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ENTREVISTA

          

          EL "ESPEJISMO URBANO"

                    DE LOLA SANABRIA

                      

Rubén Darío Flórez,

especialista en semiótica, filología y teorías de la comunicación. Magister en ciencias filológicas, candidato a Doctor, Secretario General del PEN Internacional Colombia

 

El taller de la pintora Lola Sanabria está situado en pleno centro de Bogotá, por donde se cruzan las principales redes de comunicación de la ciudad. En una región, en la que, estupendas edificaciones de los años 50, han logrado sobrevivir a las demoliciones y al desprecio por nuestra memoria urbana. Edificios que   visualmente están conectados con su fantástico entorno urbano a través de grandes ventanales. Es la arquitectura, creada por talentosos arquitectos nacionales, muchos de ellos egresados de la escuela de arquitectura de la UN, y formados en el estilo modernista internacional, con un inconfundible sello bogotano. En uno de estos restaurados edificios, en el lugar donde antes quedaban las tipografías clandestinas del siglo XIX donde Antonio Nariño imprimiera los derechos del hombre, vive y trabaja la artista.

Se llega allí cruzando una escondida alameda sembrada de pequeños arbustos amarillos a unos cuantos metros de la congestionada avenida 26. Pero el lugar casi secreto y confidencial, es un remanso en el tráfago del centro agobiado por la encantadora visualidad kitsch urbana y latinoamericana. Cuando ingreso al restaurado edificio de los años cincuenta, después de atravesar el frenético ritmo bogotano, me sorprende encontrar, en un pequeño patio interior, un cuidado jardín con pinos de bordes dorados, un fragante caballero de la noche y las clásicas hortensias azules bogotanas. La pintora me abre la puerta a  su refugio de creación, en el último piso y atravesamos un pasillo en penumbras,  donde se pueden ver docenas de libros y álbumes europeos y colombianos de pintores como Kandinsky, Malevich, Santiago Cárdenas y Rothko. Desde el pasillo en penumbras se imponen como presencias míticas, las moles de los cerros tutelares bogotanos. Ya dentro de una de las salas me impacta ver un espejo de gruesos bordes negros (homenaje al gran Malevich) donde se reflejan las colecciones de cerámica precolombina Quimbaya y un caballito de Ráquira. Lola Sanabria, una artista muy joven y muy segura de sus convicciones, está envuelta por el ámbito de la memoria  urbana bogotana y la profunda influencia del arte latinoamericano y europeo heredero de las vanguardias  de comienzos del siglo XX. Mientras trabaja sobre su último proyecto de experimentación, tratando de hallar combinaciones nuevas de  pigmentos amazónicos y estructuras con fuertes alusiones al deambular urbano, la artista me va contando sobre el sentido de su obra.

¿Estos deslumbrantes cuadros recientes suyos marcan una etapa particular de su proyecto?

Estas pinturas significan un giro fundamental. Venía de un periodo en el cual casi había abandonado el color. De pronto me di cuenta que podía  experimentar para ofrecer una imagen que no fuera sombría, de lo que yo pienso es nuestro universo urbano. Naturalmente que estoy hablando de transposiciónes de mi experiencia, de mi memoria y de mis emociones de la ciudad a un lenguaje pictórico personal. Trato de revelar texturas desconocidas de mi ciudad

¿Usted sugiere una relación entre su pintura, fascinante por la sorpresa visual que produce, y la ciudad, habla usted de realismo?

No, absolutamente. Mi obra desde mis propias convenciones, es una re configuración  de mi fascinación con Bogotá. Creo que no me inscribo en el provincianismo snob de amar a Paris.  Estos cuadros  los he venido trabajando en un periodo muy exigente de estos tres años, desde el 2004, de manera sistemática, con momentos de frustración, yo diría que de desespero, al no saber cómo continuar, tenía clara la idea pero no me sentía bien con el medio de expresión, es decir con la estructuración del cuadro. Pero también hubo momentos en los que pienso que tuve grandes aciertos y son estos cuadros que expongo. Pienso que  he logrado encontrar un lenguaje pictórico que me permite mostrar las sedimentaciones psicológicas y materiales que va dejando la experiencia de ser habitante urbano en esta ciudad que adoro.

El color crea el espacio en sus lienzos. ¿Cuál es el papel que desempeña en su obra?

