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                        ANÁLISIS

         

                BREVE BALANCE DEL GOLPE

                            DE HONDURAS

                  

Eduardo Gómez

Aunque es relativamente breve el tiempo trascurrido desde la iniciación del golpe en Honduras, ya es posible evaluar, con alguna claridad, lo sucedido. Ante todo, es evidente que si el gobierno de facto no se ha caído (a pesar de la sorprendente unanimidad mundial con que se lo ha rechazado) esto se debe a que sectores retardatarios de los Estados Unidos lo apoyan, no sólo con declaraciones públicas como sucedió cuando una delegación de los golpistas habló con parlamentarios republicanos, sino con dinero, puesto que las ayudas económicas estipuladas desde antes del golpe, siguen afluyendo, según lo declaró un representante de los usurpadores. Además, se ha establecido que un asesor estadounidense estuvo en contacto permanente con los golpistas, desde antes de los hechos ocurridos.

Desde un punto de vista específicamente político, la situación es más compleja porque el embajador actual del gobierno estadounidense sigue en funciones ante el gobierno de facto, lo cual significa, de hecho, un reconocimiento explícito del gobierno usurpador, que contradice cínicamente la condena vertical que en los primeros días del golpe, hizo el presidente Obama, seguido por su secretaria de estado, Hillary Clinton. Sin embargo, estas manifestaciones verbales no se han proyectado en actos y el presidente Obama ha resuelto callar al respecto. En cuanto a Hillary Clinton, su posición frente a los golpistas se ha tornado cada vez más ambigua, pues no sólo propició un encuentro en Costa Rica, entre el presidente legítimo, Manuel Zelaya, con el golpista Roberto Micheletti, sino que con una deliberada falta de tacto (y con intenciones que deben ser alusivas a las supuestas motivaciones del golpe) atacó al gobierno de Hugo Chávez en términos que éste calificó de “graves para las relaciones entre Estados Unidos y Venezuela”. Cuando la Clinton propició el encuentro entre los golpistas y Zelaya, sabía perfectamente que se trataba de una trampa para que, si Zelaya accedía a negociar con el dictador Michelletti, esto significaría un comienzo de reconocimiento y de concesiones a los golpistas. Asimismo, sus declaraciones condenatorias del gran líder de la integración latinoamericana, Hugo Chávez, refuerzan a los golpistas, con tanta más razón si tenemos en cuenta que los políticos fascistas de todas partes quieren hacer aparecer el golpe como un logro contra la extensión del supuesto “imperio de Chávez”. La distinción que se le hace al presidente venezolano es muy explicable, dado que ha sido el primero en denunciar el apoyo encubierto de la derecha gubernamental estadounidense y, mediante la formidable cobertura del canal TELESUR, el cual cubrió los hechos al principio en jornadas de 24 horas seguidas y desde entonces no ha cesado de informar desde las calles de Tegucigalpa a pesar de que sus periodistas han sido aprehendidos dos veces, condenó al ridículo el sartal de mentiras con que los medios de la dictadura trataron de deformar lo ocurrido.

Ante estos hechos, el presidente Obama no podrá eludir el tomar partido entre el gobierno auténticamente democrático de Zelaya y los gorilas hondureños. El golpe ha servido para poner en evidencia las excesivas ambigüedades y disimulos del gobierno de Obama y de los demócratas. Sino asume ese desafío con entereza, puede quedar por el resto de su mandato como un simple mascarón de proa que, en la práctica, puede ser utilizado para sinuosas y sórdidas operaciones imperialistas. Esta situación pone de relieve también los grandes avances alcanzados por los gobiernos democráticos y antiimperialistas, organizados en el ALBA y en MERCOSUR, puesto que han obligado a los sectores fascistas que están detrás del golpe a prohijarlo de manera vergonzante y con mala conciencia, lo cual era impensable hasta hace algunos años, cuando se imponían dictaduras en Centroamérica de manera ostensible.

Por otra parte, el golpe en Honduras ha radicalizado a las democracias latinoamericanas, e incluso a algunos sectores norteamericanos y europeos. Esa radicalización se percibe en la evolución de la posición política del pueblo hondureño y del presidente Manuel Zelaya, quien en los primeros días del golpe daba declaraciones bastante ingenuas, aunque, claro está, siempre valerosas y firmes. Después de las primeras semanas (y especialmente luego del fracaso del intento de transacción orquestada desde Washington) Zelaya planteó un ultimátum a los gorilas hondureños, basándose en un artículo de la constitución de Honduras, en el que se declara legítima la “insurrección” popular cuando se destituye violentamente a un gobierno democráticamente elegido. Es evidente, entonces, que Manuel Zelaya (inicialmente, apenas un “liberal de izquierda” y un hacendado medio de buena voluntad) se está transformado en un líder que se proyecta a escala continental como aliado eficaz de dirigentes de la talla de Chávez, Evo, Correa y Ortega, entre otros.

Si el presidente Zelaya había violado la constitución solamente por intentar hacer una encuesta “no obligatoria” sobre la posibilidad de una reforma a la constitución, ¿Por qué no se lo juzgó y en cambio se lo expulsó? ¿Por qué no se lo dejó entrar después cuando se impidió su intento de aterrizaje? Esta grosera contradicción puso al descubierto, desde el comienzo, los verdaderos motivos de la conspiración oligárquico-imperialista: se trataba de impedir que Zelaya continuara con sus reformas de democratización económico-políticas y de independencia frente a la voracidad del coloso del norte, y para que no profundizara en su afiliación al movimiento de integración bolivariana que recorre a América del Sur.

Ya es inocultable que las oligarquías latinoamericanas ni siquiera toleran las reformas liberales más elementales y auténticas que modernicen la economía y la política, haciéndolas más participativas y equitativas. Esa reacción oligárquica (con variaciones importantes) también está en funciones en Colombia, Perú y México, y ya no es posible disfrazarla ni siquiera con las modestas prendas de la democracia formal. La frustración del proceso histórico que debiera haber conducido al afianzamiento de una burguesía de verdad y un capitalismo no salvaje, dejaron a estos pueblos a merced de clases oligárquicas, todavía enraizadas en el latifundismo, el fanatismo religioso y la sujeción abyecta a Estados Unidos. Paradójicamente, toca ahora a la revolución evolutiva que cunde en América Latina, realizar esas tareas elementales de modernización que la inexistencia de una burguesía en el poder tendría que haber llevado a cabo en este continente.