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             REALIDAD COLOMBIANA

         

                  CONVERSATORIO SOBRE

    CONFLICTO Y PAZ CON ALFREDO MOLANO

         

Alejandro Castro Ulloa

"Sobre el silencio la muerte afianza su poder; con la violencia se produce una ruptura del tejido social para que los seres humanos se vuelvan vulnerables”

La realidad colombiana es bastante compleja; nuestra visión de país, al menos en Bogotá, es la que nos muestran los medios tradicionales. Entender un conflicto que lleva décadas no es fácil, en ningún aspecto, así que cuando se abren espacios de participación donde personas que han estado documentando por años los hilos mas intrincados de esta absurda guerra cuentan sus experiencias también se abre una puerta en la conciencia de aquellos que hemos estado como testigos, indiferentes si se me permite la palabra, consumiendo la información manipulada que trasmiten los noticieros.
Alfredo Molano lleva más de 40 años trabajando de cerca en las zonas de conflicto. Este sociólogo de 67 años, nacido en La Calera, graduado de la Nacional y compañero de universidad de Alfonso Cano compartió su visión de país con la audiencia que se hizo presente en la Biblioteca Los Fundadores, del colegio Gimnasio Moderno, en el marco del Uy Festival organizado por esta institución. Bajo el título “Colombia: ¿una guerra sin fin?”, el investigador narró sus distintas experiencias junto a la periodista argentina Karen Marón, corresponsal de guerra en el Oriente Medio. Molano expresó interesantes puntos de vista que vale la pena reproducir y sobre los cuales vale la pena reflexionar.

“La gente no tiene relación con nuestra gente. No conocemos el país. Cuando salimos de vacaciones siempre vamos a los mismos sitios, los mismos paisajes, pero pocas veces vamos a los lugares que están mas cerca de nosotros, a los campos, donde hay muchas historias por escuchar”. No nos escuchamos, no dialogamos ni nos identificamos como miembros de una misma sociedad que gime bajo los azotes de los violentos. La reflexión de Molano abre las puertas de un debate que hemos masticado año tras año, conferencia tras conferencia pero que nunca hemos llegado a digerir del todo. El miedo nos aparta del otro, del dolor ajeno del cual solo se tiene conciencia por unos segundos cuando las imágenes de los noticieros muestran personas llorando a sus muertos en algún municipio apartado. Asimilamos la tragedia por unos momentos, justo el tiempo que transcurre entre las propagandas y la telenovela de la noche. No tenemos relación con nuestra gente por miedo, como argumentaba nuestro querido sociólogo, pero, ¿miedo a que? ¿A las represalias? ¿A ser vistos como actores de alguna de las partes en contienda? ¿A reconocernos en el pellejo del otro y descubrir que nuestras pequeñas miserias no eran tan grandes como creíamos? Nadie nos puede culpar, es preferible seguir nadando en los mares tóxicos que nos vende el mundo mediático a reconocer que hay un país que exige, pide, mendiga un poco de atención. No existe una cultura de país (lo que pasa cuando juega la selección es solo un espejismo, no nos dejemos engañar; el fervor patriótico va mas allá de cantar un gol); la que debería ser nuestra conciencia nacional es una conciencia fraccionada en regiones, y ni siquiera; los subgrupos son cada vez mas pequeños y cerrados, el individualismo se impone y la televisión se encarga de borrar de nosotros cualquier atisbo de lucidez cuando, voluntariamente, nos sometemos a las imágenes que recrean el ojo, envenenan la mente y banalizan el alma.
“No conocemos a nuestros campesinos, y no los conocemos porque tenemos miedo. Es hora de romper ese miedo, romper el cascarón y apropiarnos de nuestra identidad como país. Sobre el silencio, la muerte afianza su poder; con la violencia se produce una ruptura del tejido social para que los seres humanos se vuelvan vulnerables”. Es cierto, la violencia amedrenta, y quien mejor para ratificarlo que los paramilitares que decapitaban niños en Antioquia y jugaban fútbol con sus cabezas mientras las desoladas madres tomaban los pequeños troncos para darles sepultura mientras que nadie decía nada. Pero, como es lógico, no tenemos conciencia de estos hechos ni de muchos otros que ocurren en la espesura de una selva, en el silencio de un valle o en la quietud de un desierto. Si nosotros mismos no conocemos el país donde vivimos, ¿que podemos esperar de los de afuera? karen Marón ha cubierto conflictos tan violentos y desgarradores como el de Irak, su trabajo la ha acercado al dolor de las víctimas y sabe de primera mano todo el trauma que genera una guerra, sea el país donde se lleve a cabo. ”En la región (Latinoamérica) hay un desconocimiento total frente a la verdadera situación de Colombia, el conflicto que se vive acá es tan trágico y desgarrador como el de cualquier país árabe o africano”. No son palabras menores, lo dice una extranjera que ha conocido el verdadero país, el que no aparece en las noticias ni citan en los seriados. Aunque conoce los detalles de nuestro conflicto armado no se siente autorizada para pronunciarse sobre la situación que vive el país; ella dice que los colombianos somos los que vivimos este fenómeno y a los que, por tanto, corresponde pronunciarse. ¿Lo estamos haciendo los colombianos?