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              RELIGIÓN Y FILOSOFÍA

         

                  ANOTACIONES SOBRE LA

            RELIGIOSIDAD SUPERSTICIOSA*

                  

Eduardo Gómez *

Como ya lo insinúa este título, es posible y necesario, distinguir entre la religiosidad filosófica y la religiosidad supersticiosa. La primera atañe a la posición ante el universo del hombre libre e ilustrado, que es conciente de las angustiosas limitaciones de su saber y de que la vida es, en última instancia, un misterio acerca del cual sólo hemos podido comprender y dominar fenómenos de superficie pero no contestar con profundidad las preguntas fundamentales. Cuando hablamos de *el *universo, nos referimos de hecho, al *universo conocido*, porque el Todo es por principio, infinito. Ese infinito se impone por que no es posible concebir lo impensable: la Nada Absoluta como origen del ser. Tampoco es posible concebir el absurdo de la terminación, total y definitiva, del espacio y el tiempo que constituyen el Cosmos, porque otra vez desembocaríamos en la Nada Absoluta. El Universo, el Cosmos, no ha tenido principio ni tendrá fin. Lavoisier lo condensó admirablemente: nada se crea, nada se destruye, todo se transforma. Entonces, si todo comienzo y todo final son relativos, eso significa que los procesos en su conjunto *están eternamente siendo, *y es de esa eternidad del Cosmos, de donde se origina una de las supuestas características de Dios, lo mismo que del hecho resultante, de que todo surge del Cosmos y todo vuelve a Él en un proceso sin término.

Esos hechos y las limitaciones resultantes, debieron ser los que inspiraron la profunda humildad del sabio cuando exclama: solo sé que no sé nada, y el /Fausto/ de Goethe le hace eco en monólogos inolvidables. Se podría decir entonces, que toda indagación filosófica que asume radical y honestamente sus posibilidades de comprensión, y todo arte que enfrenta radical y honestamente sus posibilidades de representación, son inspirados, en última instancia, por el asombro y el sobrecogimiento ante el Todo abrumador, y que, como éste nos sobrepasará siempre (en alguna medida y de alguna manera) ese sobrepasamiento engendra una cierta actitud filosófico-religiosa en el hombre de superior cultura, el cual se maravilla ante el misterio de su vida y de la del Cosmos.

Como es ostensible, esta actitud es muy diferente a la de la religiosidad supersticiosa. Esta es de carácter primitivo e infantil, y no en un sentido peyorativo, sino como constatación de un hombre que permanece fijado a la pre-historia; vale decir, que no ha podido acceder suficientemente a la filosofía, la ciencia y el arte y, en consecuencia, sus intentos de explicar y comprender lo existente, se atienen a la ingenuidad del mito y la fábula, no tomados como tales, sino literalmente y como la única verdad.

En sus diversos textos sobre religión, Marx y Engels sólo se refieren a la concepción religioso-supersticiosa. Cuando Marx afirma que “la crítica de la religión es la premisa de toda crítica” *(1)*, está sugiriendo que es la premisa de toda cultura auténtica, porque el superar la superstición religiosa es entrar a la era del conocimiento más objetivo y válido. El hombre que ha aprendido a pensar por sí mismo, ya no busca realizarse en forma fantástica en el mito, sino que acepta el mito como la memoria ingenua del hombre primitivo, que esconde un legado cifrado lleno de sentido pero que hay que interpretar para desentrañar sus posibles mensajes objetivos.

Es el hombre quien “hace la religión y no la religión la que hace al hombre”.* (2)* En el segundo caso se trata de un hombre que permanece fijado a la infancia (como dice Freud) y acoge fábulas que le permiten proyectar y encarnar en las potencias naturales, magnificándolas, las cualidades de un padre ideal, para acogerse ilusoriamente a su protección y a su poder, aliviar su miedo y no tener que responsabilizarse al tomar decisiones, permaneciendo como un perpetuo menor de edad.

