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                  CRÍTICA LITERARIA

                    

                         ARNOLDO PALACIOS:

                EL ESCRITOR QUE ENCONTRÓ

                          SU MADREDEDIÓS

Lida Marcela Pedraza Quinche
Comunicadora Social y Periodista independiente, Magister en Literatura

Acompañado en el escenario por su sobrina Sayly Duque y por Amalia Pombo le dijo al público que se sentía pleno, había logrado consagrarse como escritor en la vida, había encontrado su madredediós. Quienes lo presentaron recordaron otras obras: Las estrellas son negras, La selva y la lluvia y la recopilación de sus trabajos periodísticos Cuando yo empezaba, libro editado por Álvaro Castillo.

Cuando habló de su literatura explicó que su libro no era una novela, sino una biografía escrita por él mismo, acudiendo a su memoria, recreando de la mejor manera sus vivencias y el universo de personajes y situaciones que lo rodearon.
Dijo: “Me miré desde lejos, contemplé al niño, lo que vivió hasta sus primeros años de juventud, y el hecho de que el personaje hallara su madresitadediós”.

En los cuatro libros de Buscando mi madredediós leemos los avatares por los que pasa Ñaño, Arnordí, Arnoldo de los Santos, una vez adquiere en el río Cértegui la enfermedad de la poliomelitis. La decisión de ir a la escuela, las incomodidades de caminar con las muletas de palo fabricadas por su padre Venancio; ese deseo fervoroso y valiente por atravesar ríos para ir siempre más allá de lo que se tenía, para descubrir la naturaleza y no dejarse derrotar por la vida.

Es el retrato de sus años de infancia y adolescencia, cuando sus padres, familiares y amigos buscaron a través de peregrinaciones; de rezos, oraciones divinas y humanas, hallar una cura milagrosa que lo hiciera caminar. El niño Arnordí, querido por todos se pregunta sobre el amor, el pecado y al llegar a la escuela sobre la escritura.

Su compromiso con ésta se remonta a esos días en la escuela cuando a causa de sus limitaciones físicas escribir era un sacrificio. Causa asombro cuando dice en su biografía: El solo hecho de sostenernos firmes en la actitud recomendada para escribir constituía ya una disciplina insoportable ¡Quién iba a imaginarse que prepararse para escribir sería un sacrificio!

Desde el primer libro, Cértegui y en los siguientes: Libro segundo, Ibordó; Libro Tercero, De vuelta a Cértegui; Libro cuarto, De vuelta a Ibordó el escritor narra desde fuera lo vivido, lo observado y lo que su sensibilidad le permitió captar sin restricciones, pese a todo, más del lado de la libertad que del miedo. Si bien en la página 43 en el primer libro manifiesta “Uno de esos días de lluvia por cierto, me llené de tristeza viendo cómo la selva y el cielo me aplastaban” en otro fragmento y en casi la totalidad de la obra se percibe el arrojo, la imaginación y el ímpetu del personaje por hallar “ese algo” en la vida: “Sin darme cuenta ya había abandonado mi posición en cuatro patas; me había sentado, con mi pensamiento, a rodar entre ríos, lomas, troncos de árboles, pueblos, ciudades, que yo creía ser de tal o tal manera. Mi cabeza se entretenía con seres, cosas, visiones, constituidos por cuanto yo había oído referir”.

La expresión de la tradición oral de esta región del pacífico colombiano madredediós – madrecitadediós como se advierte en el prólogo de esta biografía-autobiografía es ir en pos de nuestro verdadero destino. Ese hallazgo que Arnoldo Palacios, intuyo, encontró desde aquella vez cuando, arrastrándose, llegó hasta donde el maestro Argemiro quien le preguntó: Arnoldo de los Santos ¿te nace ir a la escuela? O quieres prepararte desde ahora para otra cosa en la vida ¿Qué te dice el corazón?
“Primero, me nace ir a la escuela, maestro” contestó Ñaño con la convicción de que allí aprendería más del mundo y más palabras de las que solía escuchar cada vez que los mayores lo cargaban.

La escritura de Buscando mi madredediós está impregnada por la oralidad de la cultura negra chocoana, por sus cantos, refranes populares, leyendas, personajes y supersticiones. Con la infancia de Santos se aprende de sus sueños y los de sus gentes; sobre las voces de las lavanderas, sobre el significado del nido de mancuá para hacerse amar de la mujer que se desea. El amor tierno y adolescente aparece dibujado en estas páginas: “Yo me mantenía pendiente de esa imagen que, presente o ausente, me estremecía el cuerpo. Y aguardaba impaciente la hora en que Ofelia viniera a nuestra casa a hacerle una visita a mi mamá. Entonces, tal vez, yo me le arrojaría encima para besarla. Eso debía ser el amor: vivir yo pegado a Ofelia Porras”.

La amistad, el trabajo constante y entregado, el compromiso que se sella con la palabra empeñada, la historia del Chocó, el arraigo y respeto por lo religioso, el gusto del niño protagonista por aprender el arte de la carpintería del tío Juan, el escuchar declamar al amigo Carlos con frases que se iban haciendo inolvidables. La presencia de su padre Venancio, apasionado de la cría de animales y también de la política. La madre a la que describe con el aspecto de una mariposa despojada de la menor partícula de polvo de sus hombros, la poesía recitada con fervor por José Laó, el misterio que encierran las palabras, porque “cuando uno las pronuncia con la boca, hay veces que la resonancia hace ver más patente el significado, hace ver la cosa tal cual es: bonita, fea, cristalina, musical, amarga, sabrosa…<<Pues en mi humilde criterio, el que inventó las palabras, a Hambre ha debido ponerle Azucena y a Azucena ha debido bautizarla Hambre…<<Porque así el hambre no sería tan infame” (De la biografía). Y un capítulo consagrado al universo de los libros que de niño y con la luz de una lámpara de kerosén, leía Arnoldo Palacios, nos revelan que el “camarada ternura” como lo llaman, ha amado la literatura y se ha impulsado hacia ella con la fuerza con la que se aferraba en su infancia a las ramas de guayabo. A Ñaño no le importaba quedar colgado como un mico, pues podía sentirse en el paraíso y contemplar el río casi hasta el cementerio.