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ENSAYO

              El compromiso del escritor

                    en la lucha social

 

Eduardo Gómez

Para poner en evidencia, con mayor claridad y concreción, los estragos y retrasos que ocasionan en el proceso cultural, la represión armada y las astucias de la represión política del
gobierno actual, nos corresponde como escritores dejar muy en claro que la agresión y menoscabo de la libertad de expresión en cualquier especialidad y actividad de las áreas que integran la cultura, afecta, de hecho, a la creación artística en su conjunto, dentro de la cual se destaca el arte de la palabra: la literatura.
Consideramos, entonces, que no basta denunciar a secas los casos de persecución a escritores sino que es necesario relacionarlos (al
menos en lo esencial) con las determinaciones político-sociales que los produjeron. La libertad de expresión no puede limitarse
solamente al diagnóstico, sino que debe permitir también la
exploración de salidas efectivas de la crisis: por ejemplo, ¿Cuánto
tiempo hace que en Colombia se está haciendo el diagnóstico del
analfabetismo, del hambre, etc.? La libertad de expresión no puede seguir siendo entendida como una simple concesión abstracta y jurídica del Estado para cumplir la constitución, sino como una forma de existencia, de sentir y pensar que, por tanto, presupone una estructura político-social que permita y fomente un libre desarrollo de la personalidad, desde las necesidades elementales de sobrevivencia hasta las más complejas necesidades espirituales. Casi sobra decir que la sociedad que vivimos y soportamos en Colombia es una de las más represivas del mundo occidental más caracterizado, no porque predomine la censura directa (como sucede en los Estados represivos que se asumen con franqueza) sino porque su aparato jurídico-formal solamente alcanza a paliar (en los casos en que logra escapar a la manipulación de los poderes reales) el atraso y la barbarie que tienden a engendrar una economía de vocación parasitaria (como que en ella predominan la especulación financiera, el latifundismo, el atraso semifeudal y la proliferación excesiva del comercio) y una cultura que apenas sobrevive en sectores privilegiados, asediada por el dogmatismo, la superstición y el analfabetismo funcional de la mayoría del pueblo, así como por el cinismo de los “hombres prácticos” que solo piensan en amasar un capital a como dé lugar.

Con el destape y los escándalos del “para-estado”, que vivimos, todas estas verdades se han puesto en evidencia, lo mismo que las múltiples ficciones en que pretende basarse nuestra democracia formal, y, por ende, las graves contradicciones en que se debate la libertad de expresión en nuestro país. Para comenzar, recordemos que casi la totalidad de los jefes políticos importantes de la oposición
están o han estado amenazados de muerte, que de vez en cuando (y durante algunos periodos con bastante frecuencia) se cumplen esas amenazas, que el asesinato de líderes populares (de cualquier nivel) se ha convertido, paulatinamente, en una especie de monstruosa tradición (que ya casi no provoca reacciones en una sociedad desgastada, escéptica y demasiado atareada en sobrevivir) que el número de periodistas amenazados, expatriados o asesinados, es muy preocupante y que la autocensura de la gran prensa excluye a la abrumadora mayoría de los intelectuales, escritores y artistas del país, y precisamente aquellos que por ser exigentes y críticos, podrían aportar más al cambio y superación de nuestro maltratado país. En esta situación, la vida cultural más auténtica y efectiva se mantiene con muchas dificultades (a veces heroicas) a pesar de la hostilidad soterrada o abierta de los poderes predominantes que
tratan de debilitarla por considerarla “peligrosa” para su
“seguridad”.

En ese contexto (en el cual todavía ciertos importantes sectores de la gran prensa, la televisión y la radio, juegan un papel cómplice con sus astucias informativas y sus cínicas omisiones y disimulos)  el daño que se está haciendo a la ética del leguaje y a su función humanista y formativa, es incalculable. Generaciones enteras están creciendo y siendo de-formadas por esa atmósfera contaminada y las
presiones abrumadoras del medio fomentan lo que Sartre calificaba como la peor alienación de un escritor: la autocensura. Esta se manifiesta sobre todo en las cuestiones sociales e históricas vitales para la sociedad entera. Una de las grandes victorias de las tendencias más conservadoras, ha sido la de lograr que los escritores interioricen una actitud marginal y, con frecuencia, indiferente respecto al proceso histórico que viven Colombia y el resto del mundo.

En este encuentro de escritores conscientes de los problemas que abruman al país, es necesario, entonces, asumir la responsabilidad, no solo de los criterios de verdad y búsqueda en las obras que concebimos sino también en la estrategia solidaria y gremial de esa lucha.

Mientras permanezcamos solos y aislados, estaremos siempre en peligro de tener que hacer concesiones excesivas. Se impone, por tanto, la necesidad de organizar gremialmente lo que por ahora es todavía sentimiento difuso de amistad, pero organizarlo de tal manera que no afecte con una normatividad moralista e impositiva, la audacia transgresora y la experimentación individual que la creación
artística exige.

Dada la apasionante coyuntura histórica que vive Latinoamérica, el aislamiento es todavía más inexplicable, sobre todo en un escritor, del que se supone deben surgir orientaciones y verdades para toda la sociedad. Por lo tanto, no podemos esquivar o aplazar por más tiempo una acción solidaria con la lucha de nuestros pueblos. Al respecto decía Cicerón: “La verdad se corrompe tanto por la mentira como por el silencio”.