EL QUINQUENIO LIBERAL DE REYES
Enrique Santos Molano
Durante la rebelión radical de 1895 contra el gobierno de don Miguel Antonio Caro, el presidente nombró jefe civil y militar de Cundinamarca, y jefe de Operaciones sobre el Magdalena, al general Rafael Reyes, el militar más prestigioso que tenía La Regeneración. A Reyes, destacado por sus brillantes campañas en la anterior rebelión radical de 1885, se le apreciaba sobre todo por sus acciones como empresario, explorador, administrador, y por sus vastos conocimientos sobre agricultura y economía.
Reyes no tuvo dificultad para aplastar el levantamiento radical del 95. Los radicales habían empuñado las armas por no perder la costumbre, pero todos ellos, incluido el general y doctor Rafael Uribe Uribe, eran militares improvisados, incapaces de disparar un tiro sin incurrir en la figura del fuego amigo. Rafael Reyes, que sabía de estrategia de guerra, despachó la rebelión en dos combates. Uno en Cundinamarca, comenzado el 29 de enero a las once de la mañana en el sitio de Botello, y terminado cerca de allí, en La Tribuna, a donde retrocedieron las fuerzas rebeldes, a las tres de la tarde. El general Reyes dio el parte de victoria en un comunicado de elocuente parsimonia, enviado al Ministro de Guerra. “Tengo el honor de poner en conocimiento de su señoría que después del parte que le di del encuentro con el enemigo en Botello, éste se retiró en buen orden hasta La Tribuna haciendo resistencia de emboscadas tenazmente y calculada; de suerte que a las dos de la tarde ocupamos La Tribuna, en continuo combate hasta dicho lugar. Allí la resistencia fue desesperada hasta las tres y treinta de la tarde, en que se declaró el enemigo en definitiva derrota, abandonando el campo, dejándonos muchos prisioneros, varios muertos y heridos, muchos caballos, armas, cápsulas, cajas de guerra, lanzas, ganado gordo y despojos de toda clase.
“El número del enemigo era superior al nuestro; pero hoy ha quedado destrozado completamente y casi reducido a la impotencia. Siguen la vía de Villeta.
“La conducta del ejército ha sido bizarra y valerosa, siendo digna de muy especial mención la de los generales Tribín y Valderrama, y mi ayudante mayor coronel Carlos Cuervo. Continuaré de acuerdo con el plan combinado.
El general en jefe
Rafael Reyes
Nota: Los jefes revolucionarios vencidos son los señores Siervo Sarmiento y Rafael Uribe U.”
El otro combate, que les puso fin a la rebelión y a la guerra, tuvo lugar un mes y medio después, en Santander, en los alrededores de la población de Enciso, el 15 de marzo. Bogotá le brindó una recepción de héroe al general Rafael Reyes, el 26 de abril, con un modesto Arco del Triunfo erigido sobre el Puente de San Francisco, antes de llegar al cual la carroza en que venía el general Reyes sufrió un aparatoso accidente en la segunda Calle Real.
La guerra del 95 fue de corta duración en buena parte por la inteligencia y la actividad que desplegó en ella el general Reyes, descritas en un relato espléndido que Rafael Pombo les hace a sus amigos Ángel y Rufino Cuervo en carta que les escribe a Paris el 2 de abril de 1895, texto que permite entender el por qué de la grande influencia que el general Reyes tendrá en el país a partir de entonces y hasta el final de su gobierno en 1909, y porqué aquellos a quienes venció en 1895, serían sus firmes aliados en 1904 y durante el quinquenio que duró su mandato, concluido antes de su período constitucional por las circunstancias que ya veremos.
