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                     CANADÁ, CAMBIOS

                  Y RIESGOS POLÍTICOS

         

Néstor Hernando Parra

Una visión general


Canadá es un país del que poco se habla. No produce noticias, es decir, no suceden acontecimientos con cuyos relatos los periodistas puedan satisfacer el morbo de los lectores. Por eso se dice que en Canadá no pasa nada. Sin embargo, de mi reciente visita de cinco semanas tengo la sospecha de que, por el contrario, sí que están sucediendo cosas. Ha sido admirable el acertado manejo dado a la crisis mundial que ha impactado tan negativamente a su poderoso y sustancialmente importante vecino del sur, a la Unión Europea y al Japón, países que representan más de la mitad de la economía mundial. Simultáneamente, se están produciendo cambios del modelo de un estado liberal social, similar al Estado de Bienestar de la socialdemocracia europea, a uno en el que asoman signos autocráticos con proyecciones hegemónicas y programas de gobierno de clara estirpe neoconservadora, calcados hasta en las leyes -lo dicen los analistas políticos y lo denuncian los “wikilikies”-, de la “América Republicana”.
El Primer Ministro Stephen Harper, de gobernar en minoría durante casi cinco años, preside desde mayo pasado un gobierno mayoritario por lo que el título del libro de Lawrence Martin, Harperland, The Politics of Control (Viking Canada, 2010) pasa a ser una realidad aunque sea terreno sembrado parcialmente de incertidumbres, sospechas y hasta pronósticos que de cumplirse podrían cambiar la fisonomía política de esa gran nación. El inesperado triunfo conservador, la estruendosa e histórica derrota del Partido Liberal (PL) bajo la dirección del académico Michael Ignatieff, como que él mismo perdió su curul, y los promisorios resultados del recientemente fallecido Jack Layton comandando el New Democratic Party (NDP), hoy Partido Oficial de Oposición, ha roto la historia bipartidista canadiense y dejado vía libre al estilo político secretista y a programas basados en valores conservadores que propugna el Primer Ministro.
Canadá es un país inmenso en territorio, pequeño en población, rico en recursos naturales comenzando por la abundancia de bosques, minerales fósiles y de agua pura, donde se respetan los derechos humanos, incluido el de un medio ambiente seguro y saludable, regido por un Estado soberano y eficiente, administrado con reconocida transparencia por gobiernos y partidos políticos que ejercen sus funciones de representación en un modélico sistema federal parlamentario. Allí el “gobierno-en-la-sombra” cumple sus funciones de partido oficial de oposición y la interacción entre el legislativo y el ejecutivo ha logrado evitar, hasta el momento, la concentración de poder, gracias a los pesos y contrapesos del sistema democrático, esos que ahora parecen estar en riesgo principalmente por el creciente blindaje gubernamental en cuanto a información que el Parlamento y los ciudadanos tienen legítimo derecho a conocer.
Canadá es una sociedad multicultural vigorosa: allí convergen y conviven pacíficamente etnias, razas, culturas, religiones, con predominio católico, de prácticamente todos los países del mundo, más de 190; donde nadie es ni se siente “extranjero”, todos gozan de la garantía de la satisfacción de sus necesidades básicas mediante la real aplicación de los derechos fundamentales del ciudadano, concepto de ciudadanía con que sus filósofos noveles han enriquecido la filosofía política contemporánea.
Su economía, basada en la intervención del Estado incluidas áreas estratégicas como la del sector financiero y en su dinámico y crecientemente diversificado comercio internacional sigue en épocas de bonanza gracias al manejo previsor de anteriores administraciones, también a la forma pragmática del actual gobierno conservador que ha recurrido inclusive a fórmulas keynesianas como complemento a similares medidas tomadas por el Presidente Obama para salvar la industria automovilística en ambos países, que en dirección contraria a las demás economías del G-20 haya bajado el impuesto federal a las ventas (GST), y que en el campo social, Harper sea de la opinión de que ya que el neoliberalismo ha tenido tanto éxito en lo económico, ahora le corresponde aplicarse a lo social.
