EL AMOR EN LOS TIEMPOS
DEL CÓLERA: UNA PELÍCULA
GRANDIOSA
Enrique Santos Molano
Durísima ha estado la gran diosa crítica con la grandiosa película El amor en los tiempos del cólera, basada en la novela homónima de Gabriel García Márquez. La crítica internacional ha sido implacable en la golpiza al filme, dirigido por Mike Newell, sobre guion de Ronald Harwood (Oscar por El pianista), y la crítica nacional parece exultar con el fracaso. El culmen de la carnicería perpetrada contra la bellísima cinta se escuchó el miércoles pasado (5 de diciembre) por la W, donde el jovial Julito y el alegre Félix ejercieron un impresionante papel de verdugos, armados con el hacha de la pedantería. Con el filo bastante romo, por cierto.
Escuché de las voces sonoras de aquellos íconos de la radio este par de barbaridades antológicas que, si no me equivoco, no son de su cosecha, sino citas de críticas inapelables publicadas en la revista Time: "La película es tan mala, que es mejor leer la novela". Y otra en el sentido de que, por ser mala la película, la novela se ha perjudicado, es decir, que ha dejado de ser buena.
Estamos, pues, ante la más extraordinaria metamorfosis en la historia de la literatura y del cine.
Veamos la primera. El cine es un arte y la literatura es otro; cada uno tiene su propio lenguaje y sus características intrínsecas. El que, verbigracia, cree que por haber visto una buena versión de Guerra y paz se ahorra la lectura de la inconmensurable novela de León Tolstói se va a quedar con hambre, como el que piensa que por haber visto preparar un plato ya no tiene que comérselo.
El cine jamás podrá sustituir a la literatura. Es un producto de la literatura y es, al mismo tiempo, un arte independiente. Que la película sea buena, o que sea mala, la novela hay que leerla, así no se vea la película. Y la película hay que verla como una película, no como si se estuviera leyendo la novela, sin despelucarse porque la escena del loro no es igual en la película a como la describe García Márquez en el libro. La descripción literaria, por la magia del idioma y del estilo del autor, es prodigiosa en la novela.
El lenguaje cinematográfico no admite ese tipo de narrativa.
Afirmar que "la película es tan mala que es mejor leerse la novela" nos lleva al corolario idiota de que si la película fuera buena, no habría que leer la novela, y plantea una falsa dicotomía: o veo la película o leo la novela.
La segunda. Afirmar que una buena novela se vuelve mala o "se perjudica" porque es mala su versión cinematográfica nos conduce también a otra conclusión repleta de sabiduría radiofónica: que una mala novela puede volverse buena si su adaptación al cine es buena. Queda uno con la sensación de que los críticos despiadados de la película El amor en los tiempos del cólera, ni han leído la novela, ni han visto la película.
Según Félix de Bedout, "lo menos malo que puede decirse de la película es que es aburrida". Fui a verla al multiplex Embajador al día siguiente del estreno, sábado. No había en la sala más de treinta personas. Eso, en sábado, significa hecatombe taquillera. Y entiendo que no ha mejorado, por lo que es de temer que esta admirable cinta no durará en cartelera. Sin embargo, cuando una película es aburrida, los espectadores se van saliendo en la mitad, o mucho antes del fin. No vi salirse a nadie en ningún momento de las dos horas y minutos que dura la proyección. Allí estaban, al terminar el filme, los mismos treinta que lo empezaron y que, al concluir, aplaudieron a una y de manera espontánea. La señorita que consulta a la salida la opinión del público registró un alto nivel de opinión favorable. Excelente. Y yo le dije: grandiosa.
Yo, Deo gratias, no soy crítico. Un simple y apasionado cinéfilo. La película me fascinó, así en lo cinematográfico como en la actuación y en el libreto. Sobre todo el libreto. El talentoso Ronald Harwood tomó una obra que es arte literario del más puro y escribió una versión que permitió realizar una película del más puro arte cinematográfico. Recoge el guion con fidelidad y fervor el espíritu de la novela de García Márquez, y eso es todo lo que se necesita.
Si el posible fracaso taquillero de El amor en los tiempos del cólera les produce inexplicable alegría a los críticos criollos, a mí no me preocupa que la Fox y New Line Cinema pierdan los cincuenta millones de dólares que invirtieron en hacerle un homenaje a uno de los grandes escritores de nuestro tiempo y a su país natal. El dinero posee la facultad de que como se pierde se recupera. Me preocupa comprobar que los colombianos han perdido la curiosidad y el criterio propio. Esas virtudes, una vez extraviadas, no se recobran con facilidad. Bueno está oír lo que piensan los demás, y escuchar la docta voz de los críticos, pero es mejor pensar por sí mismos y dejar que la curiosidad nos conduzca a la desilusión o al asombro. No todo lo que pontifican el N. Y. Times, Time, Félix y Julito es dogma sacrosanto. |