Dice Pombo: “Muy de deplorarse es la revolución de 95 por su origen y por sus víctimas en vidas y haciendas y por la nueva carga que dejará a un fisco en bancarrota; pero si prescindimos estoicamente de esto, ha sido un capítulo providencial y bello en nuestra historia por tres aspectos entre otros: 1º La exhibición de virtud de nuestros conservadores; 2º La exhibición fatal de nuestros radicales y el estado de anarquía y nulidad en que los deja; y 3º Por la aparición o confirmación de un grande hombre, grande por el espíritu y el corazón, legendario en actividad y valor, cual es Rafael Reyes: volando de su hacienda o campo, escapado de entre las manos de los rebeldes, se le apareció a Caro en palacio, y Caro tuvo el acierto de prestarse a autorizarlo plenamente y dejarlo partir como un rayo a su inaudita campaña militar y política que empezó el 29 de enero en el heroico asalto a La Tribuna, cerca de Facatativá, siguió en la capitulación generosa de Chumbamuy (como la de Sucre en Ayacucho), y continuó en un triángulo cometario incendiando de entusiasmo el Magdalena, Antioquia y la Costa, capturando quinientos rebeldes en la bahía de Morrosquillo, metiéndose audazmente en Santander con reclutas costeños y antioqueños y pocas fuerzas veteranas, para llegar como un relámpago a San José de Cúcuta, y de ahí en persecución de J. M. Ruiz y los invasores venezolanos, por desiertos y páramos, ganándoles dos días de marcha sin dormir, dejando atrás muertos o rendidos dos mil ochocientos hombres, y alcanzándolos y asaltándolos triunfalmente en Enciso el 15 de marzo cuando ya estaban al reunirse con cuatro o cinco mil rebeldes de Boyacá. Supongo que al fin de ese terrible asalto de diez horas ya le llegarían algunos otros cuerpos; pero emprendió el ataque con mil doscientos contra dos mil quinientos, y al fin contra cuatrocientos más ya llegados de Boyacá. De suerte que de ese empujón contra el alto y cerca de piedra de Enciso, derrotó dos ejércitos, y forzó a todo el de Boyacá a entregarse de este lado a los generales Mateus y Pinzón, que obraban lentamente contra él desde un principio. Y así quedó toda la rebelión despachada.
“Con perdón de Bolívar, de Sucre y de Páez, tampoco creo que encontraremos una campaña política y militar tan rápida y completa en nuestra historia, obra de cuarenta y cinco días, y en que Reyes se expuso de tal manera que Ignacio Soto, uno de los vencidos de La Tribuna, cuenta que tuvo que impedir a sus soldados que lo mataran a boca de jarro. Al mismo tiempo [Reyes] le ahorró al gobierno un gasto enorme de buques de vapor que otros habían tomado para la guerra, y los devolvió al comercio; y ofició desde Magdalena al presidente de Venezuela [el general Joaquín Crespo] sobre los invasores y anunció que ‘seguía a Cúcuta a recibir la respuesta’, la más enorme flota que ha podido hacerse y cumplirse con los elementos que tenía a sus órdenes”.
La guerra del 95 elevó la figura de Reyes al primer plano político. El presidente Caro lo nombró en septiembre Ministro de Gobierno, en una situación delicada por los cambios que el propio jefe del Estado estaba impulsando en su propósito de dar a la oposición todas las garantías constitucionales, restablecer la actividad democrática y borrar cualquier pretexto que pudieran tener los radicales para justificar la lucha armada. Se levantó la censura de prensa, se abolieron los decretos que prohibían las reuniones en público de más de tres personas, se autorizaron las manifestaciones callejeras pacíficas, y quedaron en libertad los presos políticos.
Los radicales y los conservadores históricos publicaron numerosos periódicos, que no ahorraban las críticas al gobierno de Caro, a sus funcionarios principales, ni los llamados continuos a ponerle fin al régimen de La Regeneración. Uno de los contradictores más vehementes era el joven doctor José Vicente Concha, discípulo y hechura del señor Caro. Concha, ministro de Caro a los 26 años, y defensor intransigente de los principios de La Regeneración, tuvo un viraje repentino y se pasó a los adversarios del Régimen, los conservadores históricos, que partían con los radicales las cobijas de la oposición. Hasta aquí las cosas marchaban de conformidad con los deseos del presidente de las República; pero en enero de 1896 corrieron rumores de que miembros del radicalismo y del conservatismo histórico preparaban una revolución en Nueva York y que el encargado de comprar y de enviar las armas era Alirio Díaz Guerra, periodista, escritor y poeta radical exiliado desde 1886 y que obraba como agente de los radicales en el exterior. Los informes recibidos de Nueva York indicaron que el 2 de enero las autoridades de la gran urbe estadounidense habían decomisado un enorme parque próximo a ser embarcado con destino a Cartagena o Santa Marta. La noticia, difundida en Bogotá y en el país, sembró la alarma sobre una revolución inminente y muy poderosa, por lo que el Ministro de Gobierno envió telegramas tranquilizantes a los gobernadores.
“Las noticias recibidas de todo el país –dijo el Ministro Reyes—referentes a la revolución, son que ésta estaba organizada, pero el Gobierno cree que después de tomado en Nueva York el gran parque que enviaban a nuestras costas los revolucionarios, se ha conjurado el peligro y que si hay algunos movimientos parciales, sobran las fuerzas de cada departamento para sofocarlos teniendo además apoyo de todas las de la nación, que acudirán a donde convenga. Es preciso trabajar por la tranquilidad y la confianza en la paz. El Ministro, Reyes”.
