ELLA
Clemencia Calero
La pareja entró en el lugar de las citas. Lentamente la mujer empezó a quitarse la ropa. Los senos se mecían al aire, despertando en el hombre un deseo incontrolable. Se abalanzó sobre ella tirándola sobre la cama, la penetro con violencia, provocando un gemido que corrió por el recinto. Con los ojos brillantes y húmedos, ella expresó su descontento.
-Quisiera que me amaras de otra manera
-De que te extrañas, llevamos varios meses juntos, y siempre ha sido así. No vengas a hacerte la morronga ahora
Pensaba en la forma de liberarse, pero cuando iba a decirle que no quería seguir con él la garganta se le apretaba. El tipo ejercía sobre ella un dominio absoluto. Se resistía en vano, sintiéndose mal consigo misma por permitir que la violentara.
Todas las mañanas llegaba a la cafetería donde ella trabajaba. Pedía un tinto doble que bebía a sorbos. Su mirada era sombría cuando le exigía que lo esperara por la noche. No había disculpa, esos ojos daban una orden imposible de desobedecer.
La única solución era huir. Ese lunes se levantó más temprano; se dirigió a la terminal de buses. En la próxima población tomaría el tren con destino a oriente. Se acomodó en el puesto asignado, sacó un libro del bolso y se dispuso a leer, una agradable distracción para el largo viaje. Un rato después empezó a sentir una sensación inquietante; volvió la mirada encontrándose con unos ojos llenos de deseo. Su corazón latía con fuerza.
Al bajar del bus el hombre empezó a caminar a su lado, volvieron a encontrarse sus miradas, él la cogió del brazo y la fue llevando hasta un hotel cercano. El tren de la tarde se había marchado.
Estaba desnuda en el centro de una habitación; al dar un paso hacía atrás tropezó con una mesa. Tomó un objeto que estaba allí y antes de que el tipo pudiera tocarla le propinó un golpe. Se vistió lentamente mientras miraba al agresor tendido en el suelo, estupefacto por su reacción. Todos los sonidos se habían minimizado, ni siquiera podía oír su respiración agitada.
Andaba por las calles de la ciudad esperando que llegara el tren, se aproximaba la hora de partir. En el momento que iba a abordarlo un impulso la detuvo, volvió sobre sus pasos de regreso a la terminal de buses.
No se iría lejos de su pueblo, allí estaba lo que era importante para ella. Tenía plena conciencia de que nunca más sería objeto de vejación por nadie más. Merecía tener una vida normal, un amor normal en un sitio normal.
Que sensación tan agradable de libertad la embargaba.
Miraba por la ventanilla, su corazón latía acompasado mientras lágrimas de alegría corrían por sus mejillas.
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