SOBRE "PRESIDENCIA SITIADA"
DE CARLOS D. MESA
Alfonso Gumucio Dagron
Dos imágenes de Carlos Mesa me vienen a la cabeza que no tienen que ver directamente con su imagen pública.
- Carlos sentado en lo alto del Templo IV en Tikal, en enero del 2004, con la mirada sobre la inmensidad verde del Peten guatemalteco, y el pensamiento, cómo dudarlo, en algún lugar de Bolivia.
- Otra imagen similar, apoyado en una roca en la Isla Incahuasi llena de cactus centenarios, en octubre del mismo año, observando la magnífica caída del sol sobre el horizonte sin fin del salar de Uyuni.
Juan Ignacio Siles, Carlos D. Mesa, Alfonso Gumucio-Dagron
Entre ambas fotos, diez meses cruciales de su presidencia.
Esas imágenes me dicen mucho de Carlos Mesa, de un hombre que reflexiona, quizás también de un hombre que sueña.
Con Carlos tenemos varias afinidades: la primera va por el lado del cine, ya que ambos hemos competido amistosamente en la tarea de revelar lo que es y ha sido el cine boliviano, ambos hemos escrito sobre su historia, ambos le hemos dedicado libros a Luis Espinal.
Carlos D. Mesa y Rigoberta Menchú
De Los Beatles, cuya música marca mi generación tanto como la suya, tenemos toda la obra -lo que a ratos parece más de lo que produjeron. Afinidad también por el arte erótico, aunque aquí Carlos me gana de lejos con la colección completa de La Sonrisa Vertical, esa estupenda serie publicada en España.
Sobre las discrepancias o diferencias, que las hay, son temas que en lugar de separarnos, nos permiten compartir momentos de buen humor, aunque polémicos. Si hay algo que se le puede reprochar a Carlos es su fundamentalismo en eso de no beber una gota de alcohol. Lo más cerca que llega a ello es a oler una copa de buen vino; incluso es capaz de aconsejar una cepa o una bodega de su predilección… porque si hay algo que lo caracteriza en todo, es que es un hombre muy bien informado.
En el curso de los años he aprendido a sentir sincera admiración por algunos rasgos de su personalidad. Por ejemplo la constancia con la que Carlos lee y escribe, algo que no dejó de hacer ni siquiera cuando era presidente. Su rigor y su sentido de la organización, y su excelente memoria para saber exactamente donde está la cita que leyó hace cuatro días, y su profundo conocimiento de nuestra historia, sobre la que ha escrito libros fundamentales. Es un hombre increíblemente metódico y sistemático, no solamente en su trabajo, sino en su vida cotidiana, capaz de registrar todos los goles del Bolívar o los detalles de cómo pilotear un DC3.
Es además un comunicador sobresaliente, es decir, alguien que supo romper el techo de la inmediatez del periodismo para encarar la comunicación con un sentido estratégico de memoria histórica y de largo plazo. Es un hombre con un discurso sumamente articulado, que refleja el ejercicio permanente de la reflexión y del pensamiento complejo. Podríamos decir que es un excelente improvisador, que puede hablar en cualquier circunstancia sin tener un papel a la vista, pero lo cierto es que esa aparente improvisación es el resultado de una elaboración interna compleja. Me trae a la memoria al cineasta francés Jean Luc Godard, que filmaba sus películas sin guión, porque el guión lo tenía completamente desarrollado en su cabeza.
Solamente esa visión de la vida, profunda, enraizada y de largo plazo, podía llevar a Carlos a jugárselas el todo por el todo en la política, primero como candidato, luego como vice-presidente y finalmente como presidente de la República de Bolivia.
Creo a lo largo de tantos años de amistad, conozco a Carlos un poco -- lo cual me hace quizás merecedor de esta ocasión en la que me toca presentar su libro más reciente, y sin duda el más importante de todos los que ha publicado hasta ahora.
“Presidencia Sitiada” es, a diferencia de todos los anteriores, especial precisamente porque es un testimonio personal, sin veladuras, a ratos descarnado, de su paso por el poder político en su expresión más trascendente: la presidencia de una nación.
No voy a referirme en detalle al libro, pues habla por sí mismo. Quiero señalar sin embargo el interés que despierta el hecho de que un ex presidente publique sus memorias, pero además elabore un documental cinematográfico. Y es pertinente señalar aquí la complementariedad del documental de 90 minutos que acompaña al libro. Mientras el documental reúne aquello que es público en el ejercicio de la presidencia, y contribuye a refrescar la memoria de los desmemoriados con imágenes de indudable valor histórico; el libro por su parte narra lo íntimo del ejercicio del poder, y revela aquello que todavía, hasta hoy, solamente conocen algunos allegados muy próximos a Carlos Mesa.
No debe ser fácil asumir la responsabilidad de reflexionar de manera autocrítica sobre lo que uno hizo o dejó de hacer en la presidencia. La vorágine de actividades que envuelven a un presidente impide, en algunos casos, la reflexión. En eso Carlos tenía una ventaja de partida, porque es un hombre reflexivo por naturaleza. Sus acciones van precedidas por la reflexión. Lo cual no significa que no pueda equivocarse, como él mismo reconoce en este testimonio. Es muy fácil señalar las equivocaciones desde afuera, desde palco. Es mucho más difícil asumirlas íntimamente y ante los demás, en una mirada retrospectiva, porque esa mirada corre siempre el riesgo de ser condescendiente con uno mismo.
