de mar por veinte minutos y regresar al torpe convaleciente de playa que escuchaba Ethel Waters.
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