Como responsable del orden público, el Ministro Reyes no estaba muy seguro de que la paz y la tranquilidad no serían alteradas si no se tomaban medidas oportunas y enérgicas. Decretó el Estado de Sitio y en virtud de sus facultades impuso restricciones a la libertad de expresión y organizó un servicio de inteligencia que espió con mucha eficacia a los miembros de la oposición, radicales y conservadores históricos, orientados, los primeros, por un Directorio plural, y los segundos por el general Marceliano Vélez, de donde también se les denominaba conservadores velistas.
La prensa de oposición reaccionó contra las restricciones impuestas a la libertad de expresión por el Ministro de Gobierno. El influyente diario El Heraldo, de insospechable tendencia independiente, célebre por sus denuncias que destaparon en 1894 los escándalos de corrupción conocidos como ‘El Petit Panamá’ y las ‘Emisiones Clandestinas’, rechazó en duros términos las medidas del general Reyes. El ministro de gobierno consideró que El Heraldo había violado las disposiciones del Estado de Sitio y ordenó su clausura y la detención de su director, José Joaquín Pérez. José Vicente Concha protestó por la arbitrariedad del Ministro y lo acusó de estar implantando “una dictadura personal”. Reyes ordenó la detención del dirigente velista, quien fue llevado a la cárcel, donde ya estaban asegurados numerosos radicales e históricos a quienes los espías del gobierno señalaban como cómplices de la conspiración. La encarcelada de Concha duraría unas pocas horas.
Todos se preguntaban ¿en dónde está el presidente Caro? El presidente había dejado el manejo de la crisis en manos de su Ministro de Gobierno, a tal grado que se rumoraba con insistencia que en el país mandaba ahora el general Reyes y que el presidente Caro era un prisionero en Palacio. Dos o tres horas después del arresto del doctor Concha, el presidente Caro ordenó poner en libertad incondicional tanto a Concha como el director de El Heraldo y a los demás que hubieran sido detenidos por el asunto de la conspiración de Nueva York, y levantó el Estado de Sitio. Algunos del círculo Caro, le preguntaron si no temía que el general Reyes, a quien el ejército adoraba y obedecía ciegamente, al verse desautorizado de semejante forma por el presidente, pudiera dar un golpe. Caro les respondió muy tranquilo que no había de qué preocuparse. El general Rafael Reyes era un soldado leal y un republicano de profundas convicciones, respetuoso de las leyes. Jamás se le ocurriría dar un golpe de Estado.
Don Miguel Antonio conocía bien a ese soldado y agricultor cuyas acciones, aún las que implicaban cierta arbitrariedad, estaban siempre originadas por un deseo de servicio y de cumplimiento del deber, como él lo entendía. La reacción del general Reyes a la desautorización inequívoca que le hizo su jefe, fue solicitar una licencia de treinta días para separarse del ministerio mientras atendía “algunos asuntos personales”, permiso que el presidente le concedió enseguida. Reyes se fue a atender sus asuntos personales el 2 de marzo. No sabemos si estaba enterado (lo más probable es que sí) de las intenciones del presidente de presentar su renuncia y llamar al primer designado, el general Guillermo Quintero Calderón, para encargarse del Poder Ejecutivo; pero cuando el general Reyes regresó a Bogotá quince días después (y quince antes de que se le venciera la licencia), el 19 de marzo, había ocurrido todo un ciclo político. El 9 de marzo el presidente Caro solicitó al Congreso autorización para dejar la presidencia, que le fue concedida, y el mismo día se posesionó al general Quintero Calderón como encargado del Poder Ejecutivo. Caro se retiró a Sopó, donde, a los seis días, le llegaron pésimas noticias del gobierno de Quintero Calderón. Había integrado un gabinete con opositores de La Regeneración y enemigos del Partido Nacional. En hacienda había puesto a Francisco Groot, un librecambista reconocido, que comenzó a dictar decretos para desmontar el andamiaje económico de La Regeneración, desestimular la industria nacional y abrir de nuevo el cauce a las corrientes librecambistas. Caro no perdió el tiempo en regresar a Bogotá y el 17 reasumió la presidencia.
