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                  ANÁLISIS HISTÓRICO

          

            Bolivia: un sincretismo revolucionario

                  

                   

Eduardo Gómez

Desde el comienzo, Bolivia fue un país excepcionalmente desgarrado por dificultades y turbulencias. Logró una primera independencia de España en 1825, gracias a Sucre y a Bolívar pero en 1828 Sucre fue derrocado, anulada la constitución bolivariana y el mariscal Santa Cruz se apoderó del poder durante diez años y organizó la Confederación Peruboliviana en 1836. Chile se opuso, le declaró la guerra, lo derrotó en Yungay (1839) y deshizo la Confederación. El caos resultante trató de ser aprovechado por el gobierno del general peruano, Agustín Gamarra, quien invadió a Bolivia y fue derrotado y muerto en 1841, fecha en la que por fin se consolidó la independencia de este país. Más adelante, la Guerra del Pacífico contra Chile, despojó al país de su litoral sobre el gran océano; años más tarde, la revuelta separatista provocada por la explotación del caucho (que alcanzó a proclamar la “República del Acre”) fue aprovechada por Brasil para anexar ese territorio, y la Guerra del Chaco (1932-35, que fue motivada por disputas limítrofes con Paraguay) terminó con la pérdida del Chaco Boreal.

Después vienen numerosos golpes de estado, rapiña y corrupción burocrática, por parte de generales, coroneles y políticos profesionales. En 180 años Bolivia ha tenido más de cien presidentes. Sin embargo, esa serie de derrotas, desórdenes y pérdidas de territorio, fueron tremendos fracasos de los dueños del poder, de los blancos y los mestizos y no de las comunidades indígenas, despojadas y sumidas en la humillación y la explotación. Aunque fueron los sectores de la población que más sufrieron, lograron preservar (por el hecho de su mismo marginamiento y falta de poder) lo esencial de sus costumbres y tradiciones. Al mismo tiempo que eran instrumentos manipulados por los sucesivos despotismos, adquirían una conciencia crítica y rebelde, respecto a sus amos. La misma polarización racial, que evitó en gran parte las mezclas, contribuyó a esa preservación y fortalecimiento marginales durante los casi dos siglos de la independencia de España. El no haber sido responsables del escandaloso fracaso y la degeneración de la llamada República de Bolivia, fortaleció, como reserva cada vez más consciente, a las antiguas culturas y les dio una progresiva confianza en su superioridad ética y humana.

Las escritoras chilenas, Malu Sierra y Elizabet Subercaseaux, autoras de este libro, nos informan que la población de Bolivia es en “un 80% indígena y mestiza”, y que “la población blanca ha gobernado sin contrapeso desde 1837”, cuando se dictó una constitución que fue aprobada “sin contemplar la opinión ni la presencia de las 36 etnias que eran la mayoría”. Estas mayorías aborígenes, que nos parecían una desventaja, son comprendidas hoy de manera súbita y reveladora, como abanderadas de prometedoras perspectivas. La escasez de estudios profundos y actualizados sobre esas culturas y la casi nula difusión de los que puede haber, debido a los difundidos prejuicios sobre la “raza vencida”, la “pereza de los indios”, y similares (sobrevivientes tenaces e inconscientes del racismo católico de los conquistadores españoles) habían cegado, incluso a vastos sectores de la vanguardia política continental, sobre la posibilidad de que esas antiguas culturas pudieran enriquecer efectivamente a las raquíticas sobrevivencias, en nuestro continente, de la llamada Cultura Occidental, y a su Capitalismo Salvaje. Ni siquiera la evidencia de que en Bolivia tenían lugar, periódicamente, conmociones políticas promovidas por las organizaciones indígenas, que impedían la consolidación de sucesivas dictaduras de los “blancos”, lograban vencer el escepticismo tenaz (venido, inconscientemente, de los ancestros españoles) respecto a que esas comunidades (consideradas irremediablemente primitivas e impotentes) pudieran ser portadoras de una nueva era para ese martirizado país. A esa concepción arrogante (inconscientemente lastrada aún por un racismo inmemorial) se adhería la izquierda ortodoxa que todavía se aferra a la rígida convicción (heredada del estalinismo) de que es el proletariado, ante todo, la clase social iluminada para conducir la revolución. Según esa mentalidad no cabe darle verdadero protagonismo a “los indios”, y muchos de los estudios “revolucionarios”, que se siguen publicando, ni siquiera los mencionan o lo hacen de paso, en forma apenas condescendiente.