Por mi formación, soy egresada de la facultad de artes de la U. Nacional, vengo de una escuela donde el manejo del color como medio de expresión y construcción es fundamental. Claro, decididamente es importante el virtuosismo, pero para mí lo esencial es comunicar sentidos, que la forma trascienda. Podría decir que para mí como artista, el principal reto es plantearme dilemas  y sentidos con el manejo del color, y en esto continuo la tradición, con mi sello personal, de las grandes vanguardias del siglo pasado. Aunque tengo una visión bogotana del color. Lo que digo sé que es problemático. Me explico, Bogotá es una ciudad con volúmenes notables y estructuras de color excepcionales que hemos subestimado. De otro lado, a mí el color me permite crear la forma y el contexto de significación que viene desde  la obra. Pero claramente, no separo el lenguaje de mi obra del sitio en el que habito, éste me permite inventar mi propia poética, la distribución de su espacio, mi experimentación con un color a veces provocador, a veces tratando de expresar poéticamente el lugar que habito y que contemplo: las grandes formas de los cerros y su permanente modulación sobre nuestro horizonte urbano y por qué no sobre nuestra identidad. Una realidad urbana cuya vitalidad y actividad se marcan como huellas y sedimentaciones en las paredes, en las calles y aún en los restos y estructuras de las demoliciones que lamentablemente afectan nuestra memoria urbana. Con mis cuadros busco preservar esta memoria visual y humana de Bogotá. Mi obra está plena de emociones y no solamente es un ejercicio técnico o conceptual. Esta palabra no me gusta mucho, pues se ha abusado de ella.

Hablemos de un cuadro que creo es una de sus grandes realizaciones, “Montañas urbanas”, el color dorado se impone maravillosamente en este trabajo suyo. De pronto este color entró en cierto desuso. Era muy empleado en Bizancio y en el medioevo italiano. ¿Para usted que connotaciones tiene?

Como usted podrá verlo, si observa con atención, cierto perfil de los techos del centro de Bogotá reitera con cierta magia la estructura de los cerros. De otro lado, viviendo aquí me di cuenta que en ciertos meses del año, en el amanecer y en el atardecer Bogotá se transfigura con una luz dorada muy difícil de comunicar. No conozco ningún fotógrafo que haya podido captarla y soy una fanática del trabajo de los fotógrafos. Pero me propuse evocar con medios pictóricos este maravilloso tema de Bogotá. De otro lado un estudioso bogotano de la pintura bizantina me dio algunos textos y reproducciones de trabajos de artistas bizantinos donde el color dorado como momento espiritual es muy importante. Así pues que resultó un cuadro con evocaciones urbanas y con alusiones culturales y visuales a Bizancio. Si se quiere resultó algo posmoderno lleno de citas visuales a una cultura no occidental. Pero me gustaría señalarle el cuadro “Espejismo urbano” de la serie Signos, que me parece complementario y al mismo tiempo contrario de “Montañas urbanas” por su uso de colores fuertes y signos urbanos que he investigado. Son las dos caras de una misma visión de la ciudad.

Realmente, “Espejismo urbano” es un trabajo suyo con una magia desafiante. Pero dígame ¿para usted, qué porvenir tiene la pintura en un medio tan obsesionado con las tecnologías audiovisuales?

Yo creo que la pintura comunica unas percepciones diferentes a las que se pueden transmitir con otros lenguajes como el video o la fotografía que están muy en boga. El color y la estructura de la pintura siempre son diferentes, nunca se repiten de un cuadro a otro. Por ser un trabajo muy manual se pueden realizar muchas experimentaciones y plasmar momentos del creador que pueden ser muy intuitivos y generan una diferencia con otras formas de creación con herramientas más tecnológicas. De igual manera, tengo la convicción de haber hallado un lenguaje moderno con medios clásicos, a través de los cuales transmito mi manera de ver y sentir. En última instancia los medios sean los que fueren están en manos de un sujeto que piensa, siente, se comunica y se propone unos retos. Todos los medios de expresión en algún momento pueden parecer anticuados y esto no es lo esencial. Lo esencial es lo que comunicas, las tecnologías son soportes. Mc Luhan ha envejecido y su idea de que el medio es el mensaje. Una  parte fundamental de mi expresión  es la experimentación con colores y diferentes  pigmentos. Añadiría que la pintura es la memoria, que no se desvanece, de nuestros lugares imaginarios.

Concluyo ésta entrevista, al tiempo que los ruidos amortiguados de la calle llegan hasta el último piso. Es realmente un sitio colmado de estímulos y de memorias urbanas. Y mientras observo los últimos trabajos de la artista, me atrae con fuerza la maravillosa visualidad bogotana que entra por los gigantescos ventanales de la sala del taller. Si se quiere, al ver los cuadros de Lola Sanabria he logrado encontrar la clave metafísica de la belleza urbana y frenética de nuestra ciudad. La artista otorga un presente, que se convierte en una memoria que transforma los lugares donde se encuentren dichos trabajos.