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                         ANÁLISIS

         

                

                 LA COLOMBIA OBLIGATORIA

         

Jairo Sandoval

Así como el astrónomo que orienta el telescopio hacia la Galaxia de Andrómeda la observará tal como era hace dos millones de años luz -tiempo que demora su imagen en llegar a la Tierra-, de similar modo el analista que estudia la realidad social de la Colombia vigente estará detectando (y soportando) rescoldos de hechos y procesos que sucedieron a lo largo de muchos siglos.

Así pues, sobre una larga ilación cronológica de sucesos históricos evidenciables, incumbiera calzar la siguiente declaración: Quienes vayan en adelante a ocupar el frente de la retórica por Colombia, indispensablemente deben estar en la vanguardia de la lucha sana por Colombia. Y tal punto frontal no puede ser conquistado por mandarines, sino por miles de activistas (“demografía es destino”) que sepan cómo la vida histórica del país tiene una concatenación multicentenaria de causa a efecto, inteligible, la cual puede periodizarse en etapas, de esas que con esfuerzo arrojan inferencias analíticas sensibles o socarronas y sugieren valiosas pautas de avance: “aprender es amargura pero su fruto es dulzura”.

Y no estoy apelando, de sí y acá, al apreciable espacio “estructural” del acreditado investigador francés, Fernand Braudel: “El historiador tradicional presta atención al tiempo breve de la historia. Ese tiempo no es el que interesa a los historiadores sociales. El tiempo de hoy data a la vez de ayer, de anteayer, de antaño. Un tiempo que aparece exterior a los hombres, que les arranca sus tiempos particulares: el tiempo imperioso del mundo”. [“Pour une économie historique”. La Revue Économique, 1950]. Tampoco me estoy refugiando en el “raciovitalismo” robusto del filósofo español, José Ortega y Gasset: “He aquí, pues, como en nuestra actitud política [histórica] actual, en nuestro ser político, pervive todo el pasado humano que nos es conocido. Ese pasado es pasado, no porque pasó a otros, sino porque forma parte de nuestro presente, de lo que somos en la forma de haber sido”. [“Sobre la razón histórica como nueva revelación”. Philosophy and History, Harper. 1963].

Corriendo el riesgo de fatigar con asuntos teóricos, continúo diciendo que estoy más bien interrogando sin paliativos los rigores de la “Interpretación Contrastada de la Historia”, la que estriba en los siguientes polos: “La <contradicción> es la raíz de todo movimiento histórico” (Hegel). “Todo fluye” (Heráclito), “Todo cambia menos el cambio” (Diógenes Laercio). La “contradicción” entre un acontecimiento y el siguiente (el cual se convierte en la “negación” del anterior) rige todas las etapas de la evolución sociocultural, pues en toda formación social un estado de cosas pasa a ser otro estado de cosas, en un proceso “crítico” en esencia antropogénico, es decir, influido básicamente por la actividad social el ser humano (Marx). Y reitero mi pena por tanta abstracción y ‘geometría’ especulativa no ciertamente con la irreverencia del poeta alemán Heinrich Heine, “Espero que Dios me perdone, porque es su obligación”, sino con deferencia para quienes me distinguen con su lectura.

Eso sí, he ambicionado ser explicito para llegar al fondo del proceso histórico de Colombia. Fortalecido por los mandamientos e infusiones imaginativas de Marvin Harris, analítico estadounidense, que interpela a todo estudioso así: Evalúe las “discordancias” de la situación bajo estudio; haga de toda categoría, por superflua o metafórica que parezca, una posibilidad con atribuciones positivas, y olfatee su discrepancia o complementariedad en busca de oposiciones o acomodos, dentro de la eterna disonancia de la crónica humana.

