PARA ACABAR
CON EL JUICIO DE DIOS
Ómar Ardila
Átenme si quieren,
pero tenemos que desnudar al hombre
para rasparle ese microbio que lo pica
mortalmente
dios
y con dios
sus órganos
porque no hay nada más inútil que un órgano.
Así de clara y contundente fue la declaratoria que profirió Antonin Artaud el 28 de noviembre de 1947 (hoy hace 60 años) en su emisión radiofónica, Para acabar con el juicio de Dios.
Esta declaratoria le dio vida a una nueva intensidad biológica y política, que proponía sustituir la interpretación por la experimentación. El antiguo método interpretativo que nos conducía a la búsqueda del yo (del fantasma psicoanalítico), sentía la necesidad de cambiar de ruta para ir en busca del Cuerpo sin órganos, siguiendo un programa que es motor de experimentación. El Cuerpo sin Órganos es materia intensa (no formada, no estratificada) cuya intensidad es igual a cero – esa misma materia es energía –; sólo está poblado por intensidades que pasan y circulan; no ocupa un espacio ni es espacio; es el cuerpo lleno, anterior a la extensión del organismo (organización de los órganos); es el campo de inmanencia del deseo (donde el deseo es proceso de producción que no tiene referencias externas que lo proyecten).
Aunque para Artaud, los enemigos eran tanto los órganos como la forma estratificada de los mismos (organismo), de su manifestación a favor del Cuerpo sin órganos, se intuye, que para éste nuevo flujo desestratificado, los enemigos no son los órganos sino el organismo, es decir, la Organización Orgánica de los Órganos (O3).
El Juicio de Dios es un estrato orgánico que busca lo útil por medio de formas, uniones, organizaciones dominantes y trascendencias jerarquizadas. Contra aquel orden es que se proyecta la unidad de lo múltiple (la anarquía coronada de Heliogábalo). Dicha multiplicidad va más allá de cualquier oposición y rompe con el movimiento dialéctico hegeliano. De esta manera, el Juicio de Dios, es el organismo que debe ser reemplazado por nuevos principios (flujos, soplos) y no por otros dioses.
Para mantener vivo el recuerdo de Artaud, hoy, sesenta años después de su máxima declaratoria, transcribo uno de los textos que hacen parte de la misma, y los invito a escuchar la emisión radiofónica en el siguiente enlace: http://www.ubu.com/sound/artaud.html .
Y por último, retomo a Derrida cuando nos invitaba a establecer nuevas relaciones con la obra de Artaud: “leerlo debería implicar resucitar su voz, leerlo imaginándolo proferir sus textos”.
CONCLUSION
-Señor Artaud, ¿para qué le sirvió esta
radiodifusión?
-En principio para denunciar cierto número
de porquerías sociales oficialmente consagradas y
reconocidas:
1º la expulsión del esperma infantil,
cedido benévolamente por niños, con vistas
a una fecundación artificial de fetos que aún
no han nacido
y que verán la luz dentro de un siglo o más.
2º para denunciar en ese mismo pueblo
americano que ocupa toda la superficie del
antiguo continente Indio, una resurrección del
imperialismo guerrero de la antigua América
que hizo que el pueblo indígena anterior a Colón
fuera vilipendiado por toda la humanidad precedente.
-Señor Artaud, usted está diciendo cosas
muy insólitas.
-Sí, digo algo insólito, digo
que los Indios anteriores a Colón eran,
contra todo lo que se pueda creer, un
pueblo extrañamente civilizado,
que conoció una forma de civilización
basada en el principio exclusivo de
la crueldad.
¿Sabe usted qué es con exactitud la crueldad?
-De ese modo no, no lo sé.
-La crueldad consiste en extirpar por la
sangre y hasta la sangre a dios, al azar
bestial de la inconsciente animalidad humana
en cualquier parte donde se lo pueda encontrar.
El hombre, cuando no se lo reprime, es un
animal erótico,
lleva adentro un temblor inspirado,
una especie de pulsación
productora de bichos innumerables que
constituyen la forma que los antiguos pueblos
terrestres atribuían universalmente
a dios.
Ello representaba lo que se denomina un espíritu.
Ese espíritu procedente de los indios de América
prevalece, en la actualidad, bajo aspectos
científicos que revelan una infecciosa
influencia mórbida, un estado acusado
de vicio, pero de un vicio que abunda en enfer-
medades
porque, pueden reírse todo lo que quieran,
lo que se dio en llamar microbios
es dios
¿saben ustedes con qué hacen sus átomos los
rusos y los americanos?
los hacen con los microbios de dios.
-Usted delira, señor Artaud.
usted está loco.
-No deliro,
no estoy loco.
Afirmo que se reinventaron los microbios
para imponer una nueva idea de dios,
encontraron un nuevo recurso para destacar
a dios y atraparlo justo en su
nocividad microbiana:
se trata de clavarlo en el coraz6n, donde
los hombres más lo aman, bajo la forma de la
sexualidad enfermiza,
en esa siniestra apariencia de crueldad mór-
bida que reviste cuando, como ahora, se
complace en convulsionar y enloquecer a
la humanidad.
Utiliza el espíritu de pureza de una conciencia,
que permaneció cándida como la mía para
asfixiarla con todas las falsas apariencias
que derrama universalmente en los espacios,
de esta manera Artaud el momo puede represen-
tar el papel de alucinado.
-¿Qué quiere decir, señor Artaud?
-Quiero decir que encontré la forma de
terminar de una vez por todas con ese
impostor y también que si nadie cree ya en dios
todo el mundo cree cada vez más en el hombre.
Ahora es preciso castrar al
hombre.
-¿Qué? ¿Cómo?
Lo mire por donde lo mire, usted está
loco, loco de remate.
-Llevándolo por última vez
a la mesa de autopsias para
rehacerle su anatomía.
El hombre está enfermo porque está mal
construido.
Átenme si quieren,
pero tenemos que desnudar al hombre
para rasparle ese microbio que lo pica
mortalmente
dios
y con dios
sus órganos
porque no hay nada más inútil que un órgano.
Cuando ustedes le hayan hecho un cuerpo sin
órganos lo habrán liberado de todos sus auto-
matismos y lo habrán devuelto a
su verdadera libertad.
Entonces podrán enseñarle a danzar al revés
como en el delirio de los bailes populares
y ese revés será
su verdadero lugar. |