Pues bien, en los últimos cinco años todos esos pre-juicios de estirpe eurocentrista se han derrumbado (al menos para los que están en capacidad de aprender de los hechos históricos) debido fundamentalmente a la limpia toma del poder por el movimiento indígena que orienta el líder aymara boliviano, Evo Morales.

Como en las sagas legendarias, un pastor de llamas (quien, gracias a la fidelidad a sus costumbres ancestrales y, más tarde, a su repulsión de la política tradicional, se había conservado “incontaminado) llega al poder después de 500 años de explotación y vejaciones a su pueblo. Hasta 1920, los aborígenes no tenían derecho al voto, y, sin embargo, ellos eran los dueños primigenios de estas tierras desde hacía muchos siglos, cuando los primeros conquistadores llegaron a sojuzgarlos, tratando de imponerles supersticiones tiránicas y de aniquilar su culto a la Pacha Mama (la Madre Tierra) y a las sencillas costumbres fraternales heredadas. Pero, en lo esencial, ese intento de violentar su singularidad como pueblo, fracasó. Los aborígenes se plegaron parcialmente (y en muchos casos, simuladamente) a las creencias foráneas pero fueron elaborando un sincretismo, en el que preservaron valiosas tradiciones no solamente religiosas, sino de organización social. Entre ellas hay que mencionar en primer lugar la del Ayllu, que Evo Morales destaca tanto en las remembranzas autobiográficas que Malu Sierra y Elizabet Subercaseaux nos transmiten y comentan en este hermoso libro, ahora editado por Fica para Colombia. El Ayllu es “base de la estructura social andina” – nos dice – y sobrevivió 500 años a la conquista, colonización y república, de los blancos. En la mayoría de los casos en donde el Ayllu se implanta, “la tierra es comunitaria”, y cuando no lo es, su propiedad no es agresivamente privada, sino apenas particular y siempre en función comunitaria, pues es la comunidad la que asigna los terrenos que cada familia hace producir para su sustento. En “Orinoca – dice Evo, hablando de la región donde vivió por un tiempo su familia – no hay propiedad privada… se vive en solidaridad, en reciprocidad, en igualdad… pero no solamente en solidaridad y reciprocidad con el ser humano, sino con la madre tierra, con la Pacha Mama, en armonía con la naturaleza”. Un comité directivo elegido entre los hombres estatuye trabajos comunitarios, ceremonias rituales y se encarga de administrar la justicia. No hay cárceles (esa bárbara y sádica institución occidental) sino castigos públicos que, en buena parte, son simbólicos, breves, y apuntan más bien a avergonzar y responsabilizar al infractor. Todo hombre debe ejercer alguna vez, cada uno de los cargos dirigentes en la asamblea comunal, pues los cargos son rotativos y obligatorios. Si no lo hace se considera que la persona no tiene una formación satisfactoria y completa. El Ayllu es una institución que tiene "cientos de años”, pero que se ha debilitado en algunos periodos y renació y se fortaleció en el siglo pasado, cuando se cumplieron 500 años de ocupación, de discriminación y semiesclavitud.