El Estado del Bienestar del nórdico país americano parece acercarse más al modelo de Estado de Justicia de que habla la filósofa y profesora valenciana Adela Cortina, en el sentido de que el sistema garantiza en forma real la satisfacción de las necesidades fundamentales –no los deseos, pues éstos son de competencia y logro de cada ciudadano en particular-. Por ello, nutrición, salud y educación cubren la totalidad de la población, sumados a los de la pensión básica, y a tantas otras prestaciones, como los subsidios por desempleo, discapacitados y a sus cuidadores, con la debida atención a la cultura, inclusive la de los aborígenes, elemento determinante del bienestar. Sin olvidar su política de solidaridad con otros pueblos a través de una bien organizada y eficiente ayuda al desarrollo.
En la distribución constitucional de competencias territoriales exclusivas, con excepción del Canada Pension Plan –CPP, que es responsabilidad del gobierno federal, celosamente vigilado por todos los ciudadanos sin importar colores políticos, la mayoría de los derechos sociales de la población son atendidos por los gobiernos autonómicos provinciales (10 en total) a los que también incumbe lo relativo a los gobiernos locales comprendidos el desarrollo urbano, las infraestructuras municipales y regionales, y los impuestos sobre la propiedad. Sin embargo, son frecuentes los conflictos entre las dos órbitas de poder cuando desde Ottawa se reducen las necesarias transferencias a las provincias autonómicas con destino a los servicios de salud y educación.
El modelo intervencionista, promotor de la igualdad real y de la solidaridad entre los seres humanos y con la naturaleza, lo ha venido construyendo el pueblo canadiense gracias a la inspiración filosófica europea de líderes del Partido Liberal (que allí persigue fines progresistas y no conservadores como usualmente se identifica ese calificativo en el glosario político). No fue en vano que Lester B. Pearson durante un quinquenio de gobierno liberal minoritario, a finales de los sesenta del siglo pasado, hubiera sentado las bases de ese Estado, tarea proseguida y consolidada por Pierre Trudeau, que de joven trotamundo adquirió una visión universal de las diversas y desiguales culturas, y que de estudiante en Oxford y en París se convirtió en discípulo aventajado de Harold Laski (pensamiento filosófico del socialista inglés que, bueno es recordarlo, el Maestro Gerardo Molina divulgara desde su cátedra en Colombia y que bien valdría la pena repasar en estos días de turbulencias económicas, derrumbes ideológicos y confusión política).

Partidos, programas y resultados electorales
A pesar de la existencia de varios partidos, la historia canadiense registra, similar a la estadounidense, el dominio y la alternancia democrática entre liberales y conservadores. Durante el siglo XX los liberales gobernaron durante dos tercios. En las elecciones de mayo pasado, el NDP ganó el derecho a ser el Partido Oficial de Oposición que en el sistema parlamentario juega papel de trascendental importancia. En gracia a la brevedad de este análisis y en plan de mirar la actualidad más que la historia, observar lo sucedido en las elecciones generales de mayo parece ser la vía hacia una mejor comprensión de la situación actual.