El hecho de que Reyes hubiese anticipado en quince días su vuelta a la capital, denota que Caro lo había mandado llamar en prevención de un intento, por parte de los velistas y los radicales, de impedir que el presidente titular retomara el mando; pero la rapidez con que se movió el señor Caro, y su sorpresiva aparición en Bogotá, neutralizaron cualquier intención golpista de los opositores, si es que la tenían.
En un ambiente de alta pugnacidad entre el gobierno y la oposición radical-velista, el general Rafael Reyes continuó en sus funciones de Ministro de Gobierno hasta el 7 de abril, en que se produjo una crisis ministerial y él presentó renuncia irrevocable. El 25 de abril el presidente Caro lo nombró Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de Colombia en Francia. En el mes que demoró su partida hacia Paris, Rafael Reyes oyó voces seductoras que lo animaban a despreciar la diplomacia y lanzar su candidatura presidencial para el sexenio de 1898 a 2004, en oposición a su amigo el presidente Caro, que seguramente aspiraría a un período propio, y a su archienemigo, el general Marceliano Vélez, con la seguridad (no muy segura, pensaba Reyes) de que los derrotaría a los dos. Reyes desoyó esas voces y el 23 de mayo de 1896 partió rumbo a Francia, aunque el eco atormentador de la candidatura presidencial lo seguiría hasta Europa y lo traería de retorno en poco menos de año y medio.
Ni los radicales, ni los conservadores velistas contaban con una figura de prestigio que pudiera enfrentar a don Miguel Antonio Caro en las elecciones presidenciales de 1898. La única personalidad con fuerza suficiente para derrotar a Caro, era el general Reyes. La oposición se lanzó a una campaña desesperada para convencer al Ministro Extraordinario y Plenipotenciario de Colombia en Francia de aceptar la candidatura presidencial por el partido conservador histórico y por el partido radical. A Caro no parecía inquietarle esta jugada de sus adversarios. El gobierno respaldó la candidatura del general Rafael Reyes para designado, en sustitución del general Guillermo Quintero Calderón, y el Congreso, por unanimidad, eligió Designado al Ministro en Francia. El general Reyes fue bombardeado en París con propuestas del Partido Nacional para llenar la fórmula presidencial de Caro en el 98, y de los opositores que le ofrecían la candidatura, y que incluso la proclamaron en Barranquilla. Las respuestas de Reyes fueron siempre ambiguas. No decía ni que sí, ni que no, pero mantenía el quizás.
Las presiones aumentaron a comienzos de 1897 y se hicieron insoportables con la cercanía del calendario electoral. El 11 de enero los conservadores históricos ofrecieron su respaldo a la candidatura “del popular y meritísimo general Reyes”. El Correo Nacional, vocero tradicional de los históricos, escribió en su editorial del 27 de enero que “La candidatura de Rafael Reyes responde a las necesidades de paz y de progreso de los colombianos”. El mismo diario anunció el 26 de marzo que, en telegrama del 15 del mismo mes, el general Reyes había confirmado la aceptación de su candidatura por el conservatismo histórico y que proponía como fórmula vicepresidencial a don Jorge Holguín. En consecuencia, el 23 de marzo el general Guillermo Quintero Calderón fue nombrado jefe de debate de la candidatura Reyes. Una carta lamentable del general Reyes, fechada el 25 de marzo en París y publicada en Bogotá el 3 de mayo, trató de explicar que su aceptación de la candidatura obedecía a que entre él y Caro existían serias contradicciones. Reyes no había Renunciado su cargo de ministro de Colombia en Francia y al parecer olvidó que la persona con quien tenía esas “serías contradicciones” era su jefe. Los nacionalistas no perdieron la oportunidad para señalar, por un lado, la indelicadeza de un funcionario que no dejaba su cargo no obstante tener serias contradicciones con aquél que lo había nombrado, y por otro, el oportunismo de Reyes.
Reyes renunció la representación en París el 29 de abril y anunció su próximo regreso al país, Un “conservador muy inteligente” cuyo nombre no se revela, entrevistado por La Crónica, vocero de los liberales no uribistas, expresó que la pujanza del reyismo no era producto del prestigio de Reyes, sino del desprestigio del gobierno de Caro.
El presidente Caro dio su anuencia al directorio del Partido Nacional para proponer la candidatura del general Reyes como su fórmula vicepresidencial. Reyes respondió que no aceptaba ni la candidatura a la vicepresidencia con Caro, ni la candidatura presidencial por parte de los conservadores históricos, declaraciones que produjeron enorme confusión política en Bogotá, un aviso comercial ingenioso y un todavía más ingenioso soneto de Rafael Pombo.