Evo se crió y creció en un Ayllu. Para ir a la escuela primaria oficial debía caminar cinco kilómetros, y después para hacer cursos superiores, necesitó caminar medio día. Debía prepararse las tres comidas, aprender español en la escuela y alternar esas tareas con su trabajo de pastor de llamas. En lugar de jugar despreocupadamente en sus vacaciones y horas libres, pasaba días enteros en medio de desolados paisajes, vigilando el rebaño, jugueteando solo con una pelota y escuchando noticias de la radio, especialmente las deportivas. Otras veces interpretaba melodías en instrumentos como el charango o la guitarrilla. Ya más crecido, acompañó a su padre al norte de Argentina y trabajó junto a él en la zafra y vendiendo helados. La única vez que usó corbata fue cuando terminó los estudios secundarios en Oruro. Había planeado con su padre, estudiar para periodista pero cuando éste murió debió abandonar esos planes. En cambio, fue elegido como dirigente sindical y luego tuvo que ir al cuartel y soportar allí el desprecio racista de sus superiores. Cada vez se interesaba más por los acontecimientos nacionales y observaba cómo los golpes de estado se sucedían uno tras otro. Durante la dictadura de García Mesa, a un compañero de Evo lo acusaron de narcotraficante, lo rociaron con gasolina y lo quemaron vivo. Todas esas experiencias lo maduraron y radicalizaron progresivamente. Gracias a sus dotes llegó a ser dirigente máximo de seis federaciones y entonces, y casi sin darse cuenta, se vio envuelto cada vez más en la acción política. Cuando el dictador Hugo Banzer vendió los derechos sobre el agua a una compañía extranjera, el precioso elemento subió de precio hasta un 300% y comenzó a llegar en abundancia a las casas de los ricos y en una ínfima cantidad a las de los pobres. Evo no podía permitir que un don que consideraba sagrado fuera escatimado y degradado como mercancía. Organizó una lucha amplia y tenaz, en la que incluso la Iglesia Católica y la clase media participaron. Se logró la expulsión de la transnacional que pretendía enriquecerse a costa de la sed de la mayoría, y la repartición del agua tuvo que organizarse democráticamente. Con la pureza y la verdad de ese triunfo inobjetable, el movimiento de oposición se fortaleció con rapidez, porque, además, logró una alianza entre el campo y la ciudad. Entonces, intentaron asesinar a Evo y fracasaron. El movimiento de los aborígenes organizó marchas de protesta; pusieron preso al líder; éste se declaró en huelga de hambre y debieron liberarlo. A continuación, la lucha se centró en la preservación de otro elemento natural sagrado: la planta de coca. Sin poderlo explicar técnicamente, para cualquier aborigen hay una diferencia fundamental entre la coca natural y la cocaína. La primera tiene proteínas y cualidades estimulantes y calmantes; se la utiliza en rituales a la madre tierra para apaciguarla cuando hay que herirla con el arado para sembrar, y en las labores agotadoras ayuda a soportar el cansancio. Se sabe, además, que es benéfica para enfermedades como el reumatismo, la malaria, las infecciones de la garganta y las afecciones cardiacas. En cambio, la cocaína es apenas uno de los catorce alcaloides que constituyen la planta, y el vicio, la prohibición y el comercio mafioso, la han vuelto tabú, y no permiten, por ahora, aprovechar sus valiosas cualidades químicas, como por ejemplo, la de anestesia local, para la cual se la empleaba en 1884.

Evo asumió públicamente la diferencia entre la planta y la cocaína e hizo de ese discurso la base de su campaña para ganar la presidencia. Él es consciente de que la coca debe ser un cultivo racionalizado y estar bajo el control del movimiento campesino, y agrega: “en el fondo yo veo que la de las drogas es una falsa guerra… un pretexto para dominar a nuestros países”. Evo conquistó democráticamente la presidencia el 18 de diciembre de 2005. Su asombrosa ascensión y la eficiencia con que en tres años ha cambiado las estructuras de la sociedad boliviana, son muy complejas de explicar pero, en gracia de la obligatoria brevedad, anotemos dos: la primera y fundamental es la formación que han tenido los aborígenes en una especie de socialismo primitivo, cuyo núcleo organizacional es el Ayllu. Sin haber interiorizado la propiedad privada en su agresivo sentido de competencia, educados en costumbres solidarias, con una ética social (y de hecho política) que los inducía a ser participantes permanentes en la orientación y los logros de su sociedad, sin los hábitos del consumismo (y su cortejo de vicios) sino moldeados por una austeridad severa y eficiente, los indígenas han asimilado con fácil entusiasmo e inteligencia los complementos, las técnicas y los comienzos de modernización de sus tradiciones milenarias, que el socialismo de estirpe marxista les ofrece ahora, y que internamente se encarna de manera genial en la asesoría del vicepresidente de la república, Álvaro García Linera, así como también con seguridad, en miles de bolivianos formados en las tradiciones sindicalistas occidentales de vanguardia.