Las encuestas de opinión indicaban que los servicios de salud, la economía, los impuestos y el empleo eran los temas que más preocupaban a los electores canadienses, por lo que los programas de todos los partidos incluían ofertas para atender esas inquietudes. El Partido Conservador que había sido reducido a su mínima expresión representativa en 1993 (2 de 308 parlamentarios) y que gradualmente venía recuperando terreno hasta alcanzar de nuevo el gobierno en 2006, así fuera en minoría, en su programa proponía respecto del empleo, acciones de capacitación y formación para el trabajo, incentivo al comercio internacional y rebajar del 16,5% al 15% el impuesto a las sociedades –de por sí bajo en comparación con el promedio de la Unión Europea-, y ciertos descuentos fiscales a los empresarios generadores de oportunidades de ocupación. Incluía, además, otros puntos relacionados con el manejo del gobierno como el recorte de “gastos basura” y la eliminación del déficit público para el ejercicio fiscal 2014-2015, mediante el control del gasto gubernamental. A esta oferta, el PL había respondido destacando que Paul Martin, el anterior Primer Ministro, al salir del gobierno dejó un superávit de 13.000 millones de dólares canadienses. Respecto de la seguridad que Harper lo ha ligado con el de justicia en procura de endurecer las leyes penales, aumentando el período de penas, siguiendo el modelo estadounidense, ya están en construcción nuevos centros penitenciarios. Su propuesta incluía una ley “ómnibus”, para ser aprobada en los primeros cien días de la legislatura, con el objeto de combatir los que considera los doce delitos que más alteran la vida ciudadana, así como la creación de un órgano especial para controlar el internet. Y, por supuesto, defensa del territorio y soberanía canadiense, comenzando por Canadá Norte, en cuanto a la afirmación de los derechos canadienses en el Círculo Antártico, rica porción terráquea en recursos naturales y posición estratégica de la que Rusia alega dominio casi que exclusivo. Sin olvidar la incansable vigilancia contra el terrorismo internacional que le compete internamente y en estrecha colaboración con Estados Unidos por su extensa y porosa frontera. Todo ello conduce al fortalecimiento de las Fuerzas Armadas y de sus “agencias de inteligencia”. Finalmente, en el campo social prometía acciones para proteger a las mujeres, los niños y los mayores o ancianos, puntos de alta sensibilidad en el concepto familia cuyos valores junto con propiedad, patria, libertad y orden, forman parte del ideario conservador universal.
Por su parte, el NDP hablaba de la necesidad de formar 1.200 médicos y 6.000 enfermeras más y aumentar las transferencias a las provincias en 6% cada año, a fin de mejorar los servicios de salud. En cuanto a empleo, partiendo de la realidad de que las pequeñas y medianas empresas son las que más puestos de trabajo generan, prometía un crédito tributario de 4.500 dólares por cada nuevo empleo permanente y la reducción del nivel impositivo del 11 al 9% a las PYME. Coincidía con el PC en la búsqueda del equilibrio presupuestal en 4 años. Proponía la eliminación del Senado, por tratarse de un órgano vetusto, simulación de la Cámara de los Lores de Inglaterra, que sólo gasto público implica. Y en el campo educativo, reducir los derechos de matrícula compensados con transferencias federales a las provincias.
El Partido Liberal centró parte de su campaña en destacar la fortaleza de la economía canadiense en plena recesión general gracias a las medidas prudentes tomadas durante los años de gobierno de Paul Martin, inclusive cuando era Ministro de Finanzas Publicas en el gobierno de Jean Chretien, cuando se opuso a la propuesta conservadora de desregulación bancaria, destacando la fortaleza y credibilidad del sistema financiero, así como la salud fiscal gestada. Contrario a los otros dos principales partidos, antes que rebajar impuestos, proponía la elevación al 18% el gravamen a las sociedades. Y en el campo de la inmigración, que tanta trascendencia tiene en la sociedad canadiense, ofrecía crear un Alto Comisionado para la Equidad en la Inmigración encargado de promover la entrada de inmigrantes con calificaciones profesionales requeridas en la sociedad, tales como médicos e ingenieros, e incentivar la práctica de la reunificación familiar que ha sido clave para la radicación de los 250.000 nuevos residentes que llegan a su territorio cada año y hacen de Canadá su nueva patria.
Los resultados electorales fueron contundentes: Partido Conservador 167 (39,62%) Miembros del Parlamento, New Democratic Party 103 (30,6%), Partido Liberal 34 (18,91%), Bloque Quebequense 4 (6,05%) y Partido Verde 1 (3,91%). Del total, 76 mujeres, cifra record. Por provincias, cabe destacar que el PC ganó en Ontario 73 escaños de 96; que en Quebec el NDP obtuvo 59 de 75, única provincia en la que alcanzó mayoría absoluta, derrotando sorpresivamente al Bloque separatista con lo que el NDP se erige en un partido de unificación nacional; que en Columbia Británica también obtuvo la mayoría el PC con 22 curules, seguido por el NDP que eligió 12 diputados; y que en Saskatchewan el PC barrió eligiendo 13 de los 14 representantes al Parlamento Federal. Estos últimos datos vienen a colación por cuanto están próximas a celebrarse algunas elecciones provinciales: en Príncipe Eduardo el 3, en Ontario el 11 y en Terranova y Labrador el 11 de octubre, es decir en pocas semanas, por lo que es de prever que los resultados sean similares a los de las elecciones generales de mayo. En Quebec las provinciales serán en 2012 y en 2013 las de Columbia Británica y Nueva Escocia.

