EDUARDO GÓMEZ
Salgamos al aire libre
en la ciudad de los parques y de los estadios
de las ciclovías donde el tráfico brutal
es reemplazado por el diálogo cordial de deportistas
que sonríen con blancos dientes y se esfuerzan
con músculos bronceados por el sol.
(Hay un canto tácito en el ritmo de las bicicletas
y un contrapunto de piernas y torsos nervudos).
Recojámonos fervientes bajo árboles añosos
en los bosques que mantienen a raya el acero y el cemento
para conversar pausadamente como en tiempos remotos
y bajo cielos abiertos cosechar fugaces besos
rodeados de ciudad y custodiados por las máquinas.
Salgamos al aire libre de las avenidas
que podrían conducir a horizontes de grandeza
(hay un himno potente en los trenes en marcha
que se lanzan repletos de sueños a la espera,
hay una tensión endurecida hacia lo alto
en la soberbia delirante de los rascacielos.
los muertos están lejos, sepultados
y nutren quizás los grandes árboles.
Es muy alto el precio de la plenitud.).
Que la desdicha de millones se amalgame
para las construcciones de la ciudad futura.
Esa ciudad que ya ha comenzado con los coros
que exaltan las búsquedas febriles en los coliseos
en las universidades y en las bibliotecas clandestinas.
Que la fuerza irresistible de quienes escriben con su sangre
haga brotar jardines poblados de niños, fuentes y pájaros
y de los sollozos de las madres puedan nacer flores purpúreas.
Que de la fuerza y la gracia desperdiciada de millones
surja algo como un río de potencia irreductible
que se abra paso hasta el Centro donde todo se entrecruza
y participe en la danza colosal de los océanos del mundo. |