El Aviso, publicado en El Mochuelo, dice: “Acepte o no acepte el general Reyes la candidatura presidencial, Manuel María Madero continuará fabricando, de oro garantizado, las argollas para compromiso...Calle 12, No. 133”. Y el soneto de Pombo, también en El Mochuelo, se titula Junta de Médicos, y describe las angustias del señor Caro frente a la candidatura Reyes, de quien, por supuesto, Pombo es partidario
--¡Esta candidatura se nos muere!
Arrimémosle un vivo, a ver si vive:
Reyes de Vice. --¡=h, cómo—Él la suscribe.
Cuanto peor lo trato, más me quiere
Con él por salsa, el pueblo me digiere,
Por la espada la vaina se recibe,
Y esta broma tal vez rompa y derribe
Al vulgo ruín que a mi firmán no adhiere.
¡Gran golpe! ¿Y si tocado por el muerto
muere el vivo? --En faltando el héroe insigne
veinte podréis alzar la frente oronda.
--¿Y si él solo entretanto alcanza el puerto?
--Será el peldaño por el cual me digne
salir de un bergantín que se desfonda.
La candidatura de Miguel Antonio Caro, apoyada por el Partido Nacional, es decir, por la coalición de conservadores nacionalistas y liberales independientes, enfrentó ataques virulentos de los conservadores históricos, de los radicales y de la Iglesia. El clero venía descontento con Caro por la distancia que, (tanto en su posición de vicepresidente encargado del Poder Ejecutivo, por ausencia temporal del titular, Rafael Núñez, entre 1892 y 1894, como de presidente en propiedad por la muerte del doctor Núñez en 1894), había puesto él a las pretensiones de la Iglesia de controlar los asuntos del Estado. El 8 de junio de 1897 El Correo Nacional publicó unas declaraciones de la curia. "Ciertos actos recientes del vicepresidente Miguel Antonio Caro han causado impresión penosa en la masa católica del país...Algunos han llegado a creer que ellos denuncian la vacilación en la fe del antiguo apologista de la verdad religiosa". Todo eso porque Caro aceptó el apoyo del periodista liberal masón, Carlos Tanco.
Miguel Antonio Caro era un analista sagaz de las personas y de las circunstancias, posiblemente, después de Rafael Núñez, el político más brillante de su tiempo. Comprendió que de insistir en su candidatura habría, inevitablemente, una guerra civil de la que por ningún motivo quería ser responsable. El 25 fe julio, presentó renuncia de su candidatura presidencial. Pasada la enorme sensación que produjo el anunció en la capital, se abrió paso el hecho de que, al desaparecer del escenario la candidatura del señor Caro, se modificó por completo el panorama político. Sin Caro como adversario, los conservadores históricos ya no necesitaban de Reyes. Sin embargo se encontraron ante la paradoja de que el general Reyes, a quien detestaban caristas y anticaristas, era la única figura política con prestigio nacional que pudiera garantizar el triunfo en las urnas de cualquiera de los partidos que lo adoptase como candidato.
Reyes, que sabía de muchas cosas prácticas, se rajaba en política. Tenía deseos de ser presidente para poner en marcha la modernización del país, pero desconocía el arte de moverse entre el charco de tiburones que era la política colombiana de los últimos años del siglo XIX. Regresó a Bogotá el 31 de octubre y salió a recibirlo una multitud de conservadores históricos que gritaban vivas “al héroe de Enciso” y al “futuro presidente de la República”; mas cuando llegó el coche presidencial que envió el presidente Caro para recibir al general Reyes y trasladarlo a palacio, y Reyes quiso subirse en él, los vivas se transformaron en una furiosa rechifla. La fuerza pública tuvo que intervenir para proteger al general Reyes de la ira de los manifestantes.
De ahí en adelante el candidato de todos y de ninguno comenzó a dar palos de ciego. Unas veces criticaba al presidente Caro, y otras manifestaba su lealtad al Partido Nacional y a la Regeneración o insinuaba que los conservadores históricos eran unos traidores a los principios del conservatismo. El presidente Caro consideró que la situación del general Reyes era insostenible y así lo analiza en una carta confidencial que el 8 de noviembre, tras conocerse unas declaraciones de Reyes contra el gobierno, le envía al periodista Martín Paz (seudónimo de Miguel Navia)
“Es difícil –escribe el presidente—casi imposible, en medio de una atmósfera envenenada, preservarse del odio, de ese grande engendrador de crímenes y desgracias. Veo con satisfacción que los periodistas nuestros, principiando por el Maestro (señor Suárez) escriben con la fuerza de la convicción, a veces con indignación, pero sin odio. Eso es altamente honroso para usted y para la causa que defienden, combatida por las furias.
