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DE HÉROES ANÓNIMOS, SABIDURÍA CONVENCIONAL Y FRAUDES INFAMES

             

        Un Frankesntein llamado

                Freakonomics

  

Freakonomics, Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner, Barcelona, Ediciones B, 2006, 251 pp.

Bernadro Pérez Salazar*

* Magíster en Planificación del Desarrollo Regional, investigador social, Bogotá, Colombia, bperezsalazar@yahoo.com

“Asociamos la verdad a la conveniencia, a lo que mejor concuerde con nuestro interés, bienestar o promesas personales para evitar grandes esfuerzos o los poco gratos trastornos de la vida. También hallamos bastante aceptable lo que contribuye a aumentar la autoestima”.

Galbraith sobre el concepto de sabiduría convencional, citado por Levitt y Dubner (p. 95)

                                                                                                 

Para escudriñar los secretos del éxito editorial de un libro que mantuvo por más de seis meses en la lista de los más vendidos del New York Times y cuya venta en el mercado angloparlante supera el millón de ejemplares, Freakonomics ofrece una mina de recursos y fórmulas probadas.

              En buen romance, el neologismo que sirve de título alude a la “economía de lo raro”, es decir, a la aplicación de herramientas de análisis cuantitativo de uso popular entre los economistas, a temas de “actualidad” que tratan diariamente los medios de comunicación, como el cuidado y la crianza de los hijos, el tráfico de drogas ilícitas y el crimen, ó el uso y el abuso de información privilegiada. El libro acentúa su contenido humano con anécdotas de la vida del protagonista, el joven economista Levitt, galardonado en 2003 por la American Economic Association como el economista menor de cuarenta años más destacado. Un pasaje central relata el episodio de la pérdida de su primer hijo, Andrew, recién cumplido un año a causa de una meningitis neumocócica. Desde entonces, él y su esposa, Jeannette, se unieron a un grupo de apoyo a padres que han perdido hijos y, al encontrar una alta incidencia de muertes relacionadas con ahogamiento en piscinas, empezó a buscar cifras que lo llevaron a establecer:

              Si posees un arma y una piscina en el jardín trasero, es cien veces más          probable que un niño muera a causa de la piscina que de la pistola (p. 152).

Como recurso dramático adicional, a cada vuelta de hoja el texto mantiene vivo el asecho constante de “maleantes” que nuestro personaje desenmascara sin descanso, armado tan sólo de su curiosidad insaciable e inquebrantable “confianza en el poder revelador de las cifras”.

              En contra de lo que se esperaría de un libro cuyo subtítulo reza “Un economista políticamente incorrecto explora el lado oculto de lo que nos afecta”, el rol del villano no lo ocupan las madres solteras negras cuyos hijos típicamente representan el 50% de los 2 millones de presidiarios que alberga el sistema carcelario norteamericano, cada uno de los cuales cuesta sostener en promedio US $25.000 al año. No, aquí el papel del malo está reservado para sus colegas, los “expertos” de todo pelambre, entre ellos, agentes inmobiliarios, inversionistas, corredores de bolsa y profesores de secundaria que se valen inescrupulosamente del engaño y la trampa “para evitar grandes esfuerzos y aumentar su autoestima”. Tomando prestadas estas palabras de Galbraith para describir algunos de los incentivos que contribuyen a conformarnos con “la sabiduría convencional” –es decir, aquellos lugares comunes con los cuales nos auto-complacemos al preguntar por qué el mundo es como es–, Freakonomics nos asegura que al final el señor Levitt se encargará de revelarnos el “lado oculto” de aquello sobre lo cual nunca habíamos hecho las preguntas apropiadas.

