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               EL ENGAÑO AL ALCANCE

                           DE TODOS

         

                          Vuelve y juega el mito

                           del 11 de septiembre

         

Mario Lamo Jiménez

Como si fuera una misa cantada, los medios de comunicación repiten a coro las homilías dictadas por el imperio acerca de la muerte y resurrección del santo imperio del dólar, crucificado un 11 de septiembre por oscuros terroristas, envidiosos de las libertades que allí se gozan. Y, a nombre de la libertad, las libertades fueron suprimidas, las cavidades corporales examinadas y hasta los humildes zapatos con que recorremos el mundo se volvieron objeto de sospecha, no fuera que millones de viajeros en vez de viajes de placer o de negocios estuvieran planeando un viaje al cielo. Cada ciudadano del mundo fue convertido en un terrorista potencial. No se salvaron ni niños en pañales ni ancianas en sillas de ruedas. Incluso se crearon aparatos especiales para contemplar la intimidad de las personas, fotografiarla, catalogarla y archivarla.

Ahora, una vez más, vemos por televisión, Internet, revistas, diarios, pasquines, hojas volantes, libros, editoriales, etc. el dogma de fe de que las llamadas torres gemelas fueron derribadas por aprendices de piloto un día en que toda la seguridad del país con el mayor gasto militar del planeta, falló por todas partes. Así, convenientemente, los supuestos terroristas pudieron cumplir su cometido sin cometer ninguna falla. Hasta un milagro sucedió aquel día. Una torre, la famosa número 7, que no había sido tocada, se desplomó por su cuenta en un acto de solidaridad con sus vecinas de mayor porte.

El día anterior no se sospechaba siquiera del crimen. Al día siguiente, todos los implicados estaban identificados, hasta un pasaporte intacto de uno de los "terroristas" aparecería en una calle de Manhattan, sobreviviendo milagrosamente al fuego que derritió, supuestamente el acero, pero que no pudo con un pasaporte de plástico y papel.

Para "vengar" la muerte de unas tres mil personas, el imperio atacó dos países, los destruyó y más de 6 mil de sus soldados han muerto en esa empresa o cruzada como la llamara en un principio Mr. Bush. En el camino han quedado más de 40 mil heridos y en los países atacados millones de víctimas y de muertos.

George W. Bush, fabricante con su equipo de gobierno de un autoatentado, se libró así del escrutinio de su mal habida presidencia y aprovechó la ocasión para desencadenar el equipo de matanza y aniquilamiento más sofisticado del planeta tierra. ¡Una verdadera bonanza para los fabricantes de armas y para el Pentágono, un cuerpo de invasores entrenados en perpetua espera de una guerra! Y se la sirvieron en bandeja de plata. Se infló el patrioterismo, se instauró un estado policiaco, se coartaron las libertades civiles y se creó un mito, mezcla de la noche de brujas, el 24 de diciembre y el 4 de julio, motivo de espanto, de admiración y de regocijo: se creó un nuevo día para conmemorar, para "recordar" y para aterrorizar a la población con sólo el recuerdo de un día de terror que jamás hubiera sido posible sin la complicidad del gobierno mismo.

Lean hoy diarios, revistas, vean las noticias, escuchen la radio: una mentira repetida mil veces se vuelve verdad y entre más grande la mentira, mayor la probabilidad de que la gente la crea. Entre tanto, el imperio se fue cuesta abajo, se desplomó como los mismos rascacielos que fueron derribados en una demolición sincronizada. El costo material y humano de la guerra tiene al imperio en jaque. Han sido víctimas de su propio invento. Lo que no pudo hacer el "terrorismo", o sea acabar con el imperio, el imperio se lo está habiendo a sí mismo, un poco honroso harakiri, cuando lo que querían era hacer una fiesta con los países conquistados, sin soñar que estaban organizando su propio sepelio.