A PROPÓSITO DEL
GUERRILLERO SUÁREZ
Humberto Vélez Ramírez
Atisbos Analíticos No 121, septiembre 30 2010, Organo de ECOPAIS, Fundación Estado*Comunidad*País, “Un nuevo Estado para una nueva Colombia”. Director: Humberto Vélez Ramírez, Profesor del Programa de Estudios Políticos y Resolución de Conflictos, IEP-Universidad del Valle. Equipo de Colaboradores: Jorge E Salomón, Nelson Andrés Hernández y Jesika Villegas.
A PROPÓSITO DEL GUERRILLERO SUÁREZ,
ALGUNAS PILDORITAS ACADEMOZOIDES
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En las sociedades donde la malignidad es evidente, algunos muertos, por ella significados como perversos, de cuando en cuando se aparecen para asustar y “jalarle” los pies a los vivos, que se autodenominan “gentes de bien”, pero que, de modo hipócrita y cobarde, han sido incapaces de enfrentar las perversidades de un pasado en el que cómodamente se encuentran instalados desde robustas posiciones de poder.
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En 1966, Gonzalo Arango, a propósito de la muerte de “Desquite”, un liberal entre bandolero y guerrillero social, escribió,
“los campesinos y los pájaros podrán ahora dormir sin zozobra. El hombre que erraba por las montañas como un condenado, ya no existe. (...) ¿Estoy contento de que lo hayan matado? Sí. Y también estoy muy triste. (...) Yo pregunto sobre su tumba cavada en la montaña: ¿no habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir? Si Colombia no puede responder a esta pregunta, entonces profetizo una desgracia: Desquite resucitará, y la tierra se volverá a regar de sangre, dolor y lágrimas.”
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Como para que nos acomodemos todos los colombianos y colombianas, como diría el vicepresidente Garzón, en el sofá colectivo de un psicoanalista del inconsciente social.
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Hace unos días, o minutos o semanas o meses, en estos casos el tiempo cronológico no importa, en legítima y muy legal confrontación armada cayó Víctor Julio Suárez, conocido como “El Mono Jojoy”. En su apariencia externa, el imaginario que proyectaba era el asociado a un personaje radical, prepotente y autosuficiente. Vaya uno a saber cuál era su real subjetividad. A lo mejor, siendo esto algo muy común entre los ateos a la colombiana, hasta deseaba rezar.
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En nuestra opinión, al guerrillero Suárez lo derrotaron, primero, la evidente superioridad área, ahora con un importante componente cibernético, de las Fuerzas Militares colombianas; segundo, la ceguera y la soberbia militaristas; y tercero, quizá una muy explicable traición de algunos de sus subordinados farquianos.
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Con sinceridad lo preciso: en contraste con lo que le sucedió a Gonzalo Arango, ante la mortífera caída de “Desquite”, yo ahora no me alegré de la muerte del Mono Jojoy, pero sí me puse tremendamente triste de cara al espectáculo que presencié en la vida cotidiana nacional. En el caso de esta guerra interna, nunca me he alegrado por la muerte de nadie, ni por la de los soldaditos ni por la de los paramilitares ni por la de los farquianos.
¿Será que, no obstante esta Colombia, todavía soy cristiano?
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Pero, como ya anticipé, sí me puse muy triste. En este contexto de emociones, medio intuí, quizá sin fundamentos muy sólidos, que, con la muerte de este conductor militarista de las Farc, algunas cosas iban a comenzar a cambiar en esta sociedad. En este momento, ya no sé cuál podría ser la orientación de ese deseo de cambios en el manejo de la guerra interna. Ya en términos de realidades, en el Estado, por lo menos, la consecuencia ha sido, más allá de las declaraciones discursivas, el afianzamiento triunfalista de la fracción uribista que ha defendido la tesis de López Michelsen: “aprovechemos la ocasión para darles tan duro hasta colocarlas en situación de obligatoria capitulación”.