Cuando leí por primera vez el borrador del libro, me impresionó el detalle de las descripciones. Carlos se narra desde adentro, desde el alma, y no como un observador externo. Argumenta las medidas que tomó en cada etapa, porque en cada episodio histórico que le tocó vivir -en el momento preciso en que lo vivía- su decisión estaba tomada de acuerdo a lo que él pensaba que eran los intereses más altos del país en ese momento. Si acaso se equivocó y lo supo después, es otra historia. Es decir, esta historia, la que presenta en su testimonio.
Por supuesto que el libro, al igual que el video, menciona los logros del gobierno de Carlos Mesa. Ningún presidente se iría del poder sin señalarlos, y en este caso hay por lo menos tres medidas ampliamente documentadas, parte de una agenda enunciada desde el mismo día en que Carlos Mesa asumió el poder: 1) el referéndum sobre el gas es hasta hoy el referente de la política nacional sobre el gas, porque en él se expresó la población directamente; 2) la convocatoria a la Asamblea Constituyente, y finalmente 3) la convocatoria al proceso autonómico y la elección de los Prefectos por voto popular. Muchos tienden a olvidar estos datos, fácilmente verificables en los medios de esos años.
La memoria política es engañosa, la gente olvida lo que le conviene, y no quiere recordar ciertas cosas aunque uno se las ponga frente a las narices, a cinco centímetros. Y es obviamente más grave cuando quienes llegan al poder están convencidos de que no hubo nada antes, de que acaban de poner el primer huevo de la creación.
Carlos Mesa salió del gobierno sin que muchos bolivianos quisieran escuchar su versión de los hechos. Es más, los hechos fueron negados, convenientemente olvidados o escondidos detrás de discursos sin sustancia. Carlos es de esos personajes a los que sus contemporáneos no le hacen justicia, pero como muchos personajes a los que les ha tocado un papel importante en la historia, el tiempo se encarga de decantar los malentendidos y de poner las cosas en su lugar.
Uno de los varios títulos barajados para este libro fue “El Signo del Cambio”. Y es que además de los cambios estructurales fundamentales que se iniciaron durante el periodo de su mandato presidencial y que siguen siendo lo esencial de la agenda actual, Carlos hizo un intento de hacer política en un estilo diferente y alejado de la política politiquera, es decir de la mentira, de la falsedad ideológica y del oportunismo de las componendas que tanto nos avergüenzan cuando miramos en retrospectiva el itinerario de personajes y de partidos políticos que en apenas dos décadas han mostrado su sorprendente calidad de camaleones.
Por esa su aparente soledad en el poder, se calificó a Carlos Mesa de todo, desde arrogante hasta temerario. “¿Cómo pretende gobernar sin partidos políticos? ¿Cómo se le ocurre enfrentarse al Congreso? ¿Por qué no ejerce la fuerza -a la que tiene derecho- para controlar el caos?”
Las respuestas están en este testimonio, porque las preguntas se las hacía también Carlos, hora tras hora, y si sus decisiones no fueron a veces acertadas, lo innegable es que las tomó guiado por su conciencia y por un ideario ético de la política, que no es frecuente en nuestro país. Quizás al calor de lo que sucedía día tras día, Carlos subestimó el apoyo popular que tuvo en algún momento y no supo reconocer otros momentos en los que su posición estaba más debilitada. Pero eso se dice fácil, otra cosa es con guitarra.
El género autobiográfico es un género tramposo. Muchas memorias se escriben hacia el final de la vida útil, cuando la perspectiva del tiempo permite reevaluar las acciones y acomodarlas convenientemente a la historia. Las pequeñas historias que construyen la gran historia quedan sublimadas por esa necesidad natural que tenemos todos de justificar nuestro paso por la vida.
Esto lo sabía por ejemplo el Dr. Paz Estensoro, a quien alguna vez le propuse una entrevista en profundidad para que me contara la historia secreta del MNR y de su propia gestión política. En ese momento -poco después de su ruptura con Bánzer en 1973- el Dr. Paz me respondió que era prematuro hablar de ello porque su vida política no había concluido. Y cuanta razón tenía.
Carlos ha tomado el riesgo que pocos toman. Ha escrito en caliente unas memorias que no hacen concesiones y que expresan su vivencia con sinceridad, aún cuando hacerlo podría conspirar en contra de un eventual retorno a la política. Escribir el libro dentro de 5 o 10 años le hubiera dado ventaja, lo hubiese dejado bien parado ante la Historia, porque habría podido mostrar autosuficiencia para juzgar procesos ya consumados.
Este es el tipo de historia personal que hoy se lee a través del cristal de lo inmediato, con los juicios de valor que están moldeados por la circunstancia. Unos lo leerán con sorna, otros con recelo, otros con admiración y otros con amistosa complicidad, según donde se ubique cada quien en el espectro político. Y no hay que excluir los juicios de valor sesgados por las enemistades personales, las actitudes mezquinas y los celos que son frecuentes en la política de nuestro país, y que nada tienen que ver con la ideología.
Pero el tiempo se ocupará de decantar esos filtros añadidos a la lectura, y pondrá en su justo lugar el testimonio de un ex presidente.
Carlos, quizás demasiado intelectual para la política politiquera cuando asumió la presidencia, hizo una apuesta política ética para la que el país no estaba preparado, ni lo está todavía. Su aprendizaje, que se expresa en este testimonio, puede servir a muchos de los que se aventuran en ese territorio lleno de sinsabores e ingratitudes, y para el mismo Carlos Mesa, si la historia le brinda una nueva oportunidad.
La Paz, 12 de marzo 2008 |