Entro pues en materia persuadido de que:

Nuestra república ha llegado a un punto radical de giro y transferencia. Y lo “radical” siempre demanda enterrar lo hostil y retardatario de ayer con todos los aparejos de la fortaleza moral. Y no es en modo alguno cismático que esta empresa “revolucionaria” la asuma y presida, sin aulagas, JM Santos durante su periodo bi-cuatrienal de gobierno. Y que la continúe un sucesor comprometido con un radicalismo popular hasta ahora en cierne, por un lapso total -análogo en años (dieciséis)- al que empleó el Frente Nacional (1958-1974) en retrotraer y remachar la asfixiante hegemonía oligárquica arrolladora de país. Serán cuatro períodos presidenciales en aras de producir la “Colombia Obligatoria”. Es decir, con vistas a obtener la síntesis benefactora entre la Colombia semirrobusta que se auto-impulsa, y la otra, la Colombia maltratada, empujada a pacer. Los cuales dos hemisferios asimétricos han existido dentro de nuestra Estado-Nación como un oxímoron: una mescolanza en recíproco antagonismo. Y como fuente de la casi santera “disonancia cognitiva” (pensamientos y creecias en tensión desarmónica, o sea, ¡en bonche!) que disimulamos sin rubor y toleramos sin remordimiento.

¿Por qué hoy? ¿Por qué Santos?

§ Hoy. Porque luego de trescientos años de subyugación colonial hispana, el territorio que en las siguientes dos centurias adoptó a la postre el gentilicio de “Colombia” ha existido como pueblo étnica y socialmente inequitativo, auto-inmolado, caótico. Y porque el período de perturbadas y violentas expresiones sociales, “contradicciones”, que va del año 1947 al 2002 y en especial el lapso 2002-2010, se manifiestan al presente como el remate, el aún hipotético cierre, de nuestras continuas severidades políticos-sociales, que datan, en su larga duración, del año de 1514. Pareciera accesible al entendimiento que los colombianos estuviéramos llegando a la cresta o vértice de un proceso histórico de quinientos años. Aún más, que estuviéramos culminando una etapa semi-milenaria en un momento político galvanizador que, si bien entendido y bien utilizado, nos proyectara enteros y optimistas hacia la animación del siglo xxi y, todavía mejor, al consorcio y compañía de los países avanzados, pues que “gota a gota se ablanda la roca”. Seria ¡al fin! el forzoso vuelco aspiracional y colaborativo de un pueblo solidario hacia la contemporaneidad, el equilibrio y la satisfacción.
§ Santos. Por una razón afortunada: en lo recorrido de su presidencia ha demostrado (catándolo desde la ladera de lo positivo) claridad de visión, ecuanimidad de carácter, sentido histórico, comprehension de métodos y metodología, aprehensión sólida y tranquila de la erizada problemática nacional. Ha irradiado un aliento no utópico, no cubiletero, de moralidad pública colectivamente respirable. (Pero su idoneidad como conductor y catalítico queda para una ártica reflexión futura).

Comporta en este momento preguntar sin mesianismos: Estamos los colombianos, como Moisés, ¿a la vista ya de nuestra campiña transjordánica? ¿Aún si no nos hemos liberado de la opresión faraónica de la guerrilla y el amarradijo del crimen multiforme? Mi respuesta es un categórico “sí lo estamos”. Y para hacer inteligible esta aserción a) aludí atrás a simples pautas de la ‘metodología determinística’ y b) resumiré en próxima nota algunos hitos históricos prístinos que la acrediten.

Cual prólogo, mi afirmación inicial, por insólita que parezca, es ésta: La causa más remota de nuestros seculares conflictos y tragedias nacionales se gestó ‘in vitro’, es decir, en probeta ajena y tiempos vetustos: en la Europa occidental y el renacentista siglo xv. Y desde esa región y hasta hoy, todo sería (y sigue siendo) para nuestra estirpe, según afirmé atrás y despejaré adelante, etapas concatenadas de evolución sociocultural “contradictoria”, vertiginosa y violenta.

Tanto así, que si fuera menester blanquear las virtudes definitorias del carácter y temperamento de nuestros entrantes luchadores, éstas serían, sin hesitación, la templanza, la verdad y la rectitud marcial que poetizó, y literalmente esgrimió, en el Japón feudal el legendario asceta-filósofo y samurái, Miyamoto Musashi (1584-1645):

“Aunque vuestro cuerpo esté fatigado, que vuestro espíritu esté alerta. • Un espíritu muy elevado es débil, tanto como el espíritu amedrentado. • Poned vuestro intelecto en un vasto plano, para distinguir lo que es verdad y lo que no lo es en el mundo: vuestro espíritu habrá quedado imbuido de sabiduría”. “El Libro de los Cinco Anillos”
Jairo Sandoval Franky, Washington, DC