El texto guarda un lugar especial en el “salón de los malevos” para los criminólogos. Estos “expertos” no sólo se equivocaron rotundamente a comienzos de los años noventa cuando advirtieron la inminencia de un “baño de sangre” por cuenta de la delincuencia juvenil que evolucionaría hacia una forma mítica de “superdepredadores”. Además, luego de la espectacular caída de las estadísticas de criminalidad en Estados Unidos durante la segunda mitad de esa década (gráfica 1), fueron incapaces de señalar el factor determinante de este descenso, que habría seguido desapercibido de no ser por la suspicacia de nuestro héroe: la legalización del aborto a principios de los años setenta del siglo pasado.

Gráfica 1

Estados Unidos: tasa de homicidios por 100.000 habitantes

(1950-2004)

Fuente: FBI.

Remata la faena con este particular gremio de expertos –que cuenta a su haber entre otras infamias la de haberse opuesto a la construcción de nuevas cárceles en Estados Unidos, con argumentos como el de que la cárcel no trata las causas del crimen– con una cita lapidaria del analista político, John DiIulio Jr.:

              Al parecer se necesita un doctorado en criminología para dudar de que            mantener en la cárcel a los criminales peligrosos reduzca el crimen (p. 129).

La cascada de elogios en que se baña Levitt desde la primera hasta la última página –­“genial, sorprendente, contraintuitivo, creativo, aclamado, semidios”– sería aún más irritante si no fuera porque lo acompaña un elenco de héroes menores que permaneció en el anonimato hasta que nuestro economista estrella entró en sus vidas. Entre ellos, Paul Feldman quien desde hace años distribuye rosquillas confiado en la eficiencia del autocontrol moral y social de sus clientes, a cuyo albedrío deja el depósito del pago de las rosquillas que consumen en la alcancía de las cafeterías de las empresas que atiende en su ruta diaria. Con la ayuda de Levitt, Feldeman estableció, a partir de los registros meticulosos de sus ventas diarias, que el sistema resulta establemente efectivo en el 87% de los casos.

O el entonces candidato a Doctor de Sociología de origen indio, Sudhir Venkatesh, que gracias a su contacto continuado con una banda de delincuentes juveniles que expendía “crack” en Chicago, se hizo de manera fortuita a un cuaderno con cuatro años de registros contables del negocio y cuyo análisis pudo realizar una vez conoció a Levitt en la Sociedad de Amigos de Harvard.

              O Ronald Fryer, negro colega de Harvard, que de niño fue abandonado por su madre, golpeado por su padre y de adolescente formó parte de una banda de potenciales delincuentes y, aun así, departió y compartió con Levitt enormes masas de datos sobre las diferencias en el desempeño escolar de jóvenes negros y blancos.

              Detrás de esta fórmula editorial ganadora está la pluma de su coautor, Stephen Dubner, un escritor freelance de The New Yorker, sabedor como pocos de cómo capturar las mentes y corazones de aquellos lectores que siempre albergaron dudas sobre sus agentes inmobiliarios, por no esforzarse tanto para conseguir el precio más alto de venta de las propiedades encomendadas por sus clientes como lo hacen cuando ofrecen las propias. Decenas de cientos de miles de ellos hoy respiran aliviados al saber que el arma de fuego que reposa en sus mesas de noches es cien veces menos letal para los niños que la piscina del patio trasero de sus casas y, por cuenta del negocio de rosquillas de Feldman, hoy disponen de evidencia “dura” para comprobar que los mecanismos de autorregulación espontánea, como los mercados, son efectivos en 9 de cada 10 eventos.

              Ante el irresistible éxito de Freakonomics, es previsible que en los círculos académicos colombianos, siempre atentos a modas y modismos incubados en Harvard, pronto aparezcan emuladores de Levitt y Dubner, dispuestos a disipar la “sabiduría convencional” que nos mantiene en la oscuridad acerca de cómo poner fin a la amenaza terrorista guerrillera o acabar con el flagelo de la impunidad y la corrupción judiciales.

