Mario Lamo Jiménez
Informa el NY Times en su edición de octubre 5 que el ejército gringo ha reclutado antropólogos y otros científicos sociales para que sean parte del cuerpo de batalla en sus guerras en Irak y Afganistán. La misión de los antropólogos es básicamente una misión de espionaje social: entender la cultura y los conflictos de estas sociedades y utilizar este conocimiento para que las tropas puedan adelantar su trabajo de imponer por medio de la manipulación lo que no están logrando imponer por la fuerza.
Sin embargo, el uso de la antropología como medio de control social no es nada nuevo. Entre los siglos XVI y XIX, con el expansionismo europeo, empiezan a aparecer los primeros escritos de carácter antropológico; la antropología nace como una ciencia de dominación por medio de la cual los colonizadores analizan los elementos culturales de los colonizados para subyugarlos y destruir sus sociedades. Los “civilizados” estudian las costumbres de los “primitivos”, aprenden su idioma y traducen a cientos de idiomas su arma más mortífera para destruir civilizaciones: La Biblia. Por eso no es de extrañar que la antropología como arma de genocidio haya sido una de las ciencias favoritas de los misioneros y de los militares.
El concepto básico es muy simple: para dominar a un pueblo, primero hay que entender cómo funciona. Para ello se estudian su idioma, sus costumbres, su religión, su cultura y sus conflictos y tabúes, no con el fin de comunicarse y convivir, sino con el fin de manipular y destruir.
El artículo del NY Times cita el caso concreto de una antropóloga en Afganistán a la que denominan “Tracy”, quien forma parte de la fuerza invasora norteamericana. Los soldados, cita el NY Times, han dicho que su desempeño ha sido “brillante” pues les ha ayudado a disminuir las operaciones de combate y a ver la situación desde la perspectiva de los afganos; lo cual sería una noble empresa de no ser que el propósito del ejército de los EE. UU. es imponer la visión del mundo de acuerdo a la política exterior gringa y apoyar un gobierno títere que sirva a los intereses geopolíticos de las compañías transnacionales, quienes a fin de cuentas son las beneficiadas por estas nuevas guerras coloniales disfrazadas como “guerras contra el terrorismo”.
En las prácticas de tortura contra los iraquíes, los escritos de un antropólogo fueron usados como Biblia cultural para saber cuáles eran los puntos más débiles de la psiquis árabe y poder llevar a cabo formas de tortura más “científicas”. Sin embargo, no solamente se han utilizado antropólogos, sino sicólogos, médicos, etc. quienes han contribuido a desarrollar métodos de tortura: y una antropóloga de Yale, Montgomery McFate, relata el Times, es la encargada de escribir el manual de contrainsurgencia en Irak. Según ella, no es que se esté militarizando la antropología sino que los militares se están “antropologizando”.
Por suerte, no todo el mundo está tan ciego como para creer que de la noche a la mañana, un soldado entrenado para matar, por obra y gracia de la antropología se vaya a volver en un ser culturalmente sensitivo que va a luchar por el bienestar de los habitantes del país que ha invadido. En resumidas cuentas la misión de los antropólogos, en este caso, es servir como punta de lanza para que los invasores puedan llevar mejor a cabo su trabajo, reduciendo las bajas y aumentando el nivel de manipulación al que someten a la población local.
Todo lo anterior no ha pasado desapercibido entre los científicos sociales estadounidenses quienes ven en estas prácticas un acto eminentemente inmoral, algo así como el equivalente a estudiar medicina, no para salvar vidas sino para torturar a los pacientes. Ya desde el 2005, el profesor de antropología de la Universidad de San José, Robert González, se hacía estas preguntas:
“¿Serán los antropólogos reclutados para llevar a cabo interrogaciones y labores de contrainsurgencia? ¿Creará la colaboración con las agencies de espionaje o con los equipos de interrogadores una desconfianza en los estudiosos que conducen investigaciones en el extranjero?”
Gracias a una petición de González, 300 antropólogos aprobaron una resolución de la Sociedad Antropológica Estadounidense oponiéndose al uso de la antropología como elemento de tortura. Sin embargo, esto no significa que el gobierno haya cambiado en absoluto sus prácticas, por el contrario, los antropólogos siguen en el campo de batalla y según ellos su gran mérito es que las masacres hayan disminuido para no alienar más a la población: en resumen ahora pueden controlar mejor a los invadidos. |