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POLÍTICA

          

                            EL 9 DE ABRIL

                      

Consuelo Triviño

Desde Madrid, unas palabras de aliento para los compatriotas secuestrados por la intolerancia y, en especial, para tí, Ingrid, castigada por quienes no perdonaron tu coraje. Hoy 9 de abril, cuando se recuerda una fecha trágica de gran significación histórica, queremos decirles, que no están solos, que los corazones se conmueven y la razón clama justicia. Hijas e hijos, padres y madres, hermanas y hermanos, arrancados del seno familiar, son víctimas del odio que anida en los todopoderosos señores de la guerra. Estos señores se sitúan siempre en los extremos, les da lo mismo el derecho que el izquierdo.

Al recordar el 9 de abril de 1948 cuando fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán, la primera palabra que nos viene a la mente es impunidad. Entre el estupor y el asombro tomamos conciencia de nuestro pasado y volvemos los ojos sobre el doloroso presente. En esta guerra, por absurdo que parezca, sobra lo que más debería importarle a un país, la población civil. Y estorban quienes habitan en los lugares donde yacen las riquezas de nuestro suelo, quienes cuestionan el deterioro del medio ambiente, quienes tienen hambre y reclaman sus derechos. A esos señores de la guerra, no les conviene que dialoguemos, prefieren alimentar los deseos de venganza. Pero muchas personas apostamos por el diálogo, para que cese la cadena de venganzas, para que ustedes puedan volver a casa.

Si han llegado hasta aquí, por favor resistan en nombre de la esperanza; que el ímpetu que llevó a Ingrid a esas selvas del alma, le ayude a regresar con los suyos. Si hay algo que no pueden quitarnos los poderosos es la parte de nuestro ser única e intransferible, la capacidad de soñar, la esperanza y las reservas afectivas que guardamos en el corazón. El hogar mutilado que es nuestra patria y que aguarda las noches en vela una llamada que le de la señal de dónde reencontrar a sus seres queridos, tiene derecho a la felicidad de abrazar a los suyos. La justicia, la reparación y el perdón que han tardado siglos, pueden esperar…aunque, la verdad, ya va siendo hora de que nos lleguen.

No haber aclarado los hechos, ni juzgado a los culpables del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, y de la violencia que desencadenó el magnicidio, cubre nuestra historia con un manto de sombras. En el rincón más oscuro de nuestro ser nacional, gimen las más de 300.000 víctimas, a quienes se suman los miles de desaparecidos y torturados en todos estos años, por obstaculizar con su presencia la desmesurada ambición de los poderosos. Cuánta destrucción a causa de la maquinaria que emplea la venganza. Y todo para acallar la voz de ese pueblo a quien se deben sus gobernantes.

Pero ¿Se puede ser justo en el dolor? Difícil, y sin embargo, es el reto que debemos afrontar como colombianos, para detener la espiral de violencia que consume nuestras fuerzas. Antes que maquinar atroces venganzas, convendría reflexionar. Si con el dinero destinado a la adquisición de armas se construyeran escuelas, hospitales y viviendas sociales, sin duda cambiaríamos el curso de la historia. ¿Quién se opone a un cambio tan lógico como necesario y por qué? Es como para pensarlo. Le vendría muy bien a este país que sueña, una buena dosis de realidades prácticas: hacer justicia a sus muertos, celebrar la liberación de los rehenes, ver en el opuesto no al enemigo sino al diferente. Acaso entonces, nos será dado empezar a construir, entre todos, y con optimismo, ese proyecto de país eternamente postergado.