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Pero, antes de explayarme en mis tristezas de coyuntura, reitero la siguiente hipótesis: creemos que por importante que sea – y a futuro con seguridad lo será- la presencia de la cibernética en las botas pantaneras del Mono Jojoy, sin embargo, ese luctuoso evento más que una estruendosa derrota militar, fue un contundente golpe sicológico-político-publicitario con mayores efectos militares que los que le habían antecedido. Golpe militar rotundo sí habría sido, si los muertos no hubiesen sido sólo los siete que lo acompañaban sino los 400, que lo rodeaban con sólidos anillos de seguridad. En segundo lugar, tras diez años de tenaz persecución, ha sido éste el primer miembro del Secretariado en caer en un combate sin que haya funcionado el “todo vale”. En tercer lugar, si en lo militar la guerrilla se encuentra, lo reiteró el presidente Santos, en el fin de su final, ¿cómo explicar el medio centenar de soldados muertos en las dos semanas anteriores a la muerte del guerrillero Suárez? Y por último, para no sobreabundar, no se podrá olvidar que la historia de las Farc, en mucho, ha sido la historia de una formidable capacidad de reacomodo estratégico táctico a las cambiantes condiciones del conflicto armado.
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Pero, volvamos a mis tristezas y cuitas de unos días atrás asociada al tremendo fenómenos de violencia emocional colectiva que vivió la nación entera durante esos días. A los colegas que, por considerarlo de sabor nazista, han expulsado de sus análisis el concepto de “cultura de la violencia”, me limito a recordarles que durante esos días el país no hizo otra cosa que reproducir, en la intimidad de sus ciudadanos, en el de los niños, sobre todo, los fenómenos, objetivos y simbólicos, que pensamos con esa noción: el terrible odio al “otro” que, al anidar en la subjetividad, en la práctica nos ha llevado a privilegiar los métodos violentos sobre los democráticos en el momento de abordar el manejo de los conflictos. Por esa vía, la paz de los sepulcros de hoy no será más que el preanuncio de las violencias de mañana tanto en la realidad de la vida nacional como en la intimidad de los colombianos.
Fue esa, en otros términos, la tesis que nos anticipó Gonzalo Arango en 1966: que los fenómenos de violencia emocional colectiva constituyen una pedagogía perversa, que enseña a los niños, y a todos nos reenseña, el ejercicio de la violencia como el mejor camino para derrotar al contrincante.
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Intimo y enorme fue, entonces, nuestro dolor cuando observamos a una sociedad, que no obstante autodenominarse cristiana, muy alegre y complacida mandó a los quintos infiernos a Víctor Julio Suárez, pero que ayer no más, con escasas excepciones, aceptó como un “mal necesario”, los hornos crematorios, las sierras para rebanar carne humana, las fosas locales repletas de NN, así como las perversidades asociadas a los “falsos positivos”. Fue entonces cuando me pregunté,
¿Cuál ha sido el papel cristiano, el asociado a la Cultura del amor y de la solidaridad, de una Iglesia Católica que históricamente ha ocupado un sitio destacado en la dominación hegemónica de este país? Y conste, para terminar, que estamos usando la palabra dominación en el sentido gramsciano de la capacidad para darle dirección a una sociedad.
Y para concluir, para el par de columnistas que argumentaban que la eliminación de la tortura de los toros en Cataluña era una forma de separarse de España, he aquí la respuesta del articulista citado al principio de esta nota:
“Nadie ha planteado el debate sobre la tauromaquia en Cataluña como una separación de España. Los líderes del PP (y algunos del PSOE) están mal informados y confunden sus fantasmas mentales con la realidad. De entre los muchos expertos que comparecimos ante la comisión pertinente del Parlamento de Cataluña a favor de la abolición de las corridas de toros, ni uno solo empleó argumentos nacionalistas o identitarios”.
Como vemos, a muchas personas les gusta distorsionar la realidad si eso le sirve de sostén a unos pobres y falaces argumentos. La tortura, sea como sea que se le llame, “interrogatorios especiales” o “corridas de toros”, no por eso deja de ser tortura. Y en términos de dieta, ser vegetarianos es una buena opción para el cuerpo y para el planeta.
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