              A decir verdad, quienes se aventuren a buscar así copiosas regalías editoriales y la consiguiente cauda de apelativos elogiosos, tendrán que esforzarse más de lo que suponen. Levitt ya trasegó las cifras colombianas y pontificó sobre éstos y muchos otros temas. Junto con Mauricio Rubio, suscribió en agosto de 2000 un trabajo encargado por Fedesarrollo, “La comprensión del crimen en Colombia y qué se puede hacer al respecto”, en el marco de una misión de estudios sobre reforma institucional dirigida por Alberto Alesina, el reputado economista de Harvard.

              Entre las recomendaciones más llamativas, el documento sugiere estimular el combate agresivo del crimen y la guerrilla mediante una política nacional de inversión pública en zonas deprimidas condicionada al esfuerzo local en la reducción de la violencia, que simultáneamente castigaría a aquellos mandatarios en connivencia con la guerrilla (aseguran los autores que un tratamiento análogo, que contemplaba tasas impositivas más altas en áreas con intensos niveles de criminalidad, tuvo extraordinarios resultados en la Inglaterra del siglo XIII). Otra idea sugestiva es la de establecer “sentencias obligatorias” o un sistema de penas únicas para combatir la corrupción y la indolencia de los jueces en la condena de los delincuentes.

              Hay que advertir a los emuladores potenciales del señor Levitt  –quien cuando se ocupó de nuestro país ya causaba sensación con sus pruebas estadísticas preliminares sobre cómo la legalización del aborto en Estados Unidos evitó el nacimiento de una generación de hijos indeseados que de otro modo se habría dedicado a la delincuencia, y que explicaría la mitad de la caída de la criminalidad en ese país durante los años noventa– que el prestigio del deslumbrante economista fue insuficiente para eludir los dardos irreverentes de la crítica criolla a éstas y otras ideas derivadas de su particular comprensión del crimen en nuestro país. Conviene, por tanto, que los candidatos a bestsellers estén preparados a soportar escarnios como el que le dispensaron Silva y Pacheco (2001) en esta misma revista, en su comentario sobre el crimen y la justicia en Colombia según la Misión Alesina.

              Otra advertencia para quienes pretendan la gloria imitando a nuestros exitosos autores es que ni aun con el rico y sofisticado acervo estadístico disponible en Estados Unidos, en el que se regodea un analista inteligente y recursivo como Levitt, es prudente creer ciegamente que el poder revelador y develador de las técnicas cuantitativas sea inmune a la lógica tirana de la “sabiduría convencional”. Como señalan los críticos del trabajo estadístico que sirve de base para postular el impacto determinante del aborto en la reducción de la criminalidad en su país, no hay evidencia que respalde la premisa de que los jóvenes hipotéticos que dejaron de nacer a causa del aborto serían más propensos a la criminalidad que los que nacieron. Tácitamente anclado en la sabiduría convencional –“nadie mejor que el individuo sabe dónde realmente le talla el zapato”–, el argumento que apuntala el presunto hallazgo es que:

              Cuando el gobierno ofrece a una mujer la oportunidad de tomar su propia decisión acerca del aborto, ella se suele preguntar seriamente si se encuentra             en posición de criar a un hijo en condiciones. Si decide que no puede hacerlo, con frecuencia elige el aborto (p. 150).

Sin embargo, no se ha demostrado que el “efecto selectivo” asociado a la decisión de abortar evite que nazcan delincuentes juveniles en potencia. Los estudios realizados entre madres adolescentes, de edad, origen étnico y estado civil similares donde es legal terminar el embarazo por aborto, sugieren que las más propensas a buscar esta alternativa son aquellas con mejores calificaciones escolares, mayor nivel de escolaridad y que no dependen de la asistencia pública (Leibowitz, Eisen y Chow, 1986).