Nuevo liderazgo político
El liderazgo político en Canadá ha cambiado también en lo que va corrido de este agitado siglo XXI. Según lo muestran L. Martin en el libro citado arriba y otros analistas políticos, Stephen Harper es un solitario, introvertido, extremadamente celoso de la inviolabilidad de su intimidad, empecinado luchador, afortunado comandante de sus huestes políticas y, lo que lo hace aún más poderoso: hombre de éxito, un triunfador. Sin embargo, su perfil concuerda más con el del antipolítico, dado su carácter, su fobia por los comunicadores de todos los medios, su expresión adusta, su suficiencia y tozudez, su escasa vocación negociadora. Su primer gran logro fue conseguir la unidad de los partidos de derecha alrededor de un “partido conservador diferente”, diseñado y bruñido a su manera. Después vendrían los triunfos de 2006 y 2008 que, aunque minoritarios, lo convirtieron en Primer Ministro de la Federación. Después, el cómodamente mayoritario de hace menos de cinco meses.
Harper se erige como un líder de singulares características individuales, un tanto imperiales (algo similar se dijo en la era Trudeau), aunque hoy el temor radica en el exceso autocrático que le atribuyen no sólo en el ejercicio del gobierno sino en la dirección de su propio partido que controla desde el poder central hasta extremos inimaginables en un país donde las autonomías de las provincias también son propias de los partidos políticos. Las prevenciones aumentan ante la visible implantación del modelo republicano de radicalización política de los Estados Unidos, aupado por una televisión tipo Fox que está propiciando, y el esquivo escrutinio a sus actos de gobierno en virtud del secretismo que reduce la participación fiscalizadora del ciudadano, característica clave de toda democracia liberal. Viene a la memoria su afán de cuestionar la credibilidad y calidad del internacionalmente reconocido instituto canadiense de estadísticas, STATSCAN, hasta el punto de provocar la renuncia de su Presidente, y en julio del año pasado plantear que el Censo General no fuera obligatorio sino voluntario por quienes quisieran informar a los encuestadores, alegando control y manipulación política de burócratas liberales incrustados de vieja data en la institución.
Jack Layton (1950-2011), iluminado con el carisma propio de los grandes políticos, agradable, abierto y sencillo, otro triunfador que había logrado el éxito con la misma estrategia de Harper: unir a los grupos, movimientos y partidos políticos afines, en su caso los de izquierda. En los años corridos de este siglo el NDP pasó de 13 a 103 parlamentarios. Aunque nacido en Toronto, de familia con ancestro político, donde fue concejal durante 17 años, y también presidente de la Federación Nacional de Municipios, había surgido como líder en las provincias occidentales de Alberta y Saskatchewan, entonces principales bastiones del NDP y de cuyo partido fue designado Líder Nacional en 2003. Al terminar la intensa campaña que produjo el gran cambio histórico al convertirse en Partido Oficial de Oposición, el 25 de julio pasado anunció su retiro “temporal” de la jefatura de su colectividad para recibir los tratamientos de cura de un cáncer nuevo –antes de la campaña había superado uno- que cuatro semanas después le llevaría a la tumba y a recibir en su tierra natal funerales de Estado, sin que hubiera sido jefe de gobierno federal o de provincia. En su carta-testamento entregada a su esposa, Olivia Chow, recomendó como Líder interina –y así fue acordada por la directivas- a Nycole Turmel, reconocida dirigente sindical de Quebec, hasta que sea elegido, en marzo próximo, el sucesor en propiedad cuando puede resultar electa su viuda si ella decide postularse. Pidió a sus copartidarios: trabajar con energía y determinación, recordar la orgullosa historia de justicia social, protección universal a las prestaciones sociales públicas con la seguridad de que nadie quede excluido. Invitó a los quebequenses a consolidar su victoria eligiendo en 2012, como es de preverse, un gobierno del NDP que sirva de contrapeso a las tendencias conservadoras y dé ejemplo a las fuerzas progresistas. Y a los jóvenes, que tanta esperanza había despertado en ellos, los califica como su “fuente de inspiración” en sus frecuentes charlas para oírles hablar de sus sueños, sus frustraciones y sus ideas por el cambio. Y les recuerda los grandes retos: el cambio climático, la inequidad de un sistema económico que excluye a tantos de la riqueza colectiva, y los cambios necesarios para hacer de Canadá una sociedad más inclusiva y generosa, trabajando unidos.
