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NARRATIVA

          

                   ROZAMIENTO

 

Clemencia Calero Espinosa

Me esperaba un largo viaje, con trasbordo incluido. Para variar leía poesía de dos mujeres, haciendo un juego de palabras. Me encontraba  concentrada, más como diversión que como ejercicio poético, cuando el puesto del lado fue ocupado por un hombre alto y fornido; situación que me obligó  a pegarme a la ventanilla para darle espacio. Estaba tan concentrada en el jueguito que ni siquiera lo miré.

Empezó a conversar con el vecino de la otra silla. Por unos minutos escuché la conversación que se generó entre ellos: 

“Ve, me enteré de la muerte de tu papá, lo lamento mucho era un gran señor”.

“Sí, fue cosa de unos pocos días, los médicos no pudieron hacer nada. Bueno por lo general casi nunca hacen nada. ¡Que lástima de mi viejo!”

“Y a vos,  ¿cómo te trata la vida?”

“Pues bien hermano, viajo para la costa a visitar al hijo que vive con la mamá en Cartagena.”

De nuevo volví a la lectura desentendiéndome de los amigos. Pasado un rato noté que se habían quedado callados.

A causa de la estrechez del asiento  percibí que su pantalón rozaba mi falda a la altura de nuestros muslos, el movimiento del bus hacía que sintiera un agradable cosquilleo.

Traté de alejarme lo más posible de la inquietante proximidad, inclusive pensé en cambiar de puesto, pero todos estaban ocupados.

Resignada y muy complacida permití que las cosas siguieran de igual forma.

Habíamos recorrido otro trayecto; un tanto cansada de la posición intenté cruzar la pierna, al no tener espacio simplemente la apoyé sobre la otra, y fue en ese momento cuando se unieron nuestros muslos a través de las telas. Sentí una oleada de calor que  subía desde los pies hasta las caderas, en una deliciosa explosión de placer.

Casi de inmediato el bus se detuvo, estábamos en Pereira. Entonces fue cuando nos miramos por primera vez, en el fondo de sus  ojos verdes alcancé a vislumbrar una chispa de deseo. De inmediato supe que él había experimentado el mismo sentimiento.

Mirándome a los ojos dijo:

“¿Y vos para dónde vas?”

“Para Ibagué”, le respondí casi en un susurro... ¿y usted?”

“Hasta Medellín” me contestó con marcado acento paisa. Después para la costa.

Se levantó del asiento y antes de salir se llevó dos dedos a la frente en señal de  despedida.

Yo simplemente  sonreí, pensando que este ni ningún otro camino nos acercaría  de nuevo.