Como señalan Foote y Goetz (2005) luego de revisar en detalle los trabajos cuantitativos publicados en revistas académicas (Donohue y Levitt, 2001 y 2004), las pruebas indican que en aquellos Estados de la Unión donde se registraron mayor cantidad de abortos durante el período de gestación de la cohorte en estudio (15 a 24 años entre 1985 y 1998), la reducción de las capturas por crímenes violentos y contra la propiedad de delincuentes de ese grupo de edad durante los noventa corresponde al menor número de jóvenes que nacieron en esos Estados, pero de ninguna manera demuestra el valor selectivo del aborto para evitar que nazcan delincuentes potenciales. Es decir, en última instancia, el análisis cuantitativo en referencia concuerda con la cruda lógica de la convulsionada Inglaterra del siglo XVII según la cual “cortando cabezas se ajusta la demanda de sombreros”.    

Un comentario final acerca del aparente homenaje que hacen los autores de Freakonomics a John Kenneth Galbraith, quien aún vivía para cuando apareció el libro en inglés, a finales de 2005. Contrario a lo que a manera de “sabiduría convencional” se reitera a diario en el discurso dominante de los medios de comunicación y las campañas políticas –conforme a lo cual la persona en la calle puede confiar que el mercado de libre competencia mantiene a raya la codicia de las grandes corporaciones y, por consiguiente, el capitalismo moderno es el sistema que mejor protege al individuo del abuso por cuenta de los poderosos–  el también catedrático de economía en Harvard de origen canadiense sostuvo por cerca de medio siglo (1969; 2004), que en sociedades como la estadounidense el individuo corriente no es autónomo en las decisiones que toma en relación con el consumo ni otras de sus necesidades y aspiraciones vitales. A su parecer, la publicidad y las políticas de precio son utilizadas por las empresas para crear una demanda artificial de consumo, con lo cual la economía genera sobreofertas de bienes privados en desmedro de bienes públicos meritorios, entre ellos, más oportunidades para el desarrollo de potencialidades humanas distintas al consumo compulsivo.  

Resulta penoso y quizás un fraude infame que Levitt y Dubner se alinden explícitamente en su libro con Galbraith en el propósito de desnudar la “sabiduría convencional” (p. 95 y 96), mientras arteramente se lucran de un éxito editorial obtenido a partir de verdades confeccionadas con análisis cuantitativos cuyas conclusiones convenientemente concuerdan con los intereses, bienestar y promesas del “consumismo opulento” –ó en palabras de Galbraith, de “la tendencia suicida del sistema económico”– granjeándose de paso, el inmenso aumento de su autoestima.  

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  • Donohue, J. y S. Levitt. “The Impact of Legalized Abortion on Crime”, Quarterly Journal of Economics 116, 2, 2001, pp. 379-420.
  • Donohue, J. y S. Levitt. “Further Evidence that Legalized Abortion Lowered Crime: A Reply to Joyce”, Journal of Human Resources 39, 1, 2004, pp. 29-49.
  • Foote C. y C. Goetz. “Testing Economic Hypotheses with State-Level Data: A Comment on Donohue and Levitt”, 2001, Federal Reserve Bank of Boston Working Papers 15-05, 2005, www.bos.frb.org/economic/wp/wp2005/wp0515.pdf
  • Galbraith, J. K. La sociedad opulenta, Barcelona, Ariel, 1969.
  • Galbraith, J. K. The Economics of Innocent Fraud: Truth for Our Time, Boston, Houghton Mifflin, 2004.
  • Leibowitz, A.; M. Eisen y W. Chow. “An Economic Model of Teenage Pregnancy Decisionmaking”, Demography 23, 1, 1986, pp. 67-78.
  • Levitt, S. y M. Rubio. “Understanding Crime in Colombia and What Can Be done about it”, Fedesarrollo Working Paper 20, 2000.
  • Silva, G. e I. Pacheco. “El crimen y la justicia en Colombia según la Misión Alesina”, Revista de Economía Institucional 5, 2001, pp. 185-208.

Estupefaciente ideado para masificar la venta de cocaína en los barrios de más bajos ingresos de las grandes ciudades norteamericanas, en cuya elaboración se mezcla cocaína con bicarbonato de sodio y agua, y luego se somete a cocción hasta obtener pequeñas piedras de alcaloide que se pueden fumar.