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               A propósito de la ley contra

                        la discriminación

         

                     Existe una Colombia hermosa:

                            ¡Vívanla, aprécienla!

         

Mario Lamo Jiménez

Detrás de todos los estereotipos que nos han endilgado, como en la película "Colombiana", recién estrenada en USA (la historia de una "Colombiana" que asesina por venganza), sumada a la de narcotraficantes, corruptos o sicarios; detrás de todas estas historias existen millones de historias de gente trabajadora, que produce cultura, bienes materiales y espirituales. Los medios de comunicación ponen en el platillo de la balanza ambas colombias, y aquella que pesa tal vez un 0.1, frente aquella que pesa el 99.9%, resulta valer más que la verdadera historia y cultura de nuestro país. Es así como pululan las novelas, memorias y películas de narcotraficantes, obscureciendo la naturaleza del ser colombiano: sencillo, creador, trabajador, amable.

A este verdadero ser colombiano tuve la oportunidad de conocerlo y vivirlo en el Festival de Tradiciones Populares del Smithsonian, en Washington, D.C. donde Colombia fue la invitada de honor. Lamentablemente, una vez más, los medios de comunicación casi pasaron por alto este hecho trascendental, el de reunir en tierras extranjeras a lo más representativo de nuestra cultura, y como me decía uno de los participantes: "Me siento más valorado aquí que en mi propia tierra". ¿Será que los colombianos no valoramos lo que tenemos o será que los medios de comunicación de masas se han especializado en subvalorarnos y vendernos una pseudocultura a través de todos sus canales, sitios Web, prensa escrita, libros y revistas?

En el Smithsonian hablé con decenas de colombianos, provenientes de la Guajira hasta el Amazonas. En sus caras pude ver el orgullo de representar a su país y de mostrar su cultura al resto del mundo: Los joyeros de Mompox, los chamanes del Amazonas, los músicos de Antioquia o de la Guajira, las tejedoras del altiplano, los artistas callejeros bogotanos, los salseros caleños, el fabricante de arpas del Meta, el intérprete de la marimba de Buenaventura, el arriero antioqueño... todos ellos mostraban otra Colombia, la Colombia esencial de raíces indígenas, africanas y europeas, que en un sincretismo cultural o a través de la preservación de su propia cultura, tienen mucho que ofrecer y mucho que decir acerca de su medio, acerca de sus valores, acerca de sus tradiciones. Y, curiosamente en todos estos colombianos puede apreciar, en tierras foráneas, lo que tal vez no podría haber visto reunido en un solo lugar en la misma Colombia. Gracias a esa iniciativa del Smithsonian, la cultura colombiana ha mostrado su valía en tierras lejanas y ahora le corresponde a la misma Colombia llevar este festival, esta fiesta del alma, por todos los rincones de la patria para que aprendamos a querer, respetar y aprender de nuestros verdaderos creadores de riqueza y de cultura.

A todos aquellos que alguna vez han despreciado a un negro, a un indígena o a un mestizo, les recuerdo: Colombia es un país 100% mestizo, a menos que su nombre sea Antanas Mockus, quien a su vez será un mestizo de algunos de los 115 grupos étnicos de su país ancestral, Lituania. En Colombia el que insulta a un negro o a un indígena se está insultando a sí mismo: recuerden ésa fue la ideología de dominación del conquistador, proclamar la inferioridad del conquistado para enseñar la pedagogía de la opresión. Hoy, 500 años después de la "conquista" (léase invasión y genocidio), la ideología de los invasores sigue reinando en muchas mentes que no han salido del paradigma que justifica la explotación y la discriminación. Invito a los lectores a mirarse en el espejo y a reconocer al negro, al indígena y al europeo que llevan dentro, no tienen por qué herirlo ni maltratarlo, ámenlo, ámense a sí mismos y así podrán dar lo más importante de esta vida: amor, pues nadie puede dar de lo que no tiene.

Los invito ahora a ver un video, que es una secuencia fotográfica de toda esa Colombia que llevamos dentro, grabado en el Smithsonian y con música del grupo Aires del Campo, de Girardota Antioquia.