Octavio Quintero
La política tiene dos facetas: una la ideológica y otra la mecánica. La ideológica es la que le aporta los principios; la mecánica le fija la estrategia. Es el qué y el cómo, que con tanta argucia esgrimió el conspirador ministro de Defensa, Juan Manuel Santos recientemente en el Congreso, intentando zafarse de la responsabilidad política que le compete en el espionaje telefónico develado por la revista Semana y que costó la cabeza de 10 generales de la Policía, dizque porque no aplicaron bien el cómo del qué. Mejor dicho, haciendo un esfuerzo para entender a Santos, quiso decir que él fijo el qué: chucen a estos; ¿cómo?, sin dejarse coger.
Volviendo al tema, los principios políticos tienen que tener correlación con la mecánica política, si no, la política deja de ser esa hermosa ideología que nos impulsa por la vida en busca del mayor beneficio para el mayor número de personas, para convertirse en un fin que persigue el poder sin importar los medios. Es como la combinación de todas las formas de lucha en procura del poder que tanto censuramos a los alzados en armas.
Pasar por encima de los principios ideológicos en procura del poder, es como pasar por encima de los principios morales en procura de una satisfacción personal. En ambos casos queda mancillada la ética que nos dicta el buen comportamiento en el accionar. Eh ahí un buen caso para el veedor ético del liberalismo, Rodrigo Llano, nuestro común amigo y colega director del Boletín Virtual.
Es lo que está haciendo el director del liberalismo, César Gaviria, con el partido. No obstante que el Congreso liberal de Medellín aprobó una plataforma ideológica en la que se proscribe el neoliberalismo como política de Estado, el director, a nombre del partido y contraviniendo ese principio, acaba de dar apoyo a la candidatura de Enrique Peñalosa, un doctrinario y conspicuo neoliberal, a la alcaldía de Bogotá. Ese mismo Congreso rechazó el TLC suscrito con el gobierno de Estados Unidos en los términos y alcances en que con tanta insistencia, paciencia y ciencia ha denunciado el PDA, especialmente su insigne militante, Jorque Enrique Robledo, y que, en reciente columna de Portafolio explica bien la senadora liberal, Cecilia López. Y a pesar de todo, el director del Partido brinda apoyo a la aspiración de Peñalosa, un candidato que nunca ha rechazado el TLC no obstante que su principal víctima va a ser la capital que precisamente él aspira a gobernar.
Parece que el eclecticismo que ha dominado la vida privada del ex presidente, lo está transfiriendo a la dirección del liberalismo en busca de alianzas estratégicas que aquí y ahora es con Peñalosa; en Santander con Serpa, en Medellín con Ramos y en Nariño con Navarro; y más allá o más acá con guerrilleros, narcos o paramilitares, que fue lo que intentó explicar en el programa de D’Artagnan ese otro bodrio con sesos que es Rafael Pardo. Cuando se pierde el camino de los principios, los fines dejan de ser el resultado de una misión para convertirse en objetivos, que fue lo que les pasó a todos los políticos implicados en la refundación de la República a través del Pacto de Ralito.
No creo que valga la pena militar en un partido dirigido por tan escaso seso y mucho estómago. Y si el PDA le acepta ese contubernio al liberalismo, deja ex profeso que también están dispuestos a pasar por encima de sus principios con tal de alcanzar el poder. Sería la debacle nacional, pues, quedaríamos todos notificados que en Colombia se llegó a la desideologización de los partidos, un contrasentido que sólo tendría sentido en este país en donde toda ficción es susceptible de quedar superada por la cruda realidad.
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