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            LA CIUDAD Y LA LITERATURA

         

              TABUCCHI Y BOLAÑO EN BOGOTÁ

          

Alberto Bejarano

“La modernidad de la ciudad es más cómoda”. Con esa frase, el escritor italiano Antonio Tabucchi, - entrevistado por Nelson Padilla en El Espectador del domingo 21 de febrero – se refiere a su relación con la literatura y la ciudad. A pesar de todos los inconveniente de la “vida moderna”, sólo el “aire de la ciudad nos hace libres”, como decía Max Weber (un aire que desafortunadamente en su expresión ecológica está muy contaminado). Un aire que hoy llamaríamos “cultural”. A nadie le sorprenderá que se diga que la única ciudad que puede llevar de alguna manera ese título (moderno en cuanto cultural) es Bogotá.

Quienes queremos y recorremos a Bogotá en sus formas misteriosas, plagada de contrastes y de pasadizos secretos - a través de los poemas de Silva, los dibujos de Luís Caballero o las fotos “casuales” de Sady Gonzáles o Manuel H – nos preguntamos a veces dónde están nuestros escritores. ¿Dónde están los que imaginan e inventan la Bogotá de todos los días y la Bogotá de las noches imaginarias? Se bien que hay muchos escritores bogotanos, pero hasta donde conozco, aparte de Evelio Rosero, Gonzalo Mallarino y Juan Gabriel Vásquez o Miguel Torres, para citar algunos (que son más bien una excepción) pocos se atreven a escribir por fuera de los “realismos más superficiales” y de los odios más recalcitrantes. De cierta forma hemos pasado del “realismo mágico” al “realismo amarillista”. Aunque como recuerda Tabucchi: “Como decía Plinio el Viejo: todos los libros, incluso los malos, tienen siempre algo de bueno”.

La entrevista de Padilla con Tabucchi también me hizo pensar en el cuento. En Colombia, donde se publica tanta novela y autobiografía novelada y muy poco cuento, los lectores estamos ávidos de leer cuentos. Y Tabucchi, que ha escrito ante todo cuentos nos permite preguntarnos indirectamente por qué no tenemos entre nosotros más escritores de cuento. Quizá porque el cuento es, como lo señala Tabucchi: “(…)como un niño, necesita de mucho cuidado. Es como el soneto en poesía, una forma cerrada. Como decía Cortázar, a quien admiro muchísimo, el escritor de cuentos sabe que el tiempo no es su amigo (…) Si usted hace un fresco gigante, los detalles no son tan importantes como la apariencia en conjunto, pero si usted pinta el pie de una señorita, tiene que prestar mucha atención a todos los dedos.” Incluso Tabucchi afirma que prefiere al García Márquez cuentista (el que se inició en El Espectador de los años cincuenta), al novelista, algo que algunos compartimos.
Gracias a la entrevista con Tabucchi, podemos ver(nos) a nosotros mismos como lectores colombianos y mirar con otros ojos (¿de perro azul?) los libros que se publican aquí. Podemos recordar por ejemplo que toda ciudad tiene sus misterios y tal vez el papel de sus escritores no es develarlos, sino simplemente explorarlos. A veces es cuestión de dejarse arrastrar por el absurdo de lo cotidiano, por lo ínfimo, por lo minimalista. Algo que un escritor como Antonio Tabucchi ha sabido explorar con ingenio. Después de leer la entrevista y de comprar las boletas para “Nocturn” - la obra de teatro inspirada en “réquiem” de Tabucchi, que el escritor define así: “Es una cosa muy bella, llena de sugestión, de atmósfera, hecha por un gran realizador” - me quedé pensando por qué (aún) no tenemos escritores en Colombia que exploren la literatura a la manera de un Vila-matas, un Piglia, un Bolaño o un Tabucchi. Quizá esa no sea la pregunta adecuada, pues cada ciudad inventa sus propios escritores, pero en todo caso quiero dejarla en el ambiente.

Quienes no nos vamos de Bogotá (y mucho menos en “vacaciones”) y tratamos de imaginar senderos que se bifurcan bajo sus áridas calles, podemos disfrutar de El Espectador en las esquinas, del festival de teatro, de las bibliotecas públicas (donde conocí a Bolaño y a Tabucchi), de los festivales de cine, de los cafés de la Soledad, de las ciclovías de los domingos, de los festivales al parque, de los parques, de la cinemateca, de los teatros de la candelaria, de las librerías del centro, de los cine clubes de las universidades, de los paraderos de libros y tantas cosas más. Todas estas cosas son muestras del ambiente cultural envidiable de una Bogotá en la que nací y siempre quiero quedarme. De todo esto, de todos esos espacios e instantes, algo habrá, no se qué, que podrá contarse con más imaginación. O para citar de nuevo a Tabucchi: “Todo lo que existe merece ser contado si a una persona le interesa, así sea lo más humilde, no hay una jerarquía”