UN BUSTO PARA MI SUBALTERNO
Con motivo de la condecoración del Director General del SENA Darío Montoya, por parte del Presidente Álvaro Uribe, la Junta Nacional de SINDESENA envió este comunicado:
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UN BUSTO PARA MI SUBALTERNO
En el “Estadio Somoza” un buen día Anastasio Somoza desvelaba en singular ofrenda, una estatua de Anastasio Somoza. En vida, el dictador se homenajeaba a sí mismo. Entonces toda Nicaragua conoció el epigrama que sobre este acontecimiento hizo Ernesto Cardenal, en el cual se lee, como escrito por el tirano: “No es que yo crea que el pueblo me erigió esta estatua/ porque yo sé mejor que vosotros que la ordené yo mismo...”
Como buen dictador tropical, Anastasio Somoza hijo del otro tirano Anastasio Somoza se erigió monumentos y promulgó decretos para rendirse tributo a sí mismo y a sus familiares. Cuenta una novela que como no tuviera estatuas de Somoza a Caballo, mandó a comprar una cualquiera en Italia sin importarle que el perfil aguileño de la del militar comprada en el mediterráneo, en nada se pareciera a sus propios y mestizos rasgos. Erigió otra de su hermano Luis Somoza frente a la Plaza del Sol y a su hija Liliam la hizo aparecer en los billetes de un córdoba, disfrazada de india apache, mientras se reservó para sí el billete de mil. Con el nombre de sus familiares bautizaba barrios y con el apellido hasta las tapas de las alcantarillas, bajo la leyenda “administración Somoza”. Y a sus cercanos colaboradores dispensaba decretos, nombramientos y cruces, ya por entonces bien de moda.
Sobre la sicología del dictador y/o del caudillo mucho se ha escrito. La literatura lo aborda deliciosamente, como ya hemos visto. Hay un tipo de caudillo que declina el mínimo reconocimiento o lisonja: es Aureliano Buendía rechazando incluso que una humilde calle de Macondo lleve su nombre. Pero la mayoría de los dictadores y tiranos quieren fundir el suyo con el de la palabra patria, y por eso la mencionan hasta llegar al cansancio. Además temen que en ocho días no se valore justamente su legado, y por eso prefieren darse conocer a sí mismos y a sus colaboradores como próceres en vida. Y aunque hay condecorados que trascendieron a la posteridad por sus grandes obras, en su enorme subjetividad patriarcal las más de las veces no aciertan en vincular las menciones con los méritos de los homenajeados: la historia cuenta que Calígula nombró a su famoso caballo como cónsul de Roma.
Es que en la sicología del caudillo, hacerle cumplidos a sus servidores es una forma de hacerse dedicatorias a sí mismo. Una forma más contemporánea de “desvelar una estatua de Somoza por Anastasio Somoza en el estadio Somoza”. Y defender las ejecutorias de sus subalternos, aún las más controversiales, es también otra forma de ensalzar la propia.
Lo que sigue después de halagar a sus agentes, es más o menos previsible. Unos y otros esperan las reverencias y ofrendas que aquellos, sus amigos o el común le vayan prodigando, así a veces los mismos gobernantes y/o sus allegados reconozcan que se regalan de salida, flores que durarán un día. Por eso continúa el epigrama de marras:
“No es que yo crea que el pueblo me erigió esta estatua/ porque yo sé mejor que vosotros que la ordené yo mismo/ Ni tampoco que pretenda pasar con ella a la posteridad/ porque yo sé que el pueblo la derribará un día…”
SINDESENA JUNTA NACIONAL
Bogotá, 24 de junio de 2010
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