“El paso que ha dado el general Reyes no debe inspirarnos cólera, sino dolor… Velismo es el nombre de la herejía que trata de devorarnos; la persistencia del nombre denuncia la persistencia del mal; el general Reyes no es velista. No tiene temperamento herético, y no es envidioso, ni vengativo, ni revolucionario. Solo ante el Sínodo cismático, abogó bien por su causa, pero, hombre de trabajo y de acción, acostumbrado a resolver pronto cualquier dificultad, pierda o gane, convino en decir algo para complacer a los que lo asediaban, en conceder algo, no todo, y no calculó la gravedad de esa condescendencia. No pesa él bien las palabras, porque no se ha fijado quizás en que las palabras son actos, que pueden ser trascendentales.
“Las circunstancias que le han rodeado son excepcionales y requieren una virtud extraordinaria para no flaquear. En tales casos, aún algunos santos han flaqueado. Él no ha cometido un crimen, sino una falta, según la frase de Talleyrand; por desgracia, en política, las faltas suelen ser demasiado graves para el que incurre en ellas.
“No debemos, pues, ser muy severos para con el general Reyes, sino para con sus tentadores, que le prepararon una ovación hipócrita propia de ellos, y hoy se gozan en ver su firma al pie de un documento que no corresponde a sus antecedentes ni a su carácter.
“¡Oh, amistad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!
“Lo malo de la actual candidatura Reyes no proviene de él mismo, a quien nosotros mismos proclamamos candidato con la mejor buena fe, sino de la asociación de su nombre con una secta a la que el no pertenece. Parece un pretendiente católico que trata de complacer a los protestantes.
“Esa es una contradicción substancial que debe producir conflictos inevitables y funestos. La confabulación que se ha formado contra el gobierno es un acto de deslealtad colectiva, como aquella traición en masa de que pudo ser víctima Bolívar en el Perú. No contentos con haber atraído a Reyes, y habérselo asimilado artificialmente, tratarán de absorberlo por completo; esa es la lógica de los hechos; él resistirá y habrá colisión tremenda, hoy o mañana.
“¿Por qué se exponen a eso los cismáticos? Porque no creen tener fuerza propia y necesitan de una jefatura accidental para triunfar. ¿Por qué el general Reyes? Por un error inexplicable. Tal vez el general Reyes cree que puede detener el delito entrando en él; que abrazándose a un árbol malo, le hará producir buenos frutos.
“Pero eso sólo puede realizarse por un milagro de Dios, y aun podemos esperar que cuando el general vea eso, volverá a su puesto. Suyo afectísimo, M. A. Caro”.
Sin duda el general Reyes había reflexionado en lo mismo que el señor Caro apunta al final de su carta. El 15 de noviembre corrieron en las calles los rumores de que el general Reyes había renunciado a su candidatura, aunque ya los nacionalistas y los históricos, por su lado, y los liberales independientes, los radicales y los uribistas, por el suyo, estaban barajando fórmulas presidenciales. Reyes ni siquiera se tomó la molestia de renunciar una candidatura que nunca había existido. El 28 de noviembre apareció en el semanario Mefistófeles una caricatura que pinta a reyes como un tigre domado por Caro y abyecto. El 15 de diciembre los conservadores históricos repudiaron por carteles la candidatura del general Reyes, al tiempo que anunciaban su apoyo a los candidatos del partido nacional, Manuel Antonio Sanclemente (84 años), para presidente, y José Manuel Marroquín (70 años) para vicepresidente. La candidatura herética del jefe de los históricos, el general Marceliano Vélez, se quedó sin dolientes. El partido Liberal se unió en torno a las candidaturas de Miguel Samper (72 años) y Foción Soto (67 años) para vicepresidente.
Al finalizar el año, Clímaco Soto Borda, el picante director del liberal uribista El Rayo X, en ese momento el diario bogotano de mayor circulación, comentó: “Están por el suelo las acciones del general Rafael Reyes, después de haber batido todos los récords del alza”.
