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                      AMIGOS, ESTO ES

               UNA CRÓNICA DEL BARRIO...

         

                          GRITOS EN LA NOCHE,

      ENTRETENIMIENTO EN DIFERIDO PARA

                           USTED QUE LEE

          

Germán David Clavijo

A un hombre lo acuchillan, lo recogen unos vagabundos, gente mal vestida, habitantes de la calle que se convierten de pronto en sus hermanos y velan para que no se muera, mientras se va formando alrededor un tumulto de habitantes de casas, con baños, con inodoros, con salas, con televisores, que miran como el acuchillado se desangra mientras ellos, los “ñeros”, tratan de detenerle la hemorragia y les dicen, a los decentes, claro, los que tienen celular, que llamen a una ambulancia. Los taxis no quieren recoger al herido que ya va perdiendo la conciencia, seguro piensan en la tapicería, yo intento parar varios, les digo que les pago la carrera al hospital, intento abrirles la puerta a la fuerza mientras lo cargan (¿quiénes? ¿los decentes? no, los ñeros) para meterlo. No, no se puede, llega la policía en motos y defiende al taxista en su derecho de no querer que se ensucie su tapicería. El tipo se sigue desangrando, pasan unos minutos, al rato llega la camioneta de la policía y lo recoge, ya dormido, al herido. Cerremos aquí está escena, sólo puedo decir que al otro día cuando pasé por esa esquina, el lugar donde se había derramado casi toda la sangre estaba más limpio que en los alrededores, se ve que más tarde esa misma noche alguna señora del barrio había lavado con jabón la sangre y había dejado casi nuevo ese pedacito de calle a punta de cepillo. A mí, que estoy acostumbrado a la sangre (he recogido mucha, todo un balde cuando mataron a un narcotraficante que estaba comprando una tarjeta de recarga de celular, recuerdo, en la farmacia de mi mamá) no se me hizo extraño que apuñalearan a algún tipo que borracho tal vez hubiera estado por ahí pataneando a alguien; lo que si me hizo sentir extraño en este país donde uno se acostumbra a todo, fue que las personas que yo hubiera considerado más —digámoslo de alguna manera— confiables, si entrando en la librería en la que trabajo tuviera que dejarlos solos, hubieran sido los que precisamente, ya sea por miedo o morbo, habían dejado al tipo desangrarse.

Y ahora no me voy a poner a contar acá todo lo que he visto en estos barrios (Santafé, Samper Mendoza, casi centro de la capital), no, no lo voy a hacer, ya está claro todo lo que he visto, no lo entiendo, pero está claro como un hecho aquí en mi mente. Es que como de lo que he visto lo que más morbo despierta, más interés, entre los lectores que cómodamente leen estos relatos de cronistas que los escriben con la esperanza de algún día poder leer así de cómodos en salas amplias, así lo hago; yo soy también soy un artículo de lujo en los anaqueles de este gran supermercado, hace poco lo supe, entonces los escribo, no porque me duela, no porque no entienda, no porque quiera entenderlo, no porque la noche es larga y estoy sólo, ni porque el mundo afuera se esté yendo a la guerra e intente prevenirlo, avisarlo para ver si podemos hacer algo; no, puro entretenimiento, pura diversión, eso es lo que hago… en fin, no, no me voy a poner a contar acá tantas cosas vistas, con una es suficiente para intentar nombrar algo más allá de la estadística de lo que viene pasando , pasa y entretiene.

Hace dos meses volví a este barrio en el que pasé buena parte de la época de mis estudios, volví del Norte, donde pasé un año exiliado en una casa grande donde todas las personas tienen perros que sacan en las mañanas y en las noches, una casa rodeada de parques donde los niños juegan en columpios vigilados, un celador en cada esquina. Sí, volví ya en una tónica diferente, volví con la intención de crear en este barrio una Casa donde todos los interesados puedan disponer de un espacio para desarrollar sus habilidades y sueños… en fin, volví, y como antes, ahora vivo en frente de un CAI de la policía que según muchos le brinda seguridad a la cuadra y nos hace ser a nosotros, los habitantes de ella, algo así como los play boys del barrio: seguridad, la gran palabra, con muchos vigilantes en frente que nos iguala de alguna manera, —según la mitología—, al Norte.