Otro nuevo líder, Michael Ignatieff, intelectual, académico, historiador y periodista, comandó las huestes electorales del Partido Liberal en las elecciones del 2 de mayo, con los resultados arriba anotados. Sus lados débiles fueron inclementemente explotados por la propaganda negra de la campaña conservadora: ser un “arrogante elitista”, haber vivido más en el exterior que en Canadá, primero en Inglaterra (1978-2000) y luego en Estados Unidos (2000-2008) donde desempeñó labores académicas en Cambridge, Oxford y Harvard, carecer de experiencia política; en síntesis, se le mostró como un “visitante”, un paracaidista en el quehacer público canadiense. La verdad es que su carrera política propiamente dicha sólo comenzó en 2006 cuando fue elegido Miembro del Parlamento (MP) por el distrito de Etobicoke en Ontario. Además de ciertas muestras de falta de audacia y de manejo de estrategias políticas, cabe advertir que el PL tenía problemas de liderazgo después de la salida de Paul Martin como Primer Ministro. Ignatieff, conocido como Profesor de Derechos Humanos, analista de la revolución bolchevique, de las nuevas características de las guerras modernas, guerras sin honor, de los conflictos sangrientos surgidos entre los miembros de la antigua Yugoeslavia de Tito, temas sobre los cuales circulan libros con su pensamiento filosófico, ha regresado a partir del 1º de julio a la academia, a la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Toronto. Al sucesor en la jefatura del PL le esperan largas e inciertas tareas por cumplir en busca de la recuperación de la confianza de los electores canadienses. Bob Rae, MP por Toronto ha sido designado Líder interino hasta 2013 cuando será elegido un nuevo líder en propiedad. Se ha fijado como meta: reconstruir el partido.
Liderazgo conservador en una nación democrática
El escenario anterior deja en claro que, al menos por los próximo años, el manejo de la política canadiense, y en consecuencia de su economía -que bien merece comentarios en próxima oportunidad-, va a estar bajo el control casi que hegemónico del PC, mejor dicho, de Stephen Harper, lo que le induce a reflexionar, ojalá con la debida iluminación, sobre la suerte de esa nación ejemplar y la de sus conciudadanos, así como la responsabilidad histórica que le espera.
Es posible que hoy los canadienses, en su mayoría miembros de una creciente clase media, al estilo de las economías emergentes, se muestren proclives a la defensa de lo ya alcanzado en lo colectivo y animados por perspectivas de mejoramiento individual antes que interesarse por concepciones ideológicas, y estén tornándose indiferentes por el tipo de Estado y Sociedad que se viene forjando silenciosamente. O se estén identificando de manera consciente con las políticas de mano dura, como en el caso de la justicia, que Harper está orquestando, lo que les hace sentir menos vulnerables ante el crimen y las amenazas del terrorismo internacional, o que se sientan halagados ante la expectativa de poner coto a los excesos de una casta burocrática sindicalizada y generosamente remunerada que labora en entidades del Estado que prestan servicios públicos sociales o domiciliarios, así como a otros abusos que colocan en la picota pública algunos logros que unos pocos han convertido abusivamente en privilegios personales o de grupos.
Simultáneamente, los convencidos de que la filosofía política juega papel preponderante en el tipo de Estado y Sociedad, tenemos que estar vigilantes para que no se pongan en riesgo ni la democracia, ni los derechos sociales alcanzados en beneficio de todos los ciudadanos y Canadá siga siendo ejemplo universal de convivencia armónica entre los seres humanos.

Valencia, septiembre 14 de 2011
fincolombia@gmail.com