LOS HERMANOS KARAMAZOV
EN EL TLB
(TEATRO LIBRE DE BOGOTÁ)
Eduardo Gómez
Lo que primero impresiona en este nuevo montaje del Teatro Libre de Bogotá es la audacia y la ambición artística (signos inequívocos de juventud perenne) del grupo dirigido por Ricardo Camacho, al elegir esta obra maestra de Dostoievski como inspiración del guión. Con esa difícil elección, el TLB va contra la corriente porque está reivindicando una vez más la tradición clásica y moderna de un teatro en donde el diálogo denso, sin concesiones a lo espectacular, es lo que prima. Para empezar, el desarrollo de la adaptación tiene lugar en un escenario desnudo, casi sin elementos escenográficos y donde la expresión corporal, la entonación y el sentido de las palabras lo son casi todo como en las mejores épocas del teatro moderno, y en la creación del ambiente de la época sólo se da una importancia moderada al vestuario, muy austero y ajustado a lo indispensable.
La adaptación de Patricia Jaramillo de “Los hermanos Karamasov” fue difícil, exigió cinco versiones sucesivas y el trabajo de un año, hasta que el grupo se inmiscuyó cada vez más y se logró un texto aceptable, que desarrolló los dos temas fundamentales de la obra: el parricidio y la pasión amorosa. Necesariamente, tuvieron que desecharse otros temas (los más intelectuales) como el extraordinario texto de “El Gran Inquisidor”, poema en prosa de Ivan Karamasov que implica toda una concepción crítica de la Iglesia posterior a Cristo, los diálogos sobre la teocracia, el relato de su vida y las reflexiones morales del staret Zósima y el monólogo delirante que vive Ivan como supuesto diálogo con el demonio, entre otros de menos importancia.
Sin interrupción, el montaje fluye sinuoso y bifurcado, al pasar de un episodio a otro,y al presentar con frecuencia la simultaneidad de sus desarrollos, articulando así una unidad mínima sin esfuerzo aparente. Para lograrlo, Camacho tuvo que distanciar la concepción general, con sus implicaciones de renunciamiento a la intensa emoción dramática (que tanto abunda en la novela) lo cual en términos brechtianos significa (en este caso) desdramatizar y esencializar la versión argumental, dándole un ritmo muy ágil y rápido.
La actuación es desigual: Hector Bayona realiza una de las mejores interpretaciones de su trayectoria al recrear un Ivan Karamazov de un cinismo rudo y franco, y en un estilo orgiástico, pueblerino y muy ruso de la época. Christian Ballesteros como Dimitri y Angie Bueno como Grushenka, alcanzan a revivir con ágil decoro esa conflictiva pareja; en cambio el Ivan de Cesar Morales es bastante inexpresivo y artificial (quizás en parte, debido a los recortes del texto original , en los que se pone en evidencia su notable y aguda inteligencia); Diego Barragán como Smerdiakov logra cierta perversidad taimada que lo caracteriza en la novela; el staret Zósima de Germán Naranjo tiene la figura adecuada pero se echa de menos el carisma místico y la nobleza de comportamiento en ese personaje ; la Katerina de Alejandra Guarín es de figura muy apropiada pero los brevísimos parlamentos que se le asignan y cierta frialdad de la actriz, no permiten la creación de un personaje que presente una analogía con el complejo y excéntricamente apasionado personaje de la novela. En general, los fallos en la actuación parecen coincidir con la excesiva parquedad o mutilación de los parlamentos que les corresponderían a los personajes para alcanzar su plena fuerza expresiva. Este es el caso de la interpretación de Aliosha por Fabián Martínez.
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