Claro, pero es que esto de la tranquilidad que implica el CAI es discutible, sí, seguramente no se atreverán los ladrones a robarme entrando a la casa, sin embargo más de una vez, mientras estoy despierto en la noche —trato de no dormir con una ciudad tan encendida al frente—, he escuchado gritos que vienen del CAI… Gritos de ¡Me van a matar! ¡Ayúdenme!, o de ¡Socorro! peleas interminables de parejas, de familias, de enemigos (de todo el mundo, porque todo mundo pelea)… sí, he escuchado, y entonces me asomo a la ventana… al parecer nada pasa, nadie se asoma, es como la televisión por cable... y un bombardeo en directo sobre Irak o sobre un campamento de la guerrilla en diferido no importa… importa que tenemos policía al frente y somos los play boy del barrio... Todo decente por lo demás, para decirlo de una vez, un gran barrio.

Y si quisiera contarlas, qué podría interesar más al lector que historias de travestis que en grupo roban y manosean o de grupos de niños que atacan ancianos y si usted se para y mira mucho entonces ellos dicen que es que el viejo quería violar a uno de ellos, y así los transeúntes no saben qué pensar y se zafan. Sí, de todas esas historias es lo que hay en estos barrios, los más vívidos de la ciudad, y no de vez en cuando sino todas las noches, todas; ah, cuando ya en la casa miro desde el patio la infinidad del barrio que se extiende como una piel de tigre me afligen todas las historias que sé que no contaré nunca porque son demasiado de lo mismo.

Pero estos barrios no siempre fueron así, las mismas casas amplias y señoriales, los apartamentos que comparados con los más modernos resultan gigantescos, dan fe de otra época, por allá en los años 20, 30, 40 y hasta 50, cuando se podía ver por estas calles al poeta León de Greiff salir de su casa donde tras las puertas millones de libros desparramados por todos los cuartos convivían; ah, esas sí que eran imágenes dignas de memoria; pero no, sigamos con lo de la suciedad y la sangre que yo sé que es lo que al lector que lee estos papeles le interesa… y aquí una digresión: es extraño, pero el entretenimiento de este tipo de lecturas que en épocas pasadas se escribían desde la minoría (desde lo extraordinario), para entretener a la mayoría (y piénsese entonces en la crónica de sociedad de los diarios, donde algún afortunado contaba las delicias de Sociedad —con mayúscula— a la plebe ansiosa de chismes y de elegancia, o de las crónicas de la conquista, donde un pequeño grupo de avanzada contaba a todos los letrados que pudieran leerlas, de las extrañas y salvajes costumbres de los indios que encontraban y de cómo y bajo qué medios era mejor infundirles el amor por Cristo, fuese el sermón amoroso o la espada); sí y así fue siempre: una minoría que escribía para mayorías… sin embargo todo eso se ha trastocado, se ha invertido y ahora son los habitantes de los grandes barrios donde historias sin fin se suceden, quienes escriben para una minoría que se siente comprometida con lo que nunca verán ni realmente le importa. Se me viene a la mente esta pregunta ¿Por qué se dice cinturones de miseria? Yo diría cinturones de riqueza, sí, yo escribo, escribimos para los cinturones de riqueza. Fin de la digresión… sigamos.

No, mejor otro día, en este justo instante en que escribo escucho del CAI a alguien, y eso que me separan desde la altura de mi quinto piso más de cuarenta metros; con la voz característica de los travestis que han asumido en el alma su rol estudiadamente femenino (femenino y travesti, ese es un asunto que tenemos que explorar otro día… ¿cuestiones de la cultura?) grita que ¡no!, que le cortaron una mano, que ¡mi mano! ¡mi mano!, ¡me va a quedar una cicatriz en mi mano!… grita y grita, ya van más de dos minutos, y lo escucho, así haya subido el volumen a la música para intentar zafarme, no, no puedo, tengo que ir a la ventana a verlo, a ver qué está pasando, dejo entonces esta crónica inconclusa, me levanto.