Triunfante el tándem nacionalista conservador en las presidenciales de 1898, y encargado de la presidencia don José Manuel Marroquín, por no haber podido venir a posesionarse el titular, le ofreció al general Reyes que volviera a su cargo de Ministro Extraordinario y Plenipotenciario de Colombia en Francia. Reyes permaneció cuatro años en París. Le tocó desde allí recibir, y comunicar a sus ansiosos compatriotas, las noticias de la tremenda guerra civil que duró mil días, y darle gracias a Dios por haberlo librado de participar en otro conflicto fratricida. Aprovechó el tiempo para estudiar política, asesorado por don Rufino José Cuervo, el mejor consejero posible en materia de honradez política, y para escribir sus libros de viajes A través de la América del Sur. Exploración de los hermanos Reyes, y De Pasto al Amazonas, que publicaría a su regreso al Colombia.
A finales de 1901 el presidente Marroquín nombró al general Rafael Reyes delegado por Colombia a la Tercera Conferencia Panamericana que tendría lugar en México. Reyes viajó a ciudad de México a donde llegó el 10 de enero de 1902. Pronunció el 29 ante la Conferencia un discurso de tono bolivariano, que generó fuerte polémica en Colombia. Una de las gestiones importantes de Reyes en México fue obtener, en asocio con el Secretario de Relaciones de México, el poeta Ignacio Mariscal, que la conferencia aprobara por unanimidad la financiación conjunta entre las naciones latinas y los Estados Unidos de una edición del Diccionario de Construcción y Régimen de don Rufino José Cuervo, y una subvención para terminar los tomos restantes. Fue un reconocimiento simbólico a la tarea titánica de don Rufino José Cuervo, que el calificó de “farsa”, pues ni estaba en capacidad física de concluir el trabajo, ni los dineros se giraron; pero eso no hace menos meritoria la gestión adelantada por Reyes.
El general renunció la delegación en Francia y se quedó en México¡, para conocer de cerca la “obra portentosa de progreso” realizada por el presidente don Porfirio Díaz. En abril de 1903 Reyes regresó a Colombia con su familia y se instaló en Bogotá, en una quinta de Chapinero que denominó “Villa Sofia” en homenaje a su difunta e inolvidable esposa, doña Sofía Angulo.
La candidatura del general Reyes fue proclamada en Barranquilla, en octubre, por los liberales uribistas, los liberales independientes y los conservadores nacionalistas. Al mes siguiente, el 6 de noviembre, sobrevino la separación de Panamá, que pesaría de manera definitiva en la elección del próximo presidente de la República. Reyes financió de su bolsillo un batallón y se puso al frente para ir a someter a los rebeldes Panameños; pero las tropas enviadas por los Estados Unidos para respaldar la independencia de Panamá detuvieron la marcha del general Reyes y de su pequeño contingente de colombianos indignados. Marroquín lo nombró agente especial en Washington, con la misión imposible de no aceptar ningún trato que no incluyera la reintegración de Panamá a Colombia. Reyes fue recibido por funcionarios de segunda, que lo trataron con la debida cortesía, pero le dejaron en claro la inutilidad de insistir. Así lo comunicó Reyes al gobierno colombiano. “Lo de Panamá está perdido”.
Los conservadores históricos, promotores del golpe de Estado del 31 de julio de 1900, que depuso al presidente Sanclemente y lo reemplazó con el vicepresidente Marroquín, lanzaron la candidatura del general Joaquín F. Vélez. Aprovechando la conmoción que sacudía al país por el despojo de Panamá, y el odio creciente contra los Estados Unidos, el general Vélez montó su campaña sobre una supuesta connivencia de su adversario el general Reyes con los Estados Unidos para aceptar lo de Panamá como un hecho irreversible. Las posibilidades electorales del general Joaquín F. Vélez subieron y las del general Rafael Reyes bajaron, lo que produjo un equilibrio de fuerzas entre los dos candidatos, con ligera ventaja de Vélez. Empero, la intervención a favor del general Vélez, de don Lorenzo Marroquín, la persona más odiada por los colombianos en ese momento, a quien se acusaba de haber facilitado la entrega de Panamá por 40.000 dólares, frenó el avance del candidato oficial. Reyes ganó las elecciones en Bogotá por mayoría abrumadora, pero en el resto del país empató o perdió con el general Vélez en cinco de los nueves departamentos, y sacó en los demás una ventaja muy débil. La elección estaba prácticamente empatada y quedó en manos del Gran Consejo Electoral decidir quién era el presidente electo de Colombia. Los magistrados del Consejo Electoral se aislaron de todo contacto con los candidatos en pugna, y advirtieron que no admitirían intromisiones ni del gobierno ni de los partidarios del general Reyes. El 4 de julio el Gran Consejo electoral proclamó al general Rafael Reyes presidente de Colombia para el período 1904-1910.
El nuevo mandatario se posesionó el 7 de agosto de 1904. Nombró un gabinete de unidad nacional, que excluía a los conservadores históricos y a los radicales. Gobierno: Bonifacio Vélez, conservador nacionalista; Guerra: Diego de Castro, liberal uribista; Hacienda: Jorge Holguín, conservador nacionalista; RR.EE: Enrique Cortés, liberal independiente; Instrucción Pública: Carlos Cuervo Márquez, conservador nacionalista; Tesoro: Lucas Caballero, liberal uribista. Jorge Holguín no aceptó. Reyes trasladó a Lucas Caballero a la cartera de hacienda y nombró en la del tesoro al conservador nacionalista Guillermo Torres.
La preponderancia del liberalismo uribista en el gobierno de Rafael Reyes produjo una furiosa oposición por parte de los conservadores históricos, que condujo a una conspiración para derrocarlo a finales de 1904, y a un intento de asesinato el 6 de febrero de 1906, del que Reyes escapó por milagro.
Ilusionado con las obras de progreso que había visto en México, Reyes quiso emular en ello a don Porfirio, pero le agregó un fuerte acento social a su gobierno, que se preocupó por crear empleo, aumentar la capacidad adquisitiva de los ciudadanos, mejorar la educación y fomentar la agricultura, asesorado en todo momento por las ideas de tendencia social demócrata de Rafael Uribe Uribe y de Benjamín Herrera. Ello le valió que en 1910, ya caído su gobierno, el expresidente Reyes fuera acusado del grave crimen de haber introducido en Colombia el socialismo de Estado.
Faltando un año para terminar su sexenio, y después de haber sorteado exitosamente los estremecimientos que produjo la crisis financiera mundial de 1907, se realizó en Washington el tratado Cortés-Root por el cual Colombia reconocía la República de Panamá y los Estados Unidos se comprometían a indemnizar a Colombia con una suma negociable que no fue estipulada en el tratado. La herida nacional por Panamá se reabrió y unió a la oposición en un frente para derrocar a Reyes, acción que no tenía sentido si observamos que Reyes había manifestado su decisión de no reelegirse; pero la reelección de Reyes no era lo que preocupaba a la oposición, sino la sucesión. Todos estaban en el secreto de que el candidato del presidente para el período de 1910 a 1916 era Rafael Uribe Uribe, y la alianza de los opositores en la Unión Republicana, y su decisión de tumbar a Reyes, no tuvieron otra mira que impedir el acceso de Uribe Uribe a la presidencia de la República.
La oposición consiguió su propósito. El 13 de marzo comenzó el movimiento contra el gobierno de Reyes, liderado por los estudiantes de la Universidad Nacional. El 17, el presidente Reyes presentó su renuncia, rechazada por la Asamblea Nacional. Reyes expuso que seguiría gobernando “en la medida en que no se me considere como un dictador y un tirano”. La campaña contra él consistía precisamente en eso, en agobiarlo con las calificativos de dictador y de tirano, que efectivamente lo agobiaron. Aunque los liberales defendieron el gobierno con firmeza hasta el último momento, Reyes se aburrió del ambiente hostil creado por la Unión Republicana, en asocio con el clero, que puso los púlpitos a disposición de los enemigos del presidente. Reyes se inventó un viaje de inspección a los puertos del Magdalena. En Gamarra envió un cable para encargar del Poder Ejecutivo al designado Jorge Holguín, y siguió a Santa Marta. Desde allí remitió su renuncia a la presidencia y se embarcó rumbo a Europa.
Los republicanos impusieron la moda de hablar mal del general Reyes y de culpar a su gobierno por todos los males pasados, presentes y futuros de Colombia. Los liberales no aflojaron en la defensa de la obra gigantesca de progreso, y de liberalización y modernización del país, cumplida por el presidente Reyes en los cinco años de su gobierno, a los que los republicanos se referían como “el quinquenio funesto”.
En un discurso vehemente en la Cámara, Rafael Uribe Uribe manifestó que el Partido Liberal no podría jamás hablar del general Rafael Reyes sino con gratitud y admiración. Gracias al presidente Reyes el liberalismo no solo había resurgido de las cenizas de la guerra, sino que había gobernado el país en los cinco años venturosos de la presidencia del general Rafael Reyes, un jefe de estado tan liberal como hubiera sido el propio Uribe Uribe, de haber ejercido él la presidencia en ese quinquenio, o en cualquier otro momento.
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