Para consolidar la superstición, también “entran en acción – dice Engels – los poderes sociales, poderes que se enfrentan al hombre y que al principio son para él tan extraños e inexplicables, como las fuerzas de la naturaleza, y que al igual que éstas, le dominan con la misma aparente necesidad natural”. *(3) *Con esa proyección y transmutación míticas, se escamotea inconscientemente toda responsabilidad histórica, puesto que las decisiones se atribuyen a un Dios-padre todopoderoso. Pero como, de hecho, todo hombre, así sea muy limitado, contribuye a hacer la historia, resulta una paradoja constatar que la mayoría hace historia a ciegas, y muchas veces contra sus intereses y su propia realización. Pero esto no importa al creyente; más aún, ese fracaso y esa frustración pueden llegar a ser preciosos si se sufren con resignación y como una purificación para “ganar la salvación”. Al proyectar de manera delirante, en un supuesto Más-allá, la realización plena, se devalúa la vida y se sacrifica su posible plenitud a esa supuesta “otra vida”, que es considerada como la única verdadera. El resultado es un hombre impotente que, al santificar su impotencia, se convierte en un fanático opositor de la superación humana y terrenal.

En la práctica concreta de una sociedad dividida en clases, son los desposeídos y los explotados los que más fácilmente caen en esas creencias, no solamente porque son los que más necesitan un consuelo, sino por aquello de que “primero entrará un camello en el ojo de una aguja que un rico en el Reino de los Cielos”. Al respecto Marx dice: “la religión es el sollozo de la criatura oprimida, es el espíritu de una época sin espíritu, es el corazón de un mundo sin corazón, es el opio del pueblo” *(4)*.

Pero también los poseedores caen con frecuencia en la superstición (aunque generalmente, de una manera más reservada y moderada) en la medida en que se sienten psicológica y emocionalmente frustrados, pues el capitalismo es impotente para superar una serie de problemas estructurales que lo aquejan en forma crónica y que afectan a todas las clases sociales, como el odio y las guerras que engendra su monstruosa desigualdad social, la condena a la pobreza de las mayorías como condición de la riqueza de las minorías (con la mezquindad y degradación a que ese falso triunfo condena a los que detentan esa acumulación excesiva) a más de una serie de alienaciones que son típicas del capitalismo, como la prostitución, la desocupación crónica a todos los niveles, la frivolidad y la drogadicción. En otros casos, los poseedores utilizan cínicamente la religión para hacer más fácil la explotación.

No se trata entonces, de reprimir la religión porque esto le ayudaría – como dice Engels – “a conquistar la corona del martirio y con ella la prolongación de su poder” *(5)*, sino de crear progresivamente una estructura socio-económica verdaderamente democrática, una cultura filosófico-científica y una estética humanística, que hagan improbable e innecesaria la superstición religiosa como consuelo y como respuesta neurótica a la frustración. En ese nuevo contexto vital, “el hombre, que buscaba un superhombre en el ámbito fantástico del cielo y sólo encontró en él, el reflejo de sí mismo, no se sentirá ya inclinado a encontrar solamente la apariencia de sí mismo, el no-hombre (‘Unmensch’) allí donde lo que busca y debe buscar es su verdadera realidad” *(6)*. En esa coyuntura de superación humanística se presentaría también la única manera de poder rescatar, humanizar y elaborar poéticamente el mito y sus dioses tiránicos.

La abrumadora carga del fantasma de los dioses, debe ser superada para que la desaparición de ese reino imaginario deje ver y gozar en su plenitud el reino de este mundo y sus raíces cósmicas, las únicas verdaderamente “divinas”. Así, la criatura realizará la divinidad que hay en ella y se hará Hombre, hijo predilecto de la naturaleza y del misterio del Cosmos. Entonces podremos jugar con los dioses, nuestros hijos intangibles, en la música y el canto, en el lecho del amor sin remordimientos, en los espacios abiertos donde fluyen los ríos gigantes y danzan océanos y selvas bajo cielos grávidos de galaxias. ¡Pues somos los únicos capaces de crear cielos a nuestra medida y desmesura!

1. Marx y Engels, /Sobre la religión/, Fundación Casal Gaudí, Bogotá,
2009, pág. 45

2. íbidem, pág. 45
3. Engels, íbidem, pág. 138
4. Marx, íbidem, pág. 46