Déjame vivir allí,
en la ladera de la muerte
donde duermen tus ojos,
vórtices del desastre
sobre la lápida ámbar de la tarde,
monjes oscuros
que incendian mis naves,
grietas de un extraño cielo
por donde se escapa una herida:
Esta muerte solar
que me ofreces como respuesta.
La noche se confiesa
con su tela de llovizna
sobre los últimos caminantes,
la nostalgia de los astros
cubre con dulce perfume
el paisaje denso
donde ya no te encuentro,
los sortilegios envejecen
en la otra orilla
para este poema
que arde palidecido.
Festejo el simulacro del beso
por la sombra de tu cuerpo,
un grito embalsamado
dormirá por siempre
en el zaguán de esta casa calcinada,
el pasado gotea
sobre la vieja ruta de los escorpiones.
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