Las escritoras Sierra y Subercaseaux se concentran en Álvaro García y lo destacan como el complemento indispensable de Evo Morales. Se trata de “un intelectual marxista, exguerrillero del movimiento Tupaj Kateri”. Es, además, blanco, elegante, y un sociólogo y matemático de excepcional lucidez y de una capacidad infatigable de trabajo. “Pese a las diferencias radicales – escriben las autoras – el presidente boliviano parece confiar en él más que en ninguno de sus colaboradores indígenas… se los ve siempre juntos, conversando con las cabezas gachas, en un susurro, compartiendo secretos y riéndose como dos viejos compañeros de colegio”. García Linera admite que el ejemplo admirable de la lucha política de los aymaras, “lo impactó” decisivamente cuando tenía 17 años. Desde ese momento estudió “obsesivamente” esas culturas y los conflictos indígenas en Bolivia. Incorporó ese tema y le dio prelación, en su formación marxista independiente, y así empezó ese extraordinario sincretismo (mucho más eficaz históricamente y más universal que el religioso) que tiene lugar ahora entre lo más avanzado del humanismo occidental (el pensamiento marxista) y el socialismo primitivo, ecológico-poético e ingenuamente panteísta de los aborígenes; aunque también incluye las modalidades singulares que el movimiento indígena le ha sabido dar a la lucha sindical de tradición occidental.

Después de una etapa de estudios en México y Centro América, en donde estudió matemáticas y aprendió de la praxis política del movimiento campesino salvadoreño y del movimiento indígena guatemalteco, Álvaro García regresó a Bolivia, junto con algunos jóvenes seguidores que lo secundaron en el propósito de fusionar el movimiento obrero y el indígena. Para mejor realizar esta tarea, aprendió el idioma aymara y vivió en comunidades de esta cultura. Ésta “mutua retroalimentación” convirtió al intelectual en orientador y líder decisivo de la praxis político-social clandestina contra el régimen imperante. La policía lo persiguió y logró capturarlo pero él continuó, por otros medios, su lucha en la cárcel, leyendo la increíble cantidad de “novecientos sesenta libros” y escribiendo tres, uno de los cuales pudo presentar personalmente en la Universidad de San Andrés, hasta donde le permitieron ir “escoltado por cuarenta guardaespaldas”.

Como se ve, se trata de una trayectoria de leyenda que impresiona aún más cuando se conocen algunas de las innovadoras tesis de García Linera, las cuales superan tan completamente el típico sectarismo de la izquierda, que deberían ser postuladas como ejemplares en su sabio equilibrio. Dice García Linera: “La idea de ganar no está asociada a la derrota física del adversario sino a su derrota histórica, moral y política; a la incorporación de los intereses de los adversarios en la estructura de los intereses de las fuerzas emergentes… No es: derroto al otro porque lo aplasté, sino lo derroto porque lo incorporé de manera subordinada en mi estructura de poder. Si este movimiento indígena no logra hacer eso, su historia será efímera”. Pero la historia enseña que los sectores más irreductibles de los adversarios del cambio, apelan a la violencia masiva y fascista. Álvaro García lo sabe de sobra (como lo sabe Evo) pero ellos están convencidos de que en la nueva modalidad evolucionista de la revolución “hay que agotar las vías de negociación y acuerdos imaginables para que quede legitimado el uso de otras formas de lucha política”. Y en efecto, un tiempo después, Evo puso (una vez más) en práctica esos criterios y salió triunfante. Las cuatro provincias blancas y mestizas, las más ricas, se declararon en rebelión abierta contra el poder central. Evo no mandó tropas (teniendo al ejército de su parte) sino que siguió llamando al diálogo a los prefectos rebeldes, y ante la reiterada negativa de éstos tampoco apeló a la violencia sino que hizo una consulta audaz (que incluyó, claro está, a las provincias rebeldes) en la que preguntó si el pueblo quería que él siguiera en el poder y obtuvo casi el 70% de votación afirmativa. Ante ese comportamiento inesperado y arriesgado (porque la consulta fue de una limpieza ejemplar, supervigilada por periodistas y representantes, nacionales e internacionales, de las fuerzas más conservadoras) sus más encarnizados opositores (exasperados y apoyados por la tenebrosa CIA) urdieron levantamientos y masacres en el Pando, región limítrofe con Perú. Sin duda, la idea era arrebatar parte del territorio, fundar una Bolivia capitalista (al estilo de las dos Coreas, los dos Vietnam, Taiwan, etc.) y establecer allí una base militar de Estados Unidos para seguir hostigando y provocando a la guerra, no sólo al gobierno boliviano legítimo, sino a toda la Latinoamérica libertaria. Ante esa situación de hecho, el gobierno de Evo consideró agotados los medios pacíficos y con la aprobación del mundo civilizado, y la neutralización de muchos de sus enemigos, mandó tropas, estableció el estado de sitio e inició procesos judiciales al prefecto insurrecto y sus secuaces. Resultado: los otros prefectos rebeldes se sintieron obligados a reiniciar el diálogo con el gobierno.

Si se saben asimilar y extender esos criterios y procederes al campo específico de la cultura, por parte de la izquierda marxista mundial (todavía sumida, en buena parte, en un sectarismo clasista maniqueo) la conclusión es clara: es necesario también superar las tendencias a la censura, la ignorancia e incluso la represión, que todavía afectan aspectos válidos y esenciales de la gran cultura creada en las etapas dominadas por la aristocracia y la burguesía, etc., superando así, de una vez por todas, la nefasta herencia del estalinismo (especialmente en el campo de las humanidades y el arte) del maoísmo con su Revolución Cultural, del Proletkult y similares tendencias, que han debilitado tanto a los movimientos de renovación en el mundo entero.

La revolución evolutiva boliviana nos enseña al respecto, que el sincretismo progresivo entre culturas y gentes aparentemente inconciliables por las enormes diferencias de desarrollo y de criterio, es posible, con la condición de que se sepa apelar a las reservas de humanidad e inteligencia que esconde todo hombre, y no se lo trate como “culpable” al que (por principio) hay que “castigar”, denigrar o desechar. Si se logra la tolerancia sagaz, paciente y profundamente comprensiva (pero alerta y firme respecto a los abusos y violencias) que ha puesto en práctica el gobierno de Evo Morales y Álvaro García Linera, se obtendrán resultados que sorprenden como “milagrosos” por la capacidad de cambio que han sabido descubrir en seres humanos que la tradición jerárquica imperante miraba como “casos perdidos”. Los ejemplos serían multitudinarios pero (a más del que representa el mismo Evo) atengámonos a dos, especialmente representativos: el primero es, una ministra de justicia (Casimira Rodríguez) quien fue sirvienta de familias mestizas o blancas, durante 20 años, y que ahora lidera cambios radicales en la administración de justicia, vestida con su “pollera india”. Describir cómo lo ha logrado exigiría un libro que pusiera en evidencia la verosimilitud de un proceso que va desde limpiar “salones y baños, cuidar niños, estirando camas, sirviendo la mesa… sin dejar nunca de sonreír, pese a que en algunas de esas casas no le permitían ni hablar”, a la conducción del ministerio de justicia de la Bolivia revolucionaria. El otro caso ejemplar al que aludíamos, es el de David Choquehuanca, humilde aymara de pura cepa y ahora ministro de relaciones exteriores, al que algunos consideran “filósofo del régimen” porque ha sabido, como autodidacta, cultivar y actualizar la sabiduría ancestral. Él es el abanderado de recuperar e insertar en la cultura que está surgiendo, todas esas reservas de sabiduría indígena milenaria: “porque nosotros hemos dejado de ser. Los institutos superiores, la universidad, no nos hablan de nuestra historia”. Entonces es preciso combinar y progresivamente conciliar lo que él llama “el estar y no estar” con la modernidad occidental porque se debe, por ejemplo, superar esas leyes hechas por el hombre occidental, que están llevando “al planeta tierra a una destrucción total”. Los orgullosos científicos de las grandes potencias y los intelectuales “puros”, que se han desentendido de estas cuestiones fundamentales, tienen ahí mucho que aprender sobre el comportamiento con la Naturaleza y con su naturaleza humana. El apellido de este sabio aymara, me remite a Bolívar (el profeta genial de esta integración suramericana, de la que forma parte importante Bolivia) cuando al entrar vencedor en un poblado del Perú, fue saludado por el esclarecido intelectual peruano, José Domingo Choquehuanca (uno de los antecesores de la misma familia del canciller boliviano actual) con las siguientes palabras: “Con los siglos crecerá vuestra gloria como crece la sombra cuando el sol declina”. Esta frase que pudo parecer exagerada a muchos, la estamos viendo realizada plenamente, y precisamente en el país que lleva un nombre derivado del nombre del Libertador.

En buena hora, Gerardo Rivas, editor de las Obras completas de Bolívar, supo valorar en toda su magnitud y posibles influencias, el trabajo realizado por las escritoras chilenas, para ponerlo a disposición de los colombianos, que son en éste momento (y como tendencia dominante) el pueblo más reacio